MOBILIARIO URBANO por ÁNGEL RESA
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Ampea subraya los problemas de las autónomas, un sector bajo la lupa de la sospecha
Habituados a los discursos incoloros, inodoros e insípidos del ‘buenismo’ político, el jueves por la noche escuché -junto a casi dos centenares más de personas- el mensaje implacable de Julia Liberal. La presidenta de la Asociación de Mujeres Profesionales y Empresarias de Álava (Ampea) no conoce qué es eso de andarse por las ramas ni ha debido leer ‘El barón rampante’, de Italo Calvino, cuyo personaje protagonista se subió a una copa frondosa para establecer en ella su residencia. Y no eran tiempos de desahucios. La directiva llamó pan a la hogaza y al vino, fruto de la vid. Delante del lehendakari en funciones y de altos representantes provinciales y vitorianos, Julia evitó los rodeos y cruzó la rotonda de frente, sin esas circunvalaciones que a ella no le valen.
Con tono imperativo -ha de resultar temible enojada- cantó a la audiencia con cargos las verdades del barquero. Hasta Patxi López, que clausuró el acto en el Palacio Europa, admitió que los asistentes con responsabilidades políticas se habían sentido cuasi regañados. La presidenta de Ampea recordó que muchas de sus socias padecen insomnio para cuadrar cuentas que son sudokus. Que los hijos de las emprendedoras también reclaman comida como los demás y que aspiran a cursar estudios universitarios igual que el resto. Y solicitó al Gobierno vasco que nacerá casi en las mismas fechas que Jesús en Belén el final de otro tipo de desahucios, el de los avales pedidos para mantener las pequeñas empresas a flote.
Recordó injusticias que la sociedad y sus representantes institucionales toman como normales cuando resultan anormalidades en sí mismas. El veto a la enfermedad, por ejemplo, la inexistencia de la cobertura por paro como si las autónomas no contribuyeran a la creación de riqueza y de puestos laborales. Y esa pesada sombra del recelo que acompaña la contabilidad de estas mujeres y sus homólogos hombres. Me refiero a la Hacienda foral que vislumbra en cada trabajadora por cuenta propia una defraudadora en potencia, esos pagos trimestrales del IVA siniestro por facturas que no han cobrado o la demora en percibir las devoluciones del IRPF mientras los empleados con nóminas perciben el ingreso en el plazo de 48 horas.
Julia dibujó un paisaje gris marengo que suscribiría la mayor parte de su auditorio en la noche del jueves. Al menos de quienes no conocen exactamente las ganancias o pérdidas con la que concluirán cada mes. Y planteó alternativas, una por la senda legal y otra al margen de la ley. De continuar la situación así habló de abandonar el régimen de autónomos para ingresar en el general o de emitir facturas sin el Impuesto del Valor Abusivo (este último término lo escribe el firmante). La carrera de obstáculos o los palos en las ruedas conducen a la tentación de maniobrar al otro lado de la valla.
Su discurso desprovisto de paños calientes, un contenido de alta graduación y formas recias, fue el preámbulo de la entrega de premios a las emprendedoras del año. Mujeres que, al coraje de generar, unen la dificultad añadida del sexo. Uno cruzó los dedos para que el fallo del jurado agraciase a dos conocidas por las que siente un sincero aprecio, pero se contentó con el homenaje de sus diplomas como finalistas. También resultó premiada Maider Unda, empresaria familiar en Olaeta y bronce olímpico de lucha.
La deportista aseguró frente al micrófono que expresarse ante el público no era lo suyo. Y después de escucharla reniego de tal opinión. La elaboradora de quesos pronunció una alocución con tilde reivindicativa envuelta en un tono suave que contrasta con su ímpetu sobre la lona. Minutos después, tras un tiempo para la lírica más necesario que nunca (un recital de poesía) y la copa de vino en la mano, a los asistentes aún les resonaba con la terquedad del eco la tormenta dialéctica de la presidenta, quien aplicó voz al hartazgo de un sector mirado con la lupa aumentativa de la sospecha.