Mobiliario urbano por Ángel Resa
La Navidad nos sorprende con la incógnita entre el ahorro y el gasto
Las Navidades empiezan cuando quiere El Corte Inglés. El gran almacén mete la llave en el motor de arranque, ilumina la decoración que mira con sus ojos reflectantes a la parroquia de los Desamparados y el comedor social adyacente -paradojas de la existencia- hasta marcar el inicio de un consumo en entredicho por la tormenta financiera que nos mantiene tensos. Las autoridades asisten al alumbrado, más modesto que el de la feria sevillana, y comienza una carrera de fondo un mes antes de las fechas verdaderas.
Al tiempo los empleados municipales se afanan en montar el Belén de La Florida con la esperanza de que a la hora del inventario, pasada la fecha de Reyes, no hayamos de quejarnos por el destrozo de las piezas. Que no nos rompan las figuras, que ese Nacimiento tan logrado en un parque de estilo romántico forma parte de nuestra idiosincrasia urbana. Cuando ya vi en su banco de toda la vida, y cada día el de más gente, vestido de Papá Noel al pedigüeño de barba cana que reside a cielo abierto entre el Parlamento y la Casa de la Cultura supe a ciencia cierta que el negocio anida en personas de toda condición.
El ejemplar que este periódico editó el pasado domingo reflejaba los contrastes que nos hacen entender la necesidad por comparación con el gasto. La sección se abría con un duro reportaje sobre organizaciones de voluntarios y misántropos, gentes de buena voluntad, obligadas a reactualizar el milagro de los panes y los peces. O sea, atender a más excluidos sociales con recursos menguantes. Otras páginas desvelaban el anhelo del comercio de hacer el diciembre para salvar la ardua campaña, carcomida por el descenso de la demanda. Confían en que la crisis no destruya completamente nuestro deseo de agasajar a las familias y los amigos. Que aun gastando menos, dejemos dinero en la caja registradora.
Economistas que afirman la condición de macho del toro cuando ven sus atributos pasar y jinetes profesionales del Apocalipsis nos tienen acobardados y confundidos. Por una parte animan al ahorro y la austeridad, a vigilar los fondos bajo el colchón o dentro del calcetín. De otro lado impulsan al consumo para reactivar la rueda de la economía, igual que se mueve la del molino que embellece el Belén de La Florida. ¿En qué quedamos? ¿Vamos a setas o a rólex? Supongo que, como en todo, habremos de consultar a monsieur Sarkozy y frau Merkel, ese binomio que muestra rostro de hombre, cuerpo de mujer y cerebro de dama, naturalmente. Cantaba Bob Dylan que la respuesta está en el viento. Ahora se halla en Merkozy, ese híbrido franco-alemán empeñado en refundar Europa con sus países como capataces y que tendrá preocupados a Carla Bruni y al marido de la canciller.
Hasta Guardiola, el embajador de la hipercorrección con su impecable discurso de seminarista seglar, restó importancia durante la semana a la madre de todos los encuentros, el clásico que ayer disputaron Real Madrid y Barcelona. “Lo importante del día 10” -dijo entre la seriedad y la guasa- “es que Merkel y Sarkozy salven el euro”. Esa misma moneda que no sabemos si administrar hasta el último céntimo o gastarla para que el dinero cambie de manos en un ejercicio de prestidigitación que mueva la economía.
Supongo que al final tiraremos por el camino medio, donde cuentan que mora la virtud del equilibrio. O sea, que regalaremos consolas y sus vídeos correspondientes sin dejar temblando la tarjeta de crédito. Luego nos quejamos de que a los chavales se les queda cara de pantalla, pero hay rótulos en las fachadas de los edificios que les prohíben jugar al balón, como hacíamos nosotros hasta desgastar las botas empeñadas en colarlo por el hueco entre dos jerseys. Ya lo cantó Serrat con su poesía tierna, que no ñoña. “Niño, deja ya de joder con la pelota”.