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Retrato con Obama

La fascinación política por Obama da en papanatismo. No viene a la cumbre de la UE y parece hundirse la política exterior. Se presenta como un estrepitoso fracaso de Zapatero. Lo peor es que, a juzgar por los lamentos soterrados que llegan del entorno gubernamental, se diría que lo es. Por lo que cuentan, la aspiración máxima de nuestra diplomacia era que el Presidente del Gobierno se hiciese una foto con Obama en Madrid, hablase con él, que les traduzcan los intérpretes. Que venga. Que esté en la Moncloa o en el Bernabéu. Hay pesar porque no viene. Nadie se refiere a qué cuestión entre la Unión Europea o España y los Estados Unidos quedará así irresuelta. Lo importante era retratarse juntos, no qué iban a arreglar.

Pensaban que tal foto levantaría la imagen de ZP, hoy maltrecha. ¿Compensaría los desastres que se agolpan semana tras semana? ¿Levantaría el ánimo del español cuando sube el paro, la recesión no remite, se disparan el déficit y la deuda, además de anunciarse medidas draconianas sobre las pensiones, sobre la edad de jubilación, sobre todo? Quizás se cree que una foto con Obama tiene efectos taumatúrgicos. Que sería un bálsamo, la confirmación de nuestro liderazgo planetario. O sea, que el ciudadano español se alegraría infinito. Sabría así que ya ha pasado lo peor, que estamos en buenas manos, pues el fotógrafo lo confirma. Tras la demostración de poderío cabría esperar el maná. Confiaríamos en que estaríamos salvados en un santiamén cuando la mirada girase desde los problemas mundiales, coronados con tal éxito, hacia los de andar por casa, por su natural de menor enjundia.

Resulta extrañísima esta política exterior que consiste en hacerse fotos con el mandamás del mundo mundial (o, en su defecto, con el de Rusia, Gran Bretaña, Israel, Lituania o cualquiera). ¿La diplomacia se ha convertido en el arte de hacerse fotos los unos con los otros? O consiste en que hablen un rato, para demostrar que se está en la pomada. A lo mejor. No parece muy serio. Entre que se saludan y les traducen, les quedarán unos treinta minutos hablando de cosas que por lo común sólo conocerán por encima. Si las políticas exteriores dependen de tales contactos efímeros estamos aviados.

El deseo de la foto es una puerilidad. Y preocupante, si de verdad los estrategas nacionales piensan que eso es todo, que todo depende de la buena voluntad de los dirigentes y de que se saluden sonrientes.

Algo de esto hay, a juzgar por cómo se interpretó la llegada de Obama a la presidencia de Estados Unidos. Se dio la imagen de que llegaba un nuevo amanecer. De que cambiaría los condicionamientos, como si éstos dependiesen de la mera voluntad. Parecía que hasta cambiarían los intereses de Estados Unidos. Era una simpleza. Los países serios, no digamos un imperio, suelen tener bien definidos sus intereses. Otra cuestión es cómo los gestione cada cual. Pero los ciudadanos de Estados Unidos no eligieron presidente a un político que desconociese los intereses de la gran potencia.

El olvido de esta evidencia se produce en España debido a la forma ideologizada con la que gestiona la política exterior. Se plantea como una cuestión partidista, contra lo que dicta el sentido común. Sólo hubo acuerdo en la entrada en la Unión Europea. En todo lo demás, desde la entrada/salida en la OTAN hasta el diseño de las alianzas europeas, los enfrentamientos entre gobierno y oposición han sido constantes. Y los vaivenes, según quien esté en el poder. Se diría que no hay intereses nacionales sino que lo importante son las creencias del gobernante de turno, siempre aspirante a líder mundial: la foto con Bush o la foto con Obama como aspiración suprema de nuestros presidentes. Salir despotricando contra Castro o de romance con Chávez. ¿No hay intereses nacionales? El convencimiento de que éstos coinciden con la doctrina del presidente que toque lleva a este derroche de voluntarismo, a confiar en los encuentros de salón, a ansiar la foto a cualquier precio.

La forma en que se lleva la política internacional, a la brava – lo mismo los populares que los socialistas –, es mucho más ideologizada que la interior, donde hay más ataduras y contrapesos políticos. En la política exterior no. Los presidentes de gobierno vuelan en este campo a su libre albedrío. Se hace política exterior de izquierdas o de derechas, y para demostrarlo. No de Estado.

Las gestas de nuestra política exterior tienen otra rara característica. Buscan liderazgo al modo de una gran potencia, resolver los principales problemas mundiales, Irak, Cuba, Oriente Medio… Bien está echar una mano, pero – al margen de que se olvida el peso real de España – esa resulta su guía, y no nuestros intereses internacionales. Está el ejemplo de la guerra de Irak en tiempos de Aznar. Y ahí está la declaración de Zapatero que venía a ofrecerse a acompañar a Obama por Oriente Medio, como si España tuviese particular influencia en la zona, más allá de la buena voluntad. O su extraña declaración de aires kennedyanos según la cual “No es cuestión de lo que Obama puede hacer por nosotros, sino de lo que nosotros podemos hacer por Obama”, chocante en un líder nacional (si Aznar dice lo mismo de Bush se monta la marimorena).

En nuestra política exterior no se ven intereses nacionales. Sólo el deseo de salir en la foto, con la idea – quizás fundada – de que los ciudadanos compartimos el papanatismo de los jefes. Quizás hubiésemos admirado la foto de Zapatero y Obama en la Puerta del Sol, los dos comprando lotería y riendo juntos. La no-foto es así una verdadera catástrofe, augurio de futuros e inmensos desastres.

Publicado en El Correo

Por Manuel Montero

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febrero 2010
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