Sucedía a la vez. En París, juzgados en rebeldía, eran condenados por pertenencia a ETA Josu Ternera y su hijo. En Guipúzcoa detenían por lo mismo al que amenazó a la alcaldesa de Lizartza. El delito: transportar explosivos para ETA. Al parecer, lo hizo con otro sujeto, huido, padre de una de las detenidas por formar parte de Segi, una de las organizaciones del entorno etarra. Padre-hijo, padre-hija.
El fenómeno no es nuevo, pero sorprende siempre: la existencia de sagas familiares vinculadas al terrorismo. Hay casos extremos, en los que entre padres, hijos, tíos y primos suman más de media docena de personas dedicadas al terror. O están el padre e hijo que se fueron juntos a Mallorca a atentar contra el Rey. O los Guimón – padre y dos hijos condenados por terrorismo -, los Aracama, los Troitiño… los apellidos de ETA. Dos generaciones dedicadas al odio. Hay más casos.
Cuesta imaginarlo. Padres convencidos de poseer la verdad transmiten a sus hijos creencias basadas en la violencia. Quizás acaban orgullosos de haberlos encauzado hacia el crimen. Habrán creado una mística que identifica la brutalidad con la heroicidad e inculcan una visión victimista y maniquea de la sociedad: nosotros somos los buenos, el resto debe seguir nuestro camino, si no, que se atengan a las consecuencias. La sublimación de la liberación nacional y las paranoias políticas presidirán las reuniones familiares, en la que los imaginarios colectivos se impondrán sobre las personas. No les entrará en la cabeza la democracia, mucho menos los derechos individuales. Sí la idea de que quien lo da todo por la causa enaltece a la familia y, además, tiene autoridad, derechos políticos excepcionales.
Lo que más extraña de la transmisión familiar del odio y el terror es la docilidad de los hijos, que asumen sin crítica el ideario y prácticas de sus progenitores. No hay aquí crisis generacional, por lo que se ve. Otros adolescentes rompen con el mundo de sus padres, construyen su escala de valores, tienen alguna rebeldía familiar. Estos no. Da la impresión de que los vástagos del odio no pasan por esa fase. Asumen los esquemas tribales, las ideas ramplonas contra las que no se rebelan: las adoptan con exaltación. No matan mentalmente al padre, van a matar con él. Son adolescentes sumisos, que creen sin más lo que les han dicho sus padres, la familia del odio.
Los estudios indican que la ideología del terror, que llega a formar sus sagas consanguíneas, se está transmitiendo en los entornos familiares y en los grupos de relación inmediata. Las familias se sienten en un mundo aparte, pero están bien integradas en su sociedad inmediata, que acoge vitalmente al terrorista. En todos estos años de ETA han sido poquísimas las familias que han mostrado algún pesar por lo crímenes cometidos por sus hijos, una circunstancia desoladora. De otro lado, desde un punto de vista humano cabe entender que la familia con un hijo terrorista encarcelado busque ayudarle. Pero la forma en que actúan y se manifiestan las familias de los presos etarras no da la imagen de esta solidaridad familiar, sino de apoyo ideológico y político.
Otra cuestión es porqué resulta más fácil transmitir el odio que las actitudes democráticas. Quizás se deba a que es un sentimiento primario, que no requiere elaboración racional.
Publicado en Ideal