Mobiliario urbano por Ángel Resa
Andamos cortos de sentido cívico como peatones, ciclistas y conductores
Tendemos a sentir admiración por aquellas personas que tienen el valor del que nosotros carecemos para cualquier actividad imaginable. Es un sentimiento humano natural restar mérito a quienes hacen lo mismo igual o peor que uno y ensalzar las virtudes de los que llevan a cabo acciones vetadas a las limitaciones propias. Por ejemplo, siento envidia (de la única, que la sana no existe) de los modernos centauros que se mueven por la ciudad a lomos del sillín y aferrados (a veces) al manillar. Además, queda políticamente correcto ponderar a los ciclistas en esta Vitoria que cada vez les cede más espacios a costa de arrancárselos al coche.
Lo escribo por esos extraños y peligrosos carriles-bici nuevos que se vienen pintando en el asfalto de las carreteras urbanas. Antes se mordía anchura a las aceras de los peatones para habilitar sendas a los vehículos de dos ruedas. Ahora se dibujan rayas sobre la brea que reducen plazas de aparcamiento -¿qué raro, ¿no?- y permiten que los ciclistas le vengan al conductor de frente y a escasos metros de distancia. El riesgo se reduce a la luz del día, ya menguante en la capital alavesa, y aumenta bajo el manto oscuro de la noche. Sobre todo cuando el centauro avanza sin luces y vestido de colores negros que lo asimilan al ocaso.
Urge un reglamento municipal que aborde el uso de las bicis, ese medio de transporte que gana adeptos cada día por tantos motivos elogiables, sin duda. Cuenten con los dedos el número de ciclistas que se cubren la tapa de los sesos y verán la mano igual que antes de empezar a enumerarlos. Fíjense en la cantidad excesiva de quienes no portan una sola señal lumínica que advierta su presencia. Por no mencionar a adolescentes y jóvenes que convierten cada trayecto en una prueba de eslalom alpino para mayor miedo del peatón que no sabe si quedarse quieto como Don Tancredo o moverse al ritmo de la yenka para evitar la embestida.
No cabe distribuir a la población en compartimentos estancos. Todos, salvo quienes carecen del carné de conducir, atravesamos la ciudad de maneras diferentes. Somos las mismas personas al andar, pedalear o manejar un carro en terminología argentina. Pero nos comportamos de modos muy diferentes, siempre con el egoísmo propio que supone interpretar las normas según el medio de locomoción del momento. Se trata, indudablemente, de un déficit cívico que nos afecta a todos. El libre de pecado que tire la primera rueda o se desatornille la pierna para lanzarla. Quien se salta un semáforo en rojo a bordo del automóvil puede coincidir con el que rueda sobre la bici por el espacio reservado a los caminantes y en zig-zag o quien como peatón invade el carril-bici y se mantiene en él antes de cruzar la carretera por donde le viene en gana bajo el lema aragonés del chifla-chifla.
Algo así como la Santísima Trinidad. Pilotos, centauros y paseantes pueden, perfectamente, coincidir en el mismo ser que se cree supremo y escoge las reglas del juego en función de su tipo de traslado en ese instante. Por cierto, los conductores de coches deben ceder el turno a los peatones en los pasos de cebra, no así a los ciclistas que se sienten caminantes a horcajadas sobre un sillín cuando son vehículos de dos ruedas. ¡Ah! Y también, en los propios carriles-bici existen esas deferencias ‘acebradas’ para los paseantes que se saltan a la torera demasiados ciclistas.
Si lo redactado anteriormente parece un alegato en contra de la bici será por la incapacidad del juntaletras para expresarse. Se trata, sin más ni tampoco menos, de un canto al sentido cívico del que andamos escasos al desplazarnos por Vitoria. Por lo demás bien parece la afición creciente por reeditar la imagen del centauro, políticamente bendecida, para surcar el camino al cielo a base de pedaladas. Como hacía ET en la película de Steven Spielberg, que ya es un clásico de reposición.