Vitoria podria haber anunciado con su nevada la fumata blanca por Bergoglio
El desenlace del cónclave podría haberse celebrado en Vitoria. Aquí usamos nieve -alba, cómo si no, con la patrona que tenemos- en lugar de humo. Roma apuesta por una aleación de productos químicos para quemar las papeletas de los purpurados. Depende de cuáles se usen brota el color negro como la noche o el tono blanco de la Purísima. Aquí somos más naturales, invocamos a la meteorología. El tercer temporal en apenas un mes coincidió con la urna del Vaticano. Cierto que las últimas precipitaciones sobre la capital alavesa, tan cercanas ya a la primavera, apenas resultaron un amago embustero. En cambio, al balcón más escrutado de la semana se asomó un Papa de verdad.
La Iglesia católica domina la liturgia y clava la escenografía como nadie. Tal vez el ámbito taurino se le acerque, pero a varios muletazos de distancia. En plena revolución tecnológica que no cesa, con Internet como emperadora tranfronteriza y las redes sociales cual nuevas plazas públicas, el mundo entero miraba a una chimenea. Hay que tener mucha tradición y control del suspense para ello. Incertidumbre hubo un rato. Desde la fumata blanca hasta la aparición de Jorge Mario Bergoglio transcurrió casi hora y media. La duración de un partido de fútbol, que para eso Francisco es argentino y quien se precia de ello tiene el balompié como una pasión irrenunciable.
El nuevo Papa se hizo de rogar -expresión cristina donde las haya-, pero al fin se mostró. Sencillo, como asustado ante la multitud, con cierto parecido físico a Pablo VI, el Pontífice de mi infancia. Nos salió pibe y ‘cuervo’, socio del San Lorenzo de Almagro. Santo debía ser el club de sus emociones. Comparto equipo de allá con Bergoglio -suena a medio centro organizador, ¿eh?- porque el conjunto azulgrana de pantalón blanco acogió a muchos futbolistas vascos exiliados por la Guerra Civil. Me lo contó durante una entrevista deliciosa en una mañana soleada de Andoain Isidro Lángara, rematador formidable y tres veces ‘pichichi’ con el Oviedo.
Resultó tan larga la espera a Francisco que hubo tiempo de rellenar más quinielas y destrozarlas todas. Tampoco ayudó el protodiácono francés, a quien no se le entendió ni pamplona al anunciar la identidad del cardenal sudamericano. Supongo que muchos confiaron en que al balcón de San Pedro no se asomara monseñor Rouco Varela, a quien se nombra así, con dos apellidos, igual que a los árbitros en la Liga española.
El Sumo Pontífice ha iniciado su papado con un montón de detalles austeros y humildes, ajenos al célebre boato vaticano. Se aventura que pondrá firme a la curia a partir de los papeles trufados de escándalos que se conocen como Vatileaks. Aquí también hemos revivido esta semana nuestra particular y presunta historia de espionajes con el juicio a un ex-burukide y dos ertzainas acusados de espiar a personas públicas del territorio histórico. Cuecen habas alavesas como también hierven en los pucheros de la Ciudad Eterna.
Analistas, politólogos y eruditos de la religión se han apresurado a destacar los valores pegados a la tierra de Bergoglio. Desde la elección del nombre hasta su condición de jesuita y origen austral, pasando por el apego a los pobres y menesterosos o sus traslados en transporte público por la inmensidad de su Buenos Aires querido. Arrogante, desde luego, no parece en absoluto. Nuestro obispo, Miguel Asurmendi, se une al coro del discurso oficial y supongo que las virtudes que se asocian al Papa Francisco caerán muy bien entre los cristianos arremangados en la fregadera de la necesidad. Me acuerdo, como ejemplos, del parroco de Santa María, José Ángel López de Lacalle, y de la gente de Cáritas que ayer celebró su asamblea. A ellos, con la humanidad que parece generar Jorge Mario, presento humildemente mis respetos.