MOBILIARIO URBANO por ÁNGEL RESA

Menos mal que el resto de sindicatos y los grupos políticos municipales no secundan la ‘justificación’ al juego del escondite laboral

Una representante de ELA, central mayoritaria en el comité de empresa del Ayuntamiento, se declaró muy molesta con la información que EL CORREO ha publicado esta semana sobre la funcionaria municipal que fichaba por ella y por sus compañeros. Sí, los libraba –según la noticia- como en aquel juego infantil del escondite al que nos entregábamos antes de que vídeos y consolas sustituyeran los viejos placeres del infantil ocio callejero. Venía a decir la portavoz sindical que el asunto no es para tanto, que existen otros de mayor enjundia sin la atención debida y que la página del diario ensuciaba la imagen de los servidores públicos. Que adónde vamos a parar con la apertura de un expediente a la presunta protagonista, como si las irregularidades hubieran de pasarse por el arco levadizo del triunfo. Pues vayamos por partes.

Conozco dos tipos de personas que se sienten justamente agraviadas ante semejante argucia ‘laboral’. En el primer grupo quedan condensados casi todos los contribuyentes de Vitoria, a quienes en sus trabajos respectivos se les exige el don de la ubicuidad. O sea, estar en sus puestos respectivos a las horas que marca el convenio. El segundo lote, más exiguo pero muy fatigoso, lo forma el ejército de opositores a plazas de todas las administraciones imaginables. Gente que se deja las neuronas y renuncia durante un tiempo a su vida para aprender temarios como chuletones bajo el filo de la estrecha proporcionalidad. Me refiero a esas convocatorias de, pongamos setenta plazas, a las que aspiran millares de pretendientes. Quizá para ingresar en una bolsa de la que se extraerán papeletas cuando haga falta. En demasiados casos, seres con el medio siglo cumplido a los que se ha echado a la calle tras décadas de trabajo por obra y desgracia de la puta crisis.

¿Que hay problemas más acuciantes? Seguro. Pero la comprobación empírica y dramática del hambre en África no puede servir para despejar fuera baloncitos que amenazan con entrar  por la escuadra propia. Suena a defenderse mediante la táctica del ataque, al ‘pues tú más’ que tanto gastamos en las disputas particulares y breve frase muy al gusto de los políticos, al margen de las siglas que los amparen. Nos retrotrae a aquellas peleas dialécticas de patio colegial, cuando dejábamos claro que si tú me llamas ‘tal’, yo a ti te digo ‘Pascual’. ¡Ah! Y que la noticia termine impresa en la página del periódico no anula el hecho en sí. Sería como negar los conflictos en Ucrania porque la televisión, la radio y la prensa los ignoran de mala manera.

Por cierto, no se me vaya a olvidar el cabreo lógico de los muchos funcionarios que trabajan bien y atienden convenientemente a la ciudadanía. Nada contentos deben sentirse por esta mancha particular que, como el aceite extensible, puede embadurnar de un óleo injusto a toda la comunidad de empleados públicos. Desde luego, si el menda lo fuese dirigiría la indignación a ese juego del escondite, no a las ‘justificaciones’ de paños calientes o a culpar del asunto al empedrado. Creo que todos podemos dar fe, sin necesidad de opositar a notarías, de la espléndida disposición de muchos servidores administrativos. Hace un par de semanas me di el gustazo de felicitar a una mujer de la Seguridad Social por su eficacia y amabilidad al atenderme por una cuestión de la tarjeta sanitaria europea. Y lo mismo cabe afirmar de trabajadores en las ventanillas de otras administraciones.

Menos mal que el resto de los sindicatos que componen el comité del Ayuntamiento han reaccionado de forma opuesta, de acuerdo con el parecer mayoritario de unos contribuyentes que ven en el tema una irregularidad por definición. Argumentaban, normal, que acciones como esa deterioran el crédito general del funcionariado. Algo así como que alguien se tape la vergüenza con su propia sábana, sin pedir mantas al resto. Y que los cuatro partidos políticos sin excepción conectaran –por una vez y que sirva de precedente- con el sentir mayoritario de una población que reclama lo que a ella misma se le exige.