El personal se siente desnudado por el ojo giratorio de Hacienda, míope ante estafadores de cuello blanco
La cita anual para rendir cuentas a Hacienda recuerda mucho a la programada por las mujeres con el servicio de ginecología o a la de los hombres ante el urólogo. Todos padecemos la sensación de que van a tocarnos esas partes que mencionamos entre dientes como efecto de la vergüenza o pronunciamos de forma procaz en sesiones ininterrumpidas de chistes verdes, a juego con la ‘Green Capital’. La Administración desnuda nuestras libretas de ¿ahorro? con una simple tecla; los médicos de los bajos nos obligan a despojarnos de la ropa antes de empezar los miramientos del cuerpo.
Para mí que los ordenadores de la Agencia Tributaria -que por efectos de la foralidad aquí portan lábel propio- llevan incorporada una cámara de rayos infrarrojos. Va uno de buena fe, a pesar de conocer la habilidad de prestidigitadores capaces de ocultar lo existente, y sale convencido de que le han dejado en bolas. Se presenta cualquier menda aferrado a los documentos imprescindibles: nóminas para quienes aún conservan el empleo, réditos de alguna inversión modesta, desgravaciones por donativos a entidades que aún muestran rastros de ternura y los pagos del crédito hipotecario. Cree que juega la timba sin trampa, cartón ni cartas marcadas. Y de pronto, el ‘croupier’ toca el ‘intro’ y le recuerda que a los ojos de Hacienda nada se escapa. Bueno, siempre que el susodicho no se haya acogido a la amnistía fiscal para blanquear como el mejor dentífrico oscuros billetes ‘indetectables’ -al parecer- por los infrarrojos de las macrocomputadoras.
“Aquí aparece con fecha del 17 de marzo el cobro por una presentación pública que usted debió hacer en esas fechas”, comunica la funcionaria o el gestor con tono de “a ver si te pensabas que esto pasaba de largo”. Incluso cuando el protagonista no había reparado en aquella factura conveniente y fiscalmente retenida, que no la había hallado en la carpeta del maremágnum contable, que no había dolo alguno en esa amnesia involuntaria. “Usted debió hacer” suena a educada acusación y se traduce por “vaya que si lo sabía, granuja”. Desnudos y con las manos delante, como se situán los defensas de la barrera obedeciendo los gritos del portero.
Las cámaras de la Agencia Tributaria vuelven a actualizar la literatura premonitoria de George Orwell, quien adivinó el mundo del Gran Hermano con su ojo giratorio que todo detecta. ¿Sabrá el departamento de los dineros públicos cuándo ocurrió el enésimo desencanto amoroso de fulanito? ¿Conocerá lo que verdaderamente piensa menganita de su ‘amiga’ cuando la sonríe según el consejo de la Pantoja, dientes que es lo que les jode? Adelante con la exigencia de solidaridad económica al personal en tiempos donde cada euro que huye, bocado que pierde otro estómago. Pero para todos igual, que ya se sabe que unos son más Hacienda que otros. Leemos que las multinacionales, amparadas en su poder para crear instrumentos de ingeniería financiera, encabezan la lista del fraude fiscal. Y que muchos profesionales, con la connivencia social en la que todos tenemos culpa, ni siquiera manejan ya la disyuntiva ‘con o sin IVA’. Sobreentienden lo segundo, que lo del 21% no deja de constituir una salvajada superflua.
Si la vigilancia extrema sirve para que nadie eluda la ventanilla habrá que aguantar esta especie de desnudez. Pero claro, los hay que se mosquean cuando algunos partidos con responsabilidades de gobierno se niegan a cruzar datos fiscales para evitar el ojo de halcón universal que proyecte luz a zulos económicos no declarados. O se quejan de que conozcan de uno hasta la marca del calzoncillo mientras aún no se ha metido mano a los tributos de los deportistas profesionales. La gente que grita ‘goool’ o ‘triiiple’ en la grada sí que abona como un campeona. El héroe sobre la hierba que se levanta la camiseta para descubrir la foto del primo paga, proporcionalmente, una miseria. Supongo que su primo es el de Zumosol. El resto lo formamos los números ‘primos’.