MOBILIARIO URBANO Ángel Resa
La mañana en San Prudencio es una parodia de la movilidad sostenible
Aunque peleemos tozudamente por colocarnos una venda en los ojos, Vitoria ha ejercido de ciudad pionera -para bien- en unos cuantos asuntos. Hablamos de la cobertura social, de considerar institucionalmente legítimas todas las opciones sexuales o, por ejemplo, de la decidida apuesta por la peatonalización. Ya sabemos que a José Ángel Cuerda -reciente y merecido Celedón de Oro- le repugnaban los artilugios compuestos de chasis, motor, volante, caja de cambios y tubo de escape. Si por él fuera, Mercedes fabricaría furgonetas vaya usted a saber dónde y Michelin facturaría neumáticos en otro lugar indeterminado. No en nuestra casa.
Lo que tiene eliminar la circulación de los coches por buena parte del entramado urbano es que a base de confianza el tema degenera en asco. Miércoles, once de la mañana en la calle San Prudencio. Cambien la fecha por otra jornada laborable y adelanten o atrasen el reloj una hora. Da igual. La presunta vía celeste -por cuanto el nombre viene en el santoral- entre otra bendecida (San Antonio) y la plaza del Arca es la imagen opuesta a la bucólica postal del paseo sin prisa y la calma sonora. Tres furgonetas estacionadas junto a las taquillas de los cines, otras tantas justo enfrente, un vehículo de Osakidetza para la atención domiciliaria cerca del portal, aparcamiento de bicicletas, motos alineadas a la vera de la pared y obras estridentes a la entrada de la macrolibrería. El escenario lo completa una terraza con mesas que batallan por el exiguo espacio vacante.
Y en esto que irrumpe con su tamaño elefantiásico el camión de la basura. Verde, que de lo contrario no tendría razón de ser en la capital esmeralda. El vehículo pesado avanza a ritmo de caracol alavés, atento a sus retrovisores como orejas desplegadas, esquivando en una prueba de habilidad sillas, furgones, personas de paso ligero y gente mayor que maneja apresuradamente el bastón y siente el bufido de la bestia como deben notarlo los corredores del encierro. Al chofer le llegan recuerdos de cuando obtuvo el carné sorteando trampas dispuestas a mala leche. Aquellas peatonalizaciones idílicas de los ochenta y noventa han degenerado en una autopista sin control alguno, donde el peatón marcha más inseguro que por una calle convencional de tráfico regulado con semáforos y pasos como cebras.
Al fondo observa El Caminante con sus ojos inertes, transformado en maniquí perpetuo para acoger sobre sus hombros ropas de carnaval, camisetas XXXL del Baskonia, tendencias de las nuevas creadoras o anticipos de pasarelas como la de Gasteiz On. Desde la distancia cree uno adivinar la extrañeza del gigante, aturdido por el ingente tráfico que ve desfilar cada día por sus dominios ‘peatonales’. El viernes, para acabar de componer la foto, dos patrullas de la Ertzaintza custodian la longitudinal figura que simula andar el camino machadiano sin despegar los pies del suelo.
Entran en ganas de comprobar cómo funciona el programa ‘Cita con el alcalde’, remedo de ‘Avón llama a tu puerta’. Claro que en este caso Javier Maroto debería parcelar su agenda para escuchar tantas voces del descontento. Si yo fuera repartidor andaría cabreado por la cantidad de obstáculos que dificultan las entregas; si peatón, por semejante parodia de movilidad sostenible. Vehículos ligeros, pesados y de dos ruedas invaden la superficie presuntamente diseñada para el paseo. Tomo el café ante esta miscelánea de movimientos convulsos, antípoda del balneario urbano. Y leo que la Unión Europea estudia la posibilidad de cobrar un impuesto ¡desde 2014! a los mismos bancos que gobiernan el mundo, se desentienden de los destrozos y abren la boca como tigres de zoológico para engullir baldes de dinero público. Miro a ‘El Caminante’ y creo ver en sus pupilas de bronce el hastío de la resignación.