Buscaremos en la Feria del Libro a Sampedro, coordinador de antónimos como economía y humanismo
Hay semanas oscuras donde los obituarios reclaman una sección propia dentro de la prensa. Me refiero a los de gente famosa, reconocida o célebre y por eso mismo la propia idea me echa hacia atrás. Todos los días mueren personas, más o menos anónimas, que dejan un vacío tipo cráter semejante entre quienes las quieren al hueco que abren los cadáveres notorios. En realidad, no existe algo más democrático que el final, que nos iguala a todos en el subsuelo de la fosa.
Se han ido recientemente José Luis Sampedro, Sara Montiel y Margaret Thatcher. El intelectual ha elevado la discreción al cielo. Dejó dicho a su entorno que se marcharía de puntillas y su deseo alcanzó la fuerza de un acta notarial. Nos enteramos el martes, ya convertido en polvo ceniciento, de que había fallecido el domingo. La trascendencia de su legado nacía de una cabeza privilegiada, de una mente joven incrustada en el cuerpo digno del anciano, de un compromiso ético.. Da la impresión con esa muerte de que el reconocimiento alcanzado, especialmente en el epílogo de su vida, le llegó casi a su pesar.
Con el adiós imprevisto de la violetera se reproduce la cascada de elogios superlativos que se dedica a los cuerpos inertes. Una vez muertos resulta que éramos más altos, más guapos, más influyentes, más todo lo bueno que pensar se pueda. Nos van mucho los homenajes a toro pasado, las medallas enganchadas a la madera noble de la caja fúnebre. Ya lo siento por la legión de admiradores de la manchega, pionera en la conquista cinematográfica de USA como décadas después lo fue Fernando Martín con el baloncesto. Veo secuencias de cintas viejas y no le saco el talento que pregonan. La recuerdo como una mujer que hizo perder cabezas, pagada de sí misma, ampulosa en el hablar, consciente de que su poder invocaba a la carne y a las curvas.
Resulta indudable la importancia política de la Dama de Hierro. Era una de esas mandatarias que dividen a partidarios y detractores en bandos irreconciliables. Fabulosa para unos, sajadora tremenda de derechos sociales -así es, así lo parece- según otros. En mí genera la misma ternura que las semblanzas del cuartel. Solo sonrío al rememorar las cervezas de la cantina a diez duros y las partidas de ping-pong con un bollycao en la mano libre. Pues eso, del resto recordar no quiero, que escribía Machado. Pero al margen de filias y fobias, la Thatcher marcó el devenir político del Reino Unido, país cuya tradición provoca genuflexiones en mucha gente. Mal lo llevamos los afrancesados.
Debo volver a Sampedro porque me lo reclama el alma, porque me lo dictan la admiración seca y el respeto. Dio en coordinar materias que suenan antónimas, como la economía y el humanismo. Se indignó con la podredumbre moral -no hablo de braguetas- de una sociedad que ni siquiera mira por el retrovisor los cadáveres que va dejando en la cuneta. Y animó a la rebelión cívica e intelectual de los jóvenes, muchos más viejos mentalmente que él. Se acerca la Feria del Libro, programada para el próximo fin de semana en la Plaza de España, y buscaremos en sus puestos las obras de Sampedro. También pertenezco, por desgracia, al bando que glorifica figuras a título póstumo. Así que andaré al acecho de ‘El río que nos lleva’. ‘Octubre, octubre’, ‘La sonrisa etrusca’, ‘La vieja sirena’ o ‘El amante lesbiano’.
Hablando de literatura, cabe aquí lamentarnos por el cierre de otra librería. En este caso perteneciente a la cadena Abac, que bajará la persiana en El Boulevard con la muerte de abril. En cada clausura de templos dedicados a las letras enfermamos un poco. Así que aguardaré la cita anual con los aniversarios fúnebres de Cervantes y Shakespeare para inyectarme dosis de narrativa. Fumando espero, como cantaba Sara Montiel como esa voz carnosa que incita a los instintos horizontales.