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Gabinete de crisis

Ya hay costumbre. Llega la Gripe A y tras llamarnos a la calma hasta ponernos nerviosos montan un Gabinete de crisis. Sus miembros ponen cara de preocupación suma, nos llaman a la calma y logran acercarnos al pánico. Luego se reúnen en comisión con sus homónimos autonómicos – para entonces cada autonomía tiene su gabinete de crisis, que también llama a la calma – en grandes mesas, donde posan todos con faz intranquila, tras lo cual nos llaman a la calma, produciéndonos escalofríos. Después salen gobernantes vestidos de astronautas, con sonrisa forzada, mostrando cómo producen vacunas para salvarnos. Con atavío de esa guisa nos dicen que mantengamos la calma, con efectos fatales sobre nuestro estado psíquico.

Ha sucedido con la gripe A. Hace dos o tres años fue con la gripe aviar, antes las vacas locas. El sistema se va perfeccionando, por el entrenamiento. Nota fundamental: en tales crisis los políticos sobreactúan, los del gobierno y los de la oposición.

Estas son las alarmas sanitarias. No son las únicas veces en que la política española se convierte en un gabinete de crisis. Alakrana, Aminatu Haidar, secuestro de cooperantes, Air Comet… O, en años anteriores, el Prestige, el Playa de Bakio, el caos de las infraestructuras de Barcelona, los accidente del metro de Valencia, del avión de Barajas. El mecanismo siempre es el mismo. Se produce un acontecimiento desgraciado y acuden los responsables y semiresponsables. Lo importante es que acudan todos, competentes e incompetentes, y que muestren sensibilidad, que se supone cotiza en las urnas. La oposición otea por lo mismo, dispuesta a culpar al gobierno, convencida de que algún fallo habrá. Todos llaman a la unidad, calma y discreción, que rompen si por un casual las cosas les van bien.

Las crisis de este tipo han adquirido un aire de rutina. La anomalía se convierte en lo normal y la normalidad en paranormal. Así se practica la mayor parte de la política española. El tratamiento de las sucesivas crisis relega las líneas orientadoras de la política, si las hay, y la formulación de alternativas por la oposición. Todo se concentra en los acontecimientos graves y episódicos. La normalidad, si se puede aplicar este concepto a la política española, consiste en los breves periodos entre crisis y crisis. Sirven para repasar lo mal que lo ha hecho el gobierno en la crisis anterior y para que el gobierno asegure que ha estado divino y que había razones humanitarias.

Así, la vida pública española se desenvuelve sobre lo episódico y la sobre-representación. Los sobresaltos se han convertido en la espina dorsal de la política, llámense caso Gürtel, espionajes madrileños, Liceu, cacerías ministeriales, crisis sanitarias, arrebatos garzonianos sobre la memoria histórica, referéndums autorreferenciales catalanes, el Estatut de nunca acabar, ocurrencias fiscales, manifestaciones obispales y el largo etcétera que jalona nuestra vida. ¿Hay política? Cuesta encontrarla bajo tantas sobreactuaciones coyunturales. Creen que una buena representación en el momento adecuado lo levantará todo. De ahí la confianza del gobierno en recuperarse con su presidencia de la UE, como si no hubiese pasado nada. No es optimismo, es fe, virtud teologal por la que se cree sin pruebas y contra la experiencia.

Publicado en Ideal

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Por Manuel Montero

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enero 2010
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