Vitoria acumula cierres hoteleros y parece improbable reservar una habitación al Papa
No había recibido pagana sepultura la sardina cuando el Papa anunció su marcha por una puerta discreta del Vaticano. La secular batalla entre Don Carnal y Doña Cuaresma ha cobrado esta semana un protagonismo mayúsculo para perjuicio del pequeño pez marino, enterrado por la lógica notoriedad de la histórica renuncia en el corazón de Roma. Benedicto XVI ha dicho ‘basta’ con esa voz de susurro que le distingue. Contenido fuerte en un tono melifluo. Cansado y enfermo, viejo y solo, el sucesor de San Pedro y Dios hecho carne en la tierra se retira harto de conspiraciones palaciegas. En su última homilía lo podía haber manifestado más fuerte, pero difícilmente más claro. Ahí mostró su decepción ante el politiqueo que campa por la basílica más célebre del ‘urbi et orbe’.
Desde mi falta de fe, todo el respeto para la dimisión del pontífice. Algún obispo vinculado a Juan Pablo II le ha criticado por no llevar la cruz hasta la cima del Gólgota, recordando el penoso arrastre del Papa polaco. Ha definido su gesto como una cierta concesión a la cobardía, pero qué quieren. Me parece un acto valiente, insólito por estos lares, donde se confunde ‘dimitir’ con el nombre de algún dirigente caucásico. Y no enredemos más en el asunto, que enseguida nos vamos a Piterman y se nos encabrona la sangre albiazul. Entre los políticos que votamos o dejamos de elegir no abundan las despedidas ni cunde el ejemplo. Se les arroja un caldero de agua hirviendo y, a lo sumo, aprovechan para marcarse la raya en el pelo.
Anuncia el germano Ratzinger que ingresará el día 28 a las ocho de la noche en un convento de clausura. Y añade que no interferirá en el desarrollo de la Iglesia. O sea, lo contrario a José María Aznar, que aprovechaba cualquier viaje al exterior para martillear la ya cuestionada reputación del país. Donde seguro que no recalará el Papa dimisionario es en Vitoria. Vale, seguro que podría acogerlo monseñor Asurmendi o habitar en la residencia de sacerdotes rasos donde ahora el Ayuntamiento hace obras pero, desde luego, parece complicado reservarle un hotel.
Nos hemos pasado la vida viendo pasar gente hacia otro lado, esperando como en ‘Bienvenido Mr. Marshall’ a que alguien se detuviera, siquiera fuese para comprobar la presión de los neumáticos. Marchábamos a la cola de la atracción turística hasta la idea gloriosa y catedralicia del ‘Abierto por obras’, dos festivales musicales de relevancia internacional y el premio europeo por tener la piel más verde que la rana Gustavo. La escasa oferta hotelera de Vitoria se multiplicó considerablemente en la última década y en medio año se nos acumulan los cierres. La crisis económica frena las visitas profesionales y, querámoslo o no, la capital alavesa tiende a quedarse en un itinenario diurno obligado entre una noche en San Sebastián y la siguiente en Bilbao. No es ciudad para durmientes, ni bellas ni feos. O viceversa.
Han caído tres ejemplo de hospedaje con nombres reminiscentes.. En verano cesó la actividad del Gasteiz, término que tributa homenaje a nuestra vieja colina medieval, un establecimiento de cadena grande que no veía el color del dinero. Hace una semana conocimos la clausura del Iradier, apellido ilustre de músicos y exploradores vinculados al terruño. Mañana no levantará la persiana el Almoneda, bella palabra árabe que viene de ‘grito’ según el diccionario etimológico. De dolor, se entiende. Parece una tétrica disposición de piezas de dominó que empujan unas a otras para derribar la coreografía entera.
Pues eso, que lamentablemente la Vitoria cada vez más reconocida apenas engancha a los turistas por el cuello para meterlos en la cama. Si no fuera por el Azkena Rock que llena las plazas hoteleras y el Festival de Jazz, los reponsables de hoteles se juntarían en el vestíbulo de alguno para llorar todos juntos. El cine nos ha enseñado que algún país no conviene a los viejos. Y Vitoria no es ciudad para durmientes.