Mobiliario urbano por Ángel Resa
Las familias afrontan la verdadera cuesta, septiembre, con la estocada del IVA
El calendario evoluciona como la vida misma. Pasamos la infancia y la juventud escuchando cómo nuestros padres se ciscaban en la famosa cuesta de enero que abrían los generosos Reyes Magos con pasta ajena. Era un puerto de pendientes cuyos desniveles hacia arriba mordían la economía doméstica. Será que uno daba por bueno el concepto cuando era hijo, no así cuando a esa condición une la de procreador a caballo entre dos generaciones. El maldito puerto ha avanzado ocho meses hasta situar la cima del durísimo Angliru -aprovechando que la Vuelta pasa por España como discurre el Pisuerga por Valladolid- en septiembre. Justo después de pagar unas vacaciones más o menos modestas aparece el curso escolar con sus gastos a mansalva.
Miedo produce asomarse al balcón de mañana, el lunes que inaugura en muchos hogares la compra de los libros de texto. Recuerdo que hace un año los tochos que de pequeños mirábamos con rencor me arrancaron de la cartera casi seiscientos euros entre dos chavales. Efectivamente, el saber no ocupa lugar porque vacía billeteros, adelgaza libretas de ahorro y deja al desnudo la tarjeta de crédito. Teniendo en cuenta el acierto de extender hasta los dieciséis la enseñanza obligatoria, el precio de esos vastos volúmenes del conocimiento parece indecente. Conseguirán a este rirmo el retorno a la economía del trueque: cambio el usado de Matemáticas por el sobado de Lengua.
A todo esto, el alumno no acude al colegio sin más ropa que esos libros que las chicas de nuestra época cruzaban sobre el pecho. El chándal se ha quedado pequeño, aquellas barquichuelas de zapatillas deportivas son ahora transatlánticos y los jóvenes quieren la ropa de marca que vende una tienda ‘in’ y juvenil del centro de Vitoria. Los sumandos se transforman en merma como burla o paradoja de la aritmética. Tantos productos comprados a tales dineros, equicientos euros menos en la cartilla.
Nuestros hijos padecen desde críos dolores de espalda por esas mochilas pesadas que parecen gibas de dromedario miradas desde lejos. Y las bolsas colgadas de los hombros van repletas de material escolar. ¡Ah, con el fisco hemos topado! Sí, porque en una era de auténticas privaciones económicas para demasiadas familias, el Gobierno alza su garra recaudatoria para asustar aún más a una sociedad amedrentada. El IVA (Impuesto sobre el Valor Abusivo) del material escolar se propulsa cual cohete que siente el fuego en el culo del 4% al 21%. Con un par. Al peso físico de la mochila se añade ahora la estocada añadida del gasto.
Dos hijos, diez asignaturas por cabeza. Échenle veinte cuadernos, cautro bolígrafos de colores, reglas, escuadras y cartabones, cartulinas, mapas y el inevitable ‘pendrive’ porque ahora se presentan los trabajos informatizados y no con las escrituras indescifrables del pasado. Más de una madre o de un padre masticarán hojas durante una temporadita porque anticiparon las compras a agosto con el fin de solventar la brutal escalada del IVA. Cuando su tierna o no tanto criatura abra la tapa para mostrar el folio de tamaño grande y milimetrado se topará con el veto de algún profesor cuadriculado y entusiasta del bloc pequeño.
Nos advirtieron de que no propinarían martillazos a la sanidad y la educación, los auténticos caballetes que sostienen el Estado del bienestar. Y miren ustedes cómo andamos. Solo faltaba que el Gobierno atendiera la retrógrada idea del ministro Wert, partidario según sus palabras de financiar con los escasos recursos públicos a los centros que segreguen al alumnado por sexos. ¿Recuerdan los chicos con los chicos y las chicas con las chicas? Justo lo contrario de lo que cantaban Los Bravos. El dirigente popular defiende su tesis con una declaración de la Unesco de ¡1960! A este paso llegaremos a invocar normas de Recesvinto.