Mobiliario Urbano por Ángel Resa
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Bolonia es una palabra polisémica. Como casco urbano al norte de Italia se trata de una bella ciudad roja por el color de sus fachadas y la hegemonía política del Partido Comunista desde la Segunda Guerra Mundial. Ninguna otra del continente posee más kilómetros porticados para resguardo de la lluvia, su bandera lleva los mismos colores que la de Vitoria con franjas horizontal y vertical en lugar del aspa y allí perdió el Baskonia la final heroica frente al potentísimo Virtus de Ettore Messina. Presume de contar con la Universidad más antigua de Europa, superando incluso a Salamanca. Y quizá precisamente por ello otorga su nombre al plan homogenizador de los estudios superiores.
Sirva la introducción para situar la escena. A uno le tocaba presentar ‘Inside Job’, un estremecedor documental de Charles Ferguson que ganó el Óscar de 2011 por su potente denuncia sobre la corrupta impunidad de los tiburones financieros, que han desencadenado la recesión mundial con sus macedonias de ‘valores’ tóxicos y podridos. Al terminar la proyección debía quien esto firma fomentar el debate entre los asistentes. Pero los estudiantes del campus donostiarra faltaron a la cita en el salón de grados de la Facultad de Derecho. Una pena que carcomía a una veterana profesora de Penal, a quien le faltaron segundos para denunciar los males de Bolonia.
Según ella, mujer con más de treinta años de rebelión en las aulas, el proyecto común europeo ha convertido a los matriculados en esclavos sometidos a la dictadura de los trabajos. Uno por semana de cada asignatura hasta convertirlos en expertos del copia y pega, ahora que resulta tan sencillo con los procesadores de texto. Tiene gracia que en plena revolución informática volvamos al viejo juego de los recortables. A cuatro metros de donde se desarrollaba la conversación, que incluyó algunos dardos al escaso interés de los universitarios que estudian en el turno de tarde salpicados entre quejas por la falta de tiempo del alumnado, cinco jóvenes se arracimaban en torno a un ordenador.
Tanta informática ya está mutilando las relaciones personales, la charla de frente y sin barreras. Un paseo por el Antiguo hasta alcanzar Ondarreta desveló que no existe ciudad con más vigilantes de la OTA (no de la playa) que San Sebastián. Algunos en grupos, otros apostados en las esquinas con el dedo rápido para disparar la multa de quienes ‘olvidan’ el talón o rebasan el plazo de estacionamiento. Hora de comer cerca de allí. Una mesa discreta a escasa distancia de otra compartida por dos hombres que apenas se cruzan dos frases en todo el almuerzo. Cada uno escruta su computadora hasta el punto de ignorar si mecanografian macarrones o engullen teclas. Fuera, ese día híbrido, con ratos de sol y la característica lluvia horizontal donostiarra que convierte el paraguas en un objeto inservible.
Por la tarde estaba anunciada la misma proyección en los vitorianos cines Florida. En otro momento de la jornada más apropiado para el ocio y sin el corsé del edificio universitario, cinco docenas de espectadores asistieron al dinámico documental de Ferguson, filmado con la soltura de una película y repleto de datos y entrevistas que conducen a este miedo sobre el futuro que nos atenaza. Algunos jóvenes componen una minoría de asistentes. El resto, adultos y personas entradas en años verdaderamente interesadas por el asunto, promovido por una asociación que trata de educar en valores con el respaldo del Gobierno vasco. Pese a alguna salida de pata de banco al comienzo del debate que no guardaba relación alguna con el documental, hubo lamentos y pocas razones para el optimismo tras contemplar la cruel realidad de la cinta. Pero también se avivó la participación. Fuera de la Universidad, Bolonia solo -que no parece poco- es una hermosa ciudad rosada.