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Querida Miss Garbo

“Querida miss Garbo:

Si ha visto usted el noticiario en el que se reproduce el reciente motín de Detroit, en el que me abrí la cabeza, espero que se haya fijado en mí. Nunca he trabajado para Ford, pero un amigo mío me habló de la huelga y, como aquel día no tenía nada que hacer, fui con él al escenario del tumulto, donde nos mezclamos con los grupos de obreros que discutían. Las conversaciones giraban alrededor de los temas más diversos, pero yo no prestaba mucha atención.

No creía que fuera a ocurrir nada, pero cuando vi que llegaban las camionetas con los equipos de los noticiarios, pensé: “Aquí está mi oportunidad para debutar en el cine, como siempre he deseado”. Así, pues, permanecí por allí esperando una ocasión propicia. Siempre he sabido que soy fotogénico y que no haría mal papel en la pantalla; por eso me agradó verme días después, aunque a causa del accidente tuve que estar hospitalizado durante una semana.

En cuanto me dieron de alta saqué una entrada para un cine en el que sabía que proyectaban el noticiario donde yo aparecía. Entré en el local esperando con ansiedad el momento de mi aparición en la pantalla. Estaba magnífico. Si usted lo vio con atención, no pudo dejar de verme, porque soy aquel joven de traje azul a quien se le cae el sombrero cuando corre. ¿Recuerda? Volví a propósito la cabeza para que mi cara saliera con toda claridad, supongo que usted me vería sonreir…

Mi nombre es Felix Otria y mis padres son italianos. Mis facciones son una mezcla de las de Rodolfo Valentino y las de Ronald Coleman. Realmente, me gustaría asegurarme que Cecil B. de Mille y otro cualquiera de los directores importantes me ha visto y ha comprendido que en mí hay un magnífico astro cinematográfico.

En el cine pude ver la parte del motín que me perdí cuando tuve que marcharme, y debo decirle que la cosa debió ser de bastante importancia, puesto que fue preciso recurrir a las mangas de riego, bombas lacrimógenas y todo lo demás…Puedo afirmarle con toda sinceridad que ningún otro hombre, fuese policía o paisano, sobresalía entre la multitud tanto como yo…Le ruego que mencione este asunto en la compañía en que usted trabaja, para que me envíen a buscar y me hagan una prueba. Sé que saldré triunfante y le estaré agradecido hasta el fin de mis días, miss Garbo…Quién sabe, quizá algún día, en un futuro próximo, trabaje junto a usted en el papel principal de cualquier pelicula.

Suyo afectísimo, Félix Otria.”

Esa carta forma parte de “El atrevido muchacho del trapecio”, el primer libro de Willian Saroyan. Fue publicado en 1934, cuando Estados Unidos todavía no se había recuperado del todo de la Gran Depresión, y narra las vivencias de unos emigrantes que se adaptan como pueden a una sociedad estadounidense en crisis.

A Saroyan ya no se le hace mucho caso, aunque en España se han reditado recientemente algunos de sus libros. Quizás, era un optimista y eso a veces da mala imagen en la literatura. De todas formas, me encanta ese cuento-carta porque revela de pronto como no hemos mejorado tanto en 70 años y la pasión por la fama como escape es más vieja que Gran Hermano u Operación Triunfo. Además, hay algo conmovedor en el egoísmo naif de ese emigrante italiano.

Por Óscar Beltrán de Otalora

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