MOBILIARIO URBANO por ÁNGEL RESA
Hirukide enlaza en su fiesta anual sus manos con las de Cáritas y la única entidad comestible
Confieso que cuando oía mencionar clanes infinitos me acordaba de ‘La gran familia’, aquella película de hace medio siglo que protagonizaban Alberto Closas, Amparo Soler, el nunca suficientemente ensalzado Pepe Isbert o el gran José Luis López Vázquez. Era escuchar el título y venirme a la memoria Chencho y su ejército fraterno. Pero los tiempos han cambiado, el control de la natalidad también y donde antes decía equiscientos ahora digo unos cuantos menos.. Hirukide -la asociación vasca de familias numerosas- celebró ayer su fiesta anual en El Boulevard y, lejos de mirarse el ombligo tantas veces estirado, decidió levantar la vista para comprobar las punzadas hirientes en carne ajena.
La federación entiende que nuestra crisis sobrevenida moja a demasiados por igual, tengan muchas bocas que nutrir o apenas una. Así que ha decidido aliarse con Cáritas -vaya desde aquí el tributo sincero por su labor social de un agnóstico convencido- y el Banco de Alimentos para diferenciar entre el poder fantasmal de los ‘mercados’ y las necesidades lamentablemente reales de tanta gente. Un remedo social de aquel eslogan ‘Jaiak eta borroka’ traducido a asuntos perentorios, al margen de siglas que no encierran sino vacío y custiones tangenciales que poco han de ver con el estómago.
Sí, el centro comercial de Zaramaga mostraba ayer secuencias de fiesta, pero también reivindicativas. Un responsable alavés de Hirukide me comentaba que la asociación había recogido ya quince tonelades de alimentos para el único banco que se me ocurre bueno. Y que me perdone la fuente porque en el sector trabaja. Luis de Guindos -eh, que yo no he escrito que se cayera del árbol mismo- ha alumbrado la entidad financiera mala, el vertedero de productos vergonzosamente tóxicos que se vendían tal que la purga del tío Benito. Como si de ahí hubiéramos de deducir que el resto de prestararios fueran bondadosos por definición. Ni bautizándolos con nombres celestiales como el Espíritu Santo les daría yo la espalda, que nadie presta duros a cuatro pelas.
Hirukide reclama lo suyo, una atención a personas que reclutan activos para una legión creciente de pasivos. Pero también entrelazó sus manos con los voluntarios admirables de Cáritas, que vendían pulseras compuestas de chapas de café o zarcillos paridos por manos virtuosas a precios de ganga. Y con altruistas del banco alimenticio que recogen lo que otros consideramos sobras. Sé que aquí izará la mano el debate entre caridad, beneficiencia y derechos sociales justamente adquiridos. Atenderé cualquier aportación procedente de tipos arremangados de verdad. No de quienes pronuncian palabras huecas desde un buenismo de pose estudiada sujetando con los dedos un vaquero de marca y entre los labios un cigarrillo genuinamente americano.
Había ayer ambiente en El Boulevard. Programaban payasos -por el respeto debido a quienes entretienen me ahorraré comentarios peyorativos- e hinchables. (Aquí me vino a la mente la inflamación de órganos en plena era del desencanto). No, me refiero a castillos esponjosos para gente menuda. Y mientras recorría los espacios dispuestos por Hirukide en su alianza con Cáritas y el buen banco rememoré declaraciones recientes del responsable de esta entidad ‘financiera’ comestible. Algo así como que en una época tan antipática como la parida por Lehman Brothers el personal aporta menos, pero la recolección aumenta. Más ciudadanos se apuntan a la solidaridad aun con lo puesto.
Reflexiones que nos reconcilian con el género humano que es un lobo para sí mismo, según el filósofo Hobbes. Pero, al parecer, el personal no ha perdido del todo ese pellizco que encoje almas. Me parece perfecto que algunos entiendan esto como una finta de beneficiencia. Pero que lo digan después de ingresar aceite o lecho o arroz o pasta en el banco bueno. Lo demás, palabrería que el ventilador esparce al aire de la mierda.