La política vasca no gira alrededor del centro, contra lo habitual en las democracias. Da vueltas en torno a una esquina. Pasan las décadas y las coyunturas y sigue pendiente de lo que hoy se llama “izquierda abertzale”, sobre la que construye el discurso y elabora la estrategia. Sobre todo la parte nacionalista de los vascos, que siente repulsión por el centro. El PNV lo ha dicho en su Aberri Eguna: todos los males se arreglarán con la unión de los nacionalistas demócratas, de los que excluye a ETA, pero no a la izquierda abertzale. El diagnóstico tiene un efecto: el nacionalismo “moderado” radicaliza su discurso para atraer a Batasuna. En las uniones nacionalistas el PNV no suele moderar a la abertzalía radical, sino que se desplaza hacia ella. Así sucedió en Lizarra y durante la década soberanista. No es improbable que vuelva a suceder en su nueva tesitura, a juzgar por el tenor identitario del PNV y ese llamamiento a todos los nacionalistas, en plan la patria está en peligro, acumulemos fuerzas para salvarla.
EA va desapareciendo, pero resulta sintomático cómo quiere detener su extinción. Toda su política consiste ahora en hacer carantoñas a la izquierda abertzale, a la que parece admirar. Para salvarse, confía en formar con ella un polo soberanista que le insufle vida después de la vida. Sería notable: EA sobrevivió gracias a los pactos con el PNV que la sobrevaloraban; tras el batacazo electoral que se dio tras romperlos busca perpetuarse adosado a la izquierda abertzale. Un partido lapa.
La comunidad nacionalista mira, remira y admira a la izquierda abertzale, pero ésta no se siente el centro del mundo. Para ella lo es ETA. Vive a expensas de lo que le diga. Todos los comunicados de los terroristas le gustan, a todos les ve algo positivo. Su política – si así pudiera llamársele – consiste en atisbar la voluntad de los mandos y poner su granito de arena. Ahora se esfuerza por darse una pátina de demócratas y hacer como si pudiese vivir sin violencia – pero sin pasarse -, para presentarse a las elecciones.
La parte no nacionalista está menos obsesionada por la izquierda abertzale, pero también. Consume buena parte de sus energías en interpretarla. Las posibles fisuras entre PP y PSE residen, precisamente, en cómo la traten.
La política vasca es centrífuga. En otros lares se entiende que hay una franja entre el gobierno y la oposición, cuyas sus oscilaciones deciden las elecciones. Por ello la política tiende a moderarse, no sea que al mostrar las esencias los de la mitad se espanten y huyan con los otros. En el País Vasco no sucede esto. El nacionalismo entiende que no hay espacios entre ellos y el constitucionalismo. Que el ciudadano vasco es ferviente nacionalista o no menos ferviente antinacionalista, sin que nadie vote según le vaya en la feria. Por ello el nacionalismo no hace política para captar moderados, que se supone especie inexistente entre nosotros, por nuestro natural fervoroso. Nadie elabora doctrina para los sectores intermedios, si bien la política del actual Gobierno vasco tiene en tal ámbito uno de sus obvios receptores. Para los nacionalistas, por contra, la clave política no es la gente moderada. Lo importante es atraerse a la izquierda abertzale: guiarla, aconsejarla.
Para rizar más el rizo, en la política vasca juega ahora un papel relevante una presunción: la idea de que la izquierda abertzale quiere romper con ETA y la violencia. Faltan evidencias públicas, pero se ha convertido en artículo de fe. No extraña que se lo crean los “mediadores internacionales” de Lokarri, pues no parece gente muy espabilada o que se entere de nada. Pero hasta cala en el PSE. Ares, hombre más descreído, decía que los radicales abertzales tienen una oportunidad para “desmarcarse de la violencia” tras el último comunicado de ETA. ¿Pero de dónde ha salido que quieran hacerlo? En el PNV la especie viene de atrás – de los tiempos de Ibarretxe -, en la forma de que la izquierda abertzale abomina de la violencia, pero ETA no le deja hacerlo y no le hace caso. Tal repulsa debe de consistir en cuchicheos en la oreja pues en el foro no se oye. EA, quizás para adecentar a sus nuevas compañías, sostiene que la izquierda abertzale sólo piensa ya en demócrata. Hasta habla de la “renuncia total a la violencia” de la izquierda abertzale. Todos se agarran a los comunicados-ladrillo que la izquierda abertzale difunde últimamente, pero sin voluntarismos no se localiza nada en ellos que tenga que ver con la ruptura con ETA. No lo son las alusiones a un “proceso democrático” que nos va a abrir, un concepto tutelado por ETA, del que sólo se infiere que no vivimos en una democracia.
Circula otro supuesto, también gratuito: que ETA quizás eche la toalla o afloje, tras arrodillarse ante una Batasuna que le estaría pidiendo que lo deje. La admonición batasuna resulta inimaginable y, además, ETA nunca ha considerado que dependa de HB sino al revés. Así que los nacionalistas pasan las semanas esperando misivas de ETA con “novedades significativas” – hasta treguas y así -. Llegan comunicados a cada cual más enloquecido y siempre hay quien les encuentra “novedades significativas”.
Y así toda la política vasca gira en torno a una arista del espectro ideológico, la más cochambrosa, que nunca ha mostrado deseos de apostatar de la violencia ni de democratizarse. La política vasca huye del centro como de la peste y se lanza hacia el fondo del noveno círculo de los infiernos, donde Dante colocaba a quienes traicionaron a sus bienhechores. Permanecían atrapados por el hielo y sufrían la condena eterna del congelamiento.
(Grabado: El noveno círculo, en la versión de Gustave Doré)
Publicado en El Correo