Mobiliario Urbano por Ángel Resa
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Desde pequeño oí que a quienes muestran en público ínfulas de grandeza sin razón se les llama ‘reventados’. Se trata de la gente que aparenta tener más dinero del real, que presume de amigos influyentes que no superan en el mejor de los casos la condición de conocidos y que hablan en los bares con voz muy alta sobre temas que atañen al corralito de los presuntos ricos. Luego existe otra especie humana que se define con los términos de ‘zafios’ o ‘gañanes’. Esta se parece a la anterior en que parece utilizar megáfono en vez de cuerdas vocales. Presume de disfrutar de la vida con viajes de objetivos muy concretos y rezuma debajo de la carcasa soledades y tristezas que oculta para demostrar todo el jugo que le exprime a este efímero paso por el valle de las lágrimas.
Desde luego, semejantes categorías abundan en cualquier lugar, no forman un coto exclusivo de Vitoria. Pero también es cierto que esta ciudad las riega y abona, tal vez para distanciarse de la marea gris y rutinaria que -dicen- nos caracteriza. Me bastaron dos bares el lunes por la tarde en el espacio temporal de media hora para comprobar la evidente existencia de ambas. Al primer local, un establecimiento fino de bebidas excelentes y precios a la par, entraron dos hombres y una mujer. A uno de ellos le delató un detalle en la indumentaria que entierra cualquier tipo de grandeza, era un moderno pañuelo al cuello con unos colores imposibles de adecuar al resto de la ropa. El otro gritaba para dirigirse a su interlocutor, distanciado en apenas cuarenta centímetros dentro de un pub solo ocupado por cuatro clientes. Hablaban de hoteles con clase, la misma que a ellos les faltaba, y alardeaban de conocer hasta las facturas más nimias de una potente cadena. El del pañuelo ‘criminal’ solicitó al dueño que le cambiara la tónica del combinado, una especie de factor diferencial para establecer un ‘appartheid’ con la plebe.
Esta misma semana asistí, sin querer pero inevitablemente por eso de los decibelios, a una conversación en la que uno de los protagonistas sabía de la maldad intrínseca de Florentino Pérez. El Real Madrid estaba a punto de perder la gran oportunidad de sumar otra Champions a su palmarés y en la charla emergieron a la superficie cuestiones relativas a la constructora del presidente blanco y a su presunta falta de ética, según un amigo interpuesto y ausente que informaba al cliente de otro local vitoriano de alcurnia. Todo lo conocían de buena tinta, a pesar de que las fuentes de información no fuesen las directas.
Pero volvamos a la tarde de autos. En otro bar bastante céntrico, dos parroquianos se acodaban en la barra, reposando el culo sobre la banqueta. Un camarero inmigrante con cuatro años de estancia en la capital alavesa pregunta el célebre ‘qué va a ser’. Su buen castellano y el color de la piel asocian su nacimiento a algún lugar de Hispanoamérica. Y en efecto, el hombre es natural de Santo Domingo. Uno de los clientes, ya se sabe que alguien siempre lleva la voz cantante y el otro asiente de vez en cuando, larga al hostelero una batería de preguntas que ríanse de los interrogatorios policiales. Y anuncia, con el deseo de que se enteren todos los presentes, un próximo viaje a la República Dominicana. Manifiesta el cariz sexual de la escapada, “no más de diez días, que si no me aburro”, la ‘caza’ de negritas.
No se trata de su primer éxodo temporal a esa isla partida que completa Haití. Por sus testimonios se deduce que el hombre ha catado allá con anterioridad pues conoce al poco de salir del aeropuerto a un lugareño que alquila coches a precios muy inferiores a los que cobran las empresas convencionales. Se le nota contento de narrar al camarero su intención de gozar con mujeres de su misma raza. ¿Que si hay gente normal en Vitoria? Claro, a calderadas. Lo que no impide para que ‘reventados’ y ‘gañanes’ se hagan notar con ese tono gutual que recuerda a los altavoces de las ferias.