Vuelve el hombre inequívocamente italiano para buscar con el Baskonia una regeneración mutua
Dieciséis años después, aún resuenan en mis tímpanos los suspiros femeninos de cuando Sergio Scariolo entró en la sala de prensa del Fernando Buesa Arena. Aquel tipo inequívocamente italiano tenía entonces cumplidos los 36, tez morena, cabello oscuro engominado hacia atrás como si alguien le estuviera estirando del pelo por la espalda y corbata de nudo grueso. Sinceramente, aquel aspecto de dandy y encantador de mujeres generaba ese tipo de prejuicios que jamás resultan convenientes. Tras su apariencia de seductor se ocultaba todo un técnico grande de baloncesto.
En aquella primera comparecencia pública ya habló un castellano de tal corrección que diríase haberlo aprendido a la vera de Quevedo. Y lejos de encadenar tópicos, sus declaraciones inaugurales desvelaron a un entrenador metódico, de ideas claras y ambiciones similares a las de un club en propulsión. De él, charlando una miaja por los pasillos tras concluir el primer encuentro con los periodistas -relación correcta y suspicaz, profesional y medida, atenta y siempre en guardia- recuerdo dos pompas etéreas de jabón: la molestia que le producía escuchar su apellido en versión española (Escariolo) y una respuesta híbrida a la pregunta del firmante.
-¿Qué le parece Garbajosa? ¿Cuatro o cinco?
-Cuatro y medio.
Vaya, lombardo de ascendencia gallega, pensé. Pero no. Scariolo (s líquida) llegaba del Fortitudo de Bolonia con el hambre deportiva que siempre exige el Baskonia. Aquí se reclama una simbiosis mutua entre el crecimiento del preparador -piedra angular para Josean Querejeta- y el del equipo. Una retroalimentación de sumandos en busca de títulos. Doctores en baloncesto tiene este periódico para que el menda hurgue con el rotulador de los símbolos, pero permítanme apuntar que pocas pizarras en el continente han brillado tanto como la que maneja este ‘tiffoso’ del Inter.
En Vitoria permaneció dos temporadas, suficientes para cuajar un juego espléndido en la primera que no remató por el gatillazo con la espada -le devolvieron al corral el toro del Manresa- y alzar la Copa a la siguiente. Aquel TAU Cerámica era un conjunto riguroso, coral, intenso, estructurado y ganador con un base de otro mundo (Bennett), dos francotiradores en las esquinas (Espil y Beric) y dos pívots (Burke y Scott) que bajaban a la mina para extraer bloqueos de negro carbón. Como segunda unidad, un banquillo nacional con el admirable Millera, Cazorla, Angulo, Abad y Garbajosa. Ese grupo ofrecía lo mejor que puede deparar un equipo: personalidad. Los aficionados sabían qué baloncesto iban a ver y gozaron con el título de la Liga regular. Lo de ‘Chichi’ Creus pertenece al territorio legendario donde habitan los colosos.
No quisiera extenderme más en aspectos del juego. Sí lo justo para explicar que, además de sus indudables conocimientos tácticos, Sergio es muy trabajador y también sabe delegar en unos colaboradores que considera importantes. Y no creo que se moleste -bueno, dudas hay- si escribo que parece pagado de sí mismo. Hasta cerrar su etapa en Málaga sumó éxitos incuestionables. Una Liga con el Madrid ganada en el mismísimo Palau Blaugrana la noche en la que Djordjevic provocó a su antigua parroquia y otra en el Unicaja, a la que añadió una Copa..
Pienso que me concederá un añadido. Y por si así no fuera paso de pedirle permiso. Asistí desde el gallinero del vetusto y boquerón Ciudad Jardín a la génesis del idilio con su actual esposa, Blanca Ares. La exjugadora internacional realizaba entrevistas para Canal Plus y aquella charla en la pista antes del partido se alargó mucho más que un diálogo deportivo al uso. Ya desde la distancia seguí sus empeños en la la fundación Cesare Scariolo -en el nombre del padre- para ayudar a niños con cáncer. Ahora, de vuelta a ‘casa’, confío en ver su regeneración en los banquillos tras un par de campañas milanesas aciagas. Capacidad, como fijador capilar, le sobra.