MOBILIARIO URBANO por ÁNGEL RESA
El ‘multacar’ camuflado se salta las casillas de ajedrez con la libertad del peón, el alfil, el caballo o la dama
Alguien me animaba estos días a escribir sobre Halloween (Jálogüin en fonética casera), pero no terminó de convencerme el consejo. Esto de la globalización y las fiestas importadas con calzador calará, sin duda, entre las últimas generaciones. Quienes cepillamos canas o ni siquiera usan ya el peine observamos esta juerga del horror cosmético como un asunto tangencial a nuestras vidas y muertes. Qué quieren, veo más guapas a mis conocidas con el aspecto que lucen a diario y bastante peor cuando les mana sangre del ojo en una cara del color de la escayola y dientes podridos. Si el asunto alegra al personal joven y beneficia a la hostelería poco cabe rebatir, pero los hay que no intuimos diversión en el tema de los difuntos. Para disfrazarnos ya están los carnavales autóctonos, libres de componendas fúnebres para echar unas risas ataviados tal como nos salga de donde quieran.
Los valientes que deciden seguir esta columna ya se han leído un párrafo dedicado a Halloween como quien no quiere la cosa. Y la cuestión es que yo he venido a escribir del F-F. La ‘Final Four’ que Bertomeu ciñe a las grandes urbes y enfría los deseos del Buesa Arena, pensarán ustedes. No, me refiero al ‘Ford Focus’ de la discordia, ese vehículo gris -mimetizado con el color vitoriano- que puede apostarse en diferentes sitios de la capital alavesa para multar los excesos de velocidad y meter dinero fresco en las magras arcas del Ayuntamiento. Un paisano de a pie grabó hace una semana un vídeo inquietante. El hombre se acercó al susodicho coche para preguntar al policía local por qué se estacionaba cincuenta metros antes del área pintada para ello. “Es que me ha apetecido ponerme aquí”, contestó el agente con un tono menos amable que el de la educada interrogación.
Y el personal se encabrona, claro está. Interpreta en la ubicación del automóvil chivato y en la respuesta cierto abuso de autoridad. Hay frases que evocan el viejo y despreciable soniquete de “usted no sabe con quién está hablando”. Incluso partiendo de que los uniformados pueden aparcar el vehículo de camuflaje allá donde decidan, el asunto no admite un pase. Aun tomando en cuenta la opción de fotografiar a los infractores sin el aviso de dónde quedarán retratados. Se entiende que si el objetivo consiste en evitar atropellos, la ‘clandestinidad’ es una opción válida que antepone lógicamente la seguridad a las molestias. Los temerarios han de purgar con el paso por la caja común su capacidad de generar desgracias. Hasta ahí, de acuerdo, pero si el Gabinete Maroto anuncia los 62 lugares donde actuará el ‘multacar’ no valen luego las trampas. Y de las formas, ni hablamos.
La integridad del peatón se encuentra por encima de todo y bien parece que a los kamikazes se les toque ejemplarmente el bolsillo para evitar males mayores. Pero qué quieren, el juego del escondite, el suculento dinero ya obtenido por las sanciones y los ingresos previstos por tal concepto en el presupuesto municipal huelen a un afán recolector que tira para atrás. El Ayuntamiento habla de medida “disuasoria” -todo parece poco a la hora de eliminar riesgos- mientras sus administrados traducen la expresión por “recaudatoria”.
Al Focus que vive del soplo le han surgido abundantes delatores. Supongo que todos aplaudimos el escarmiento a los ‘vetteles’ de turno, pero la mayoría no acepta los estacionamientos de este coche por el artículo 33. Se le ha fotografiado encima de las aceras, lugar naturalmente vetado al resto de automóviles y espacio exclusivo del caminante. O en alguna mediana. O en lugares reservados a los conductores con discapacidad física. Y dan ganas de clamar, como decía el trabalenguas Ozores, “no, hijo, no”. Si el Ayuntamiento entiende la sanción a los infractores de la velocidad como un asunto de trincheras, que no establezca el juego de las casillas marcadas para saltarse las normas por el arco consistorial. Historias de F-F, el ‘Ford Focus’ de la discordia.