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Transformismo

Tengo un amigo que sostiene que la decadencia del cine procede del transformismo. No se refiere a hombres con escote y sombra de ojos sino a los efectos especiales. Para él, todo aquello que aparece en una pantalla y no tiene nada que ver con la realidad – «hombres a los que de repente les salen dos cabezas, un perro que habla, esos que echan un chorro de sangre por los ojos», decía – es transformismo y, por lo tanto, el fin del fin. La decadencia.


La anterior imagen es una apoteosis del transformismo y conseguiría que mi amigo se revolcase entre náuseas en su butaca. ¡Un avión no se puede transformar en libélula¡ (Natxo Artundo tiene la película en la que sale esa escena) La derivada de esa conversión bestial es la siguiente toma:

Ya hemos rizado el rizo. Unas personas crean el concepto de máquinas que se transforman y se humanizan -los ‘Transformes’, que se crearon para vender juguetes, aunque eso es otra historia-. El siguiente peldaño de la evolución es otras personas que se quieren convertir en las máquinas de sus sueños. Por encima de todo: seguro que se lo pasan bien.

Creo que discrepo de mi amigo. El transformismo es la esencia del cine porque, al final, todo el mundo sueña con ser lo que no es o con que las cosas no sean como son. Es la posibilidad de ver lo que no podemos ver. El transformismo no es más que pensar en otras vidas distintas. Como los que usan esas gafas gigantes porque sueñan con parecerse a los Beckham. Todo es transformismo. No hay tanta distancia entre el cine de horror y las gafas de moda. Todo es ilusión.

Por Óscar Beltrán de Otalora

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diciembre 2008
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