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No hay tumba

Monolito dedicado a Federico García Lorca en Alfacar, Granada

No ha sido un trabajo fácil el de los grupos de la Universidad de Granada que han buscado en Alfacar las fosas de García Lorca y de quienes fueron ejecutados con él. Además de las dificultades que tiene una tarea de este tipo, han estado sometidos a la presión del morbo y del tiempo. No les ha faltado el aficionado que “descubrió” en media hora lo que no existía. Tampoco gentes de buena fe vinculadas a los grupos de la memoria histórica, que con sus teorías personales – basadas en que les han dicho que han dicho -, acuciaban o juzgaban, no siempre con capacidad profesional para hacerlo. Y han estado los medios de comunicación, requiriendo noticias cuanto antes. Los han rodeado también las leyendas urbanas que en Granada sitúan el cadáver aquí o allá (a veces con peripecias raras) y el debate originado al no querer la búsqueda la familia de Lorca.

Pues bien: es de justicia reconocer que los investigadores han hecho bien su trabajo. Lo han realizado con discreción y profesionalidad. No han encontrado restos porque no los había, pero han podido determinar con certeza que allí no hubo enterramientos. También la Junta de Andalucía ha hecho lo que tenía que hacer, promover esta excavación, que se antojaba inaplazable dado el estado de la opinión. Lo ha hecho impidiendo el morbo y las especulaciones, en lo que estaba en su mano.

Ahora se oyen cosas peregrinas. Alguno acusa a la Junta de promover unos trabajos inútiles. Es una crítica injusta, pues no se eligió la zona al buen tuntún, sino a partir de un consenso historiográfico (cuestión diferente es cómo se llegó a éste, pero del error no se puede culpar a la Junta). Otros se quejan de que no se haya contado con los grupos de memoria histórica, como si eso hubiese cambiado el resultado. Subyace la idea, falsa, de que el voluntarismo consigue mejores frutos que los profesionales, en este caso geofísicos y arqueólogos. Aquí gustan más los aficionados que la preparación científica.

¿Y ahora qué? No faltan las propuestas de que se siga excavando, a ver si hay suerte. Gibson, que ahora llama “los tontos de la Memoria Histórica” a los que le han bailado el agua al elegir este área, insta a seguir. Sería absurdo. La búsqueda debe acabarse. No se puede gastar el dinero público sólo en comprobar una conjetura, pues sabemos ya que no es otra cosa. El requerimiento sugiere que los investigadores han actuado sin rigor, cuando todo indica lo contrario. Y eso, por no dar vueltas al problema de raíz: se fijó que ésa era la zona del enterramiento a partir de las indicaciones de un único informante, que lo dijo por vez primera veinte años después de los hechos. ¿Una sola fuente, tras veinte años, sin otra corroboración, sin más prueba documental? El análisis histórico no valida conclusiones con tan precarias bases, al margen de que el testigo creyera que decía la verdad.

Da la impresión de que las demás teorías, que instan a excavar y excavar, no tienen un soporte mayor. Confiemos en que la Junta no se dedique a promover excavaciones para comprobar quién acierta, si lo hace alguien.

Además, ¿para qué? Mejor, si se quiere, gastar el dinero en difundir la literatura de García Lorca, que está viva. ¿Puede haber un poeta sin tumba? Pues sí: no son las tumbas las que mantienen la memoria de un poeta, sino sus palabras.

Publicado en Ideal.

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Por Manuel Montero

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