Asombra el carácter transversal de las corruptelas que saltan en Cataluña. Están en el mismo ajo gentes de muy distintos lados, superando sus fronteras ideológicas, traspasándolas. Dejan a un lado los sectarismos de partido para ponerse de acuerdo en caer juntos sobre el erario público. Es el seny, otra elegancia.

En la corrupción española no catalana suelen arrejuntarse sujetos de un mismo partido, pero de uno solo. Van en camarillas. Los ladronzuelos forman mafias de referencia ideológica. Quizás se justifican al principio diciéndose que lo hacen para financiar al partido, para favorecer a los suyos, que se lo merecen todo. O para estar en la rampa desde la que ganar las próximas elecciones. A lo mejor creen que son los más listos, pero el suyo es un orgullo grupal. El corrupto español no catalán da en sectario. Se corrompe con los suyos, barre para casa: para su casa o su chalet.

El corrupto catalán no. En la última redada judicial había gente del PSC, CIU y PP en la misma trama. El (presunto) corrupto catalán no tiene prejuicios ideológicos ni fobias de partido. Es capaz de ponerse de acuerdo con el contrario, quedar para robar juntos. La unión hace la fuerza, se dirá.

La transversalidad catalana de la corrupción indica un grado superior de solidaridad suprapartidista. Cuando un prechorizo decide convertirse en chorizo – siempre hay una primera vez – y dice al del partido opuesto “escolti , que tenemos un negociete y no te puedes quedar fuera” intuirá que el otro no se va a ir de la boca. Que no tiene complejo de superioridad moral. Sabe que no le contestará “Vade retro Satanás, cómo sois los de tu partido, nosotros no somos así”.

La corrupción de aquella nación oprimida cree en la privatización del patrimonio público, pero le disgusta hacerlo sectariamente. Lo prefiere de forma colectiva. Como si dijésemos en tribu.

Es otro concepto de corrupción. Más moderno. Menos heroico.

Tiene una ventaja la modernidad corruptelar (desde el punto de vista del desfalcador). Como los tramposos son de distintas guaridas tienen mayor seguridad de que los distintos partidos no estarán ojo avizor. Los pluralismos organizativos contribuyen a que los poderes y grupos se vigilen los unos a los otros. El admirable conchabeo suprapartidista de Cataluña reduce riesgos y mejora las impunidades.

Con pequeños hechos diferenciales como este se forjan las naciones.