Hay una película a punto de morir en las carteleras y que debería ser de visión obligada para todos los amantes del cine de dibujos animados (de todo el cine, en definitiva). Si quieren ver a una niña pez corriendo sobre las olas de un tsunami en busca del niño del que se ha enamorado, saquen la entrada. ¿Les gustaría contemplar peces prehistóricos nadando sobre una carretera inundada y extrañas barcas impulsadas por una vela de cera? Lo tendrán. También dispondrán de cementerios de barcos y diosas japonesas que sonríen mientras esperan que el destino tome sus decisiones. Pero sobre todo…si quieren volver a ser niños durante unos estupendos minutos, no se la pierdan. Hablo de ‘Ponyo en el acantilado’, de -habría que ponerse en pie para escribir este nombre- Hayao Miyazaki.

En toda su carrera, Miyazaki ha llevado la poética de los dibujos animados a unas cimas que sólo él ha pisado por ahora. Compararlo con Walt Disney es lo mismo que comparar al hombre que pintó las paredes de Altamira con Velázquez. Uno empezó, pero el otro encontró el Arte. No sabría ser capaz de imaginar cuáles son los componentes de la receta de este maestro japonés, pero sí conozco el producto final. Crea una historia llena de elipsis, de misterios no resueltos y palabras no dichas, pero, de una forma totalmente mágica, los huecos se llenan en la mente del espectador. Su imaginación es desbordante y poética; es épico y a la vez se enamora de las lágrimas de un bebé. Es sencillo pero a la vez de una complejidad fascinante. Es el haiku de un pez con cara de niña. Abajo les pongo el trailer y arriba, al inconmensurable Miyazaki con su criatura.