MOBILIARIO URBANO por ÁNGEL RESA
Ivanovic trajo un concepto existencial en blanco y negro, pero la vida se pinta con matices.
La longevidad de Dusko Ivanovic en Vitoria, sobre todo durante la primera etapa, alteró la paleta humana de los colores. Pensábamos una vida pintada con distintos tonos grises, del pálido al marengo, pero el entrenador montenegrino trajo para instalar un concepto de la existencia en blanco y negro. Y como suele suceder, enarbolaron la bandera de la intransigencia más los duskistas que el propio técnico. Los seguidores de una causa tienden al fundamentalismo por encima del propio molde. Eran tiempos en los que se acusaba de desviacionistas a quienes matizaban algo sobre él. Fue una era maniquea y absurda de ‘con él o contra él’.
Dusko deja en su forzoso adiós la estela del técnico más importante del club en su largo medio siglo de historia. Pero me niego a entender el mundo sin territorios neutros para el acuerdo, solo con una valla que divide a aliados y detractores. Todas las personas acertamos a veces y erramos otras. Incluso en el mismo día, por mucho que sus seguidores no comprendan las debilidades humanas. Y el mismo Ivanovic, aun con la extrañeza que provoca leerlo, también es de color híbrido. A su mérito incuestionable para hacer del Baskonia un club temido en Europa hay que añadir su falta de cintura en la conducción de grupos. Huyo de las etiquetas ‘anti’ y ‘pro’. Despegada la venda de los ojos se ve a un trabajador descomunal, implicado, ambicioso hasta el extremo, aferrado a unos pocos principios tácticos y militar en su comportamiento deportivo. Ni blanco ni negro, sino todo lo contrario.
En el banquillo Dusko es transparente, enseña virtudes y muestra defectos sin cortinas discretas. Su magna aportación cabe hallarla en la fuerza mental, en la construcción de equipos de amianto que repelían las balas enemigas y gobernaban los partidos con sus propias tablas de la ley. Esa mentalidad ajena a este mundo ha obrado milagros prohibidos a cualquier otro técnico, como aquella final copera en Valencia’03 desdeñando las excusas y con el cuadro roto por las lesiones -la sobrecarga influye- o el rosco de la final’10 ante el Barcelona, la segunda aparición mariana tras aquel título que nos birló un cuarentón a los mandos del Manresa. Esa fe inquebrantable, propia de un visionario, llevaba a Ivanovic a formular declaraciones asombrosas. En su día, durante una entrevista, le pregunté si pensaba resolver con triunfo un hipotético duelo frente a los Lakers en Los Ángeles y me respondió que sí, que de lo contrario no viajaría. Y le creí. Vi en sus ojos la firmeza del convicto.
Al Dusko victorioso del Baskonia, sobre todo en su regreso tras fracasar con el Barça, le ha condenado la falta de alternativas con los que modificar sobre la marcha sus mandamientos inalterables y la renuncia inaudita a defender en zona, por ejemplo. Esa variante que sí utilizan los rivales para alterar el ritmo ofensivo la ha vetado en sus filas, salvo aquella noche que salvó en El Pireo con una 2-3 muy activa hasta voltear un 33-18 adverso. Fue la misma fecha en la que el Deportivo Alavés asaltó San Siro. Qué tiempos.
También, para qué engañarse, ha pagado el peaje del debilitamiento deportivo. Aunque sus centuriones se empeñen en rebatirlo, Ivanovic -igual que todos- necesita buenos jugadores y ha dispuesto de planteles memorables. ¿Recuerdan el de Bennett, Corchiani, Sconochini, Vidal, Foirest, Nocioni, Oberto, Tomasevic y Scola? Pues eso, doblete. La disciplina castrense del montenegrino requería jóvenes hambrientos de gloria. Tal exigencia le cerraba un mercado de baloncestistas consagrados a quienes la música militar nunca les supo levantar, según cantaba Brassens y versionó Paco Ibáñez. Y, con el respeto debido, hay una distancia kilométrica entre el bloque de 2002 y el que anteayer sonrojó al baskonismo.
Fuera de la cancha Dusko es un hombre culto, a un libro aferrado en cada vuelo, políglota, buen conversador y… sensible. Sí. Al Ivanovic de rostro desencajado, al que defendía al alero abierto rival con su tendencia irremediable a invadir la pista, al inflexible y eterno inconformista, le pueden dos mujeres hasta el punto de dibujarle sonrisas perennes: su esposa y su hija. Con ellas el mariscal se arrancaba las charreteras del uniforme y la bondad, escondida tras una apariencia férrea, brotaba naturalmente. Dusko, tras casi una década de matrimonio deportivo ejemplar con Josean Querejeta previa al reciente divorcio, ya es historia azulgrana. Deja un huecograbado profundo. Sin duda, se lo ha ganado.