Mobiliario urbano por Ángel Resa
La tendencia natural nos lleva a admirar en otras personas aquellas virtudes de las que carecemos. Así que algunos doblamos el alma en reverencias ante el empeño que muestra un buen puñado de gente durante, pongamos, tres meses largos. Dícese del período que utilizan sociedades deportivas o de ocio, centros regionales y asociaciones de madres y padres de alumnos para montar las carrozas rodantes y ensayar las coreografías que escenifican este fin de semana en ese gran teatro del mundo que es la calle.
Ha llegado el carnaval, el imperio de los sentidos que viene a resultar una traca lúdica antes de imbuirnos en la lúgubre y tenebrosa Semana Santa. Bueno, hace ya tiempo que las fronteras entre la juerga y el recogimiento se han diluido hasta el estado gaseoso. Hubo un período demasiado extenso en el que las carnestonalandas estaban vetadas por decreto dictatorial y músicas fúnebres sonaban a todas horas en la radio para golpearnos el pecho por la inmolación del hijo de Dios. Después, donde hubo anverso se hizo reverso. La peña asumía los días religiosos por antononomasia como las fechas perfectas para una escapada turística y las iglesias, antaño visitadas de siete en siete, mostraban más huecos que cuerpos.
Quienes vivimos a la vera de un colegio llevamos en la cabeza un calendario propio. Antes de las navidades atrona desde el polideportivo que ejerce como caja de resonancia la música que hará bailar con movimientos idénticos -detro de lo posible- a todo un ejército civil. Estrofas y estribillos se reiteran tanto que ocupan la tarde entera de los sábados y las matinales de los domingos. Conozco a una madre metida en todos los fregados altruistas imaginables -escuela de padres y largo etcétera- que se hace ella misma un encaje de bolillos para sacar horas con las que ensayar el desfile de carnaval.
Todo ello vale para grupos organizados que representaron ayer y lo harán hoy el resultado de semanas de esfuerzo colectivo. Que se abstengan de circular por General Álava, que se ha vuelto a romper como ocurre cíclicamente. Luego pululan por las calles tipos disfrazados de encarnaciones variopintas. Cabe la posibilidad de toparte con un compañero laboral vestido de Bob Esponja que agita los brazos sacados de su caja. Admirable la falta de sentido del ridículo que unos abrazan y a otros paraliza.
Como a primeros de enero, alguien debería apostarse a las puertas de Renfe. Por ferrocarril suelen llegar los Magos de Oriente y de ahí deben surgir los artistas de Vitoria, que han terminado ya de pintar las estaciones de Atxuri, Amara y San Sebastián antes de exigir celeridad al maquinista para llegar a tiempo al célebre -por oído- carnaval nuestro. Hay letras como esta que recuerdan las composiciones absurdas de los villancicos. Pero las tenemos asumidas y no gastamos el tiempo en análisis sintácticos o semánticos. Donde no aterrizarán los oficiantes de la brocha gruesa es en la larga pista de Foronda, que vuelve a recibir calabazas -y van…- de las compañías dedicadas al transporte de pasajeros.
Es el fin de semana del salgan y vean, la función va a comenzar. Habrá quienes por efecto salvaje de la crisis no tegan cuerpo para jotas y otros que entenderán el asunto al revés. Ya que vienen mal dadas disfrutemos un rato, que volverán pronto los tiempos de penitencia económica. Y divirtámonos en Vitoria mientras quede juventud no enrolada aún en una emigración forzosa por falta de oportunidades. Cuentan que algunos las buscan ya en un país emergente como Brasil y eso saldrán ganando cuando llegue, como cada año, el tiempo del carnaval. En Río, naturalmente.