Tomamos el Año Nuevo con la falsa ilusión de cambiar abruptamente nuestras vidas
Llegan las fechas de las listas escritas o guardadas con más o menos convicción en la memoria. Se trata del índice de los buenos deseos aprovechando que la puerta batiente se encuentra a punto de desahuciar a 2012 para franquear la entrada a 2013. Al que, por cierto, nos lo pintan tan oscuro como el betún que embadurnaba el rostro de Baltasar en la cabalgata de Reyes antes de la afluencia de inmigrantes. Ya saben: dejar de fumar, volver al gimnasio, recurrir al coche de San Fernando, moderar el alcohol, controlar nuestros prontos, entendernos con los hijos, visitar a las madres… Como si cada biografía terminase abruptamente a la hora de Cenicienta en la noche de San Silvestre para inaugurar una vida nueva con el año recién estrenado. Como si pudiésemos volvernos del revés a modo de camiseta reversible y no estuviéramos maleados por el peso de las experiencias anteriores.
Poco después de que los animados atletas populares, algunos disfrazados en un prólogo del carnaval, recorran las calles céntricas de Vitoria la ciudad trapasará a Nantes la banda verde de la ecología europea. Es el momento de reflexionar sobre los réditos que hemos sacado a nuestro reinado, algunos tan incuestionables como una imagen de marca internacional o la dosis de autoestima necesaria para dejar de considerarnos una isla gris en un océano de vanidades. El foco abandonará la capital, pero quizá consigamos que no huya de la provincia. Añana, con su esotérico paisaje de salinas en terrazas superpuestas, puede colgarse en 2013 la medalla de patrimonio protegido que reparte la Unesco en su podio del meritoriaje.
Por lo demás, no hay que albergar demasiadas esperanzas. Más propio de la magia que de la lógica sería que terminase la bronca permanente en el Ayuntamiento o que decidiéramos dejar de quejarnos por todo. Avanzarán las peatonalizaciones, la Corporación inflará el pecho por el incremento de kilómetros de bidegorris aunque algunos se dibujen de aquella peligrosa manera, proseguirán las dobles filas, la Policía Local continuará su labor recaudadora en multas para alimentar las flacas arcas del municipio y así sucesivamente. Pero, sobre todo, el personal continuará sobrecogido por esa manaza de la economía que le tiene el cuello estrangulado. El desencanto parece ganar la partida a la rabia tras oír cada año como el de la recuperación será el siguiente. Demasiados locales en venta o puestos al alquiler, proliferación de tasadores de oro y también ahora de plata, angustia para pagar la hipoteca, empleos perdidos y otros en el aire…
Tal vez por todo ello, quienes pueden buscan una válvula de escape para exhalar por ella la combustión de malos humos que llevan dentro. El viernes había gente para formar escuadrones en los bares. Incluso fuera de ellos, aprovechando este diciembre insólito de temperaturas casi primaverales durante el día y noches secas bajo un manto de estrellas visibles. Cervezas en las manos, y vinos, y caldos. Mesas ocupadas para el picoteo que rematan el café y el orujo de hierbas. Ciudadanos peregrinando a los grandes almacenes, templos laicos del consumo, para los regalos de Reyes que no gastaron con Olentzero.
Hoy es la noche del cava, de las uvas, de desear buen año incluso a quienes peor nos caen, de los petardos -pirotécnicos y humanos-, de la deserción de los jóvenes camino del encuentro con los amigos, de los cotillones que deberían cumplir el filtro indispensable de la seguridad, de las lágrimas por los huecos vacíos en la mesa, de los brindis que amenazas con rasgar los cristales, de los vehículos subidos a la acera, de los controles de alcoholemia… Es la noche programada para el jolgorio, natural en unos casos y forzado para no dar la velada a los demás en otros. Mañana será otro año, aunque realmente el 1 de enero no sea sino el día siguiente al de San Silvestre.