MOBILIARIO URBANO por ÁNGEL RESA
Andrés Nocioni no va a resolver la crisis económica que también nos castiga por aquí ni solventará nuestra eterna y estéril esgrima dialéctica con destino a ninguna parte. Pero habremos de reconocer que el regreso del hijo pródigo ocho años después de emigrar a Illinois, siquiera durante tres meses, ha elevado la alicaída moral de la tropa baskonista. Chapu pertenece a esa estirpe de atletas que trasciende el deporte para imbricarse en la sociedad que le acoge. Es una característica que distingue a los símbolos, a los iconos. Lo mismo se habla de ellos en el pabellón que en la cola de la pescadería. “Vuelvo a casa”, exclamó el argentino en su Twitter nada más rescidir su contrato en Filadelfia. Retorna al equipo de la ciudad que él quiere y que le quiere a él con el fin de prepararse para su última gran cita internacional de la albiceleste, los Juegos Olímpicos de Londres.
Dusko Ivanovic asegura eso. Quien muestra el valor de alistarse en su ejército sabe que llegará preparado al campo de batalla. Y al equipo le viene bien el espíritu guerrillero que Nocioni extendió durante su primera época azulgrana. Dudamos que ahora rebose la misma fuerza que escupía con 24 años, pero siempre resulta difícil domar a una fiera. Algo de espíritu canchero tendrá que quedar a la fuerza en las entrañas de aquel potro indómito que llegó en 1999. Era un caballo desbocado que mordía aros como bridas, de lanzamiento exterior sospechoso y una estatura justa para desenvolverse como ‘cuatro’. Pero su cesión a Manresa obró el efecto del agua bendita. Allá, cerca de Montserrat, se trabaja con sentido común. Lo devolvieron formado, un diamante de aristas pulidas sin ceder capacidad de corte. Llegó hecho un alero alto y moderno, moderadamente salvaje, percutor en las penetraciones, un galgo a la carrera y de peligroso tiro lejano.
Tres años permaneció en Vitoria, donde vivió desde la distancia el ‘corralito’ de su país dentro de un entorno familiar, rodeado de compatriotas que labraron el ‘carácter Baskonia’ hasta depararle al club el único doblete que muestran sus vitrinas: la Copa y la Liga de 2002. Ya entonces el Chapu obraba como un soldado de infantería con galones de coronel. Durante los viajes eternos por Europa no había manera humana de silenciar el timbre de su voz. Conseguía alterar la cabeza de sus paisanos Scola y el calmado Oberto. A ambos, uno de River y el otro de Boca, les ponía la cabeza como un bombo este seguidor del Colón de Santa Fe. Literalmente, no se callaba ni debajo de un grifo helado.
Sí, ya sé que esta columna no se encuadra en la sección de Deportes, pero resulta inevitable actualizar su fuego incandescente en la pista, su reinado absoluto en la Liga ACB de 2004, un encuentro sobrenatural en el Palaverde de Treviso que dejó sin tinta los bolígrafos de los ‘ojeadores-NBA’ y el traspaso a Chicago, donde cuajó cuatro temporadas notables. Luego su carrera tomó una senda decadente que no cuadra en absoluto con un tipo incapaz de pasar desapercibido. Oscuridad en Sacramento y apagón general en Filadelfia, dos sumandos que se han aliado para la vuelta a Vitoria.
Toda ciudad necesita algo que una a sus residentes, desde la procesión de su Virgen particular hasta un club deportivo. Y es tal la esperanza que genera Nocioni que los seguidores abrazan la fe de Chapu, profeta de un dios omnipresente. Su mero regreso a Vitoria supera las lógicas dudas de un rendimiento por confirmar. El alero con ‘denominación de origen bravura’ apenas ha competido en los tres últimos años, pero la genética aún pedirá paso por los poros de su coraza corporal. De momento ya devuelve espíritu a una tropa de ánimo quebrantado y ganará batallas al rival por el reto de su mirada. La capital alavesa, necesitada de empuje, ya cuenta con otro habitante en el censo, domiciliado en un piso de su amigo Prigioni, capitán general con mando en plaza que diría Manel Comas. Fuerza, sheriff.