La búsqueda de héroes es una tarea apasionantes pero con algún inconveniente. A veces no se encuentran, mucho empeño que se le ponga. En la triste historia del ‘Alakrana’, afortunadamente liberado, resulta imposible ninguna actuación que ni de lejos pueda identificarse con alguna suerte de heroísmo. Ha sido todo confuso, contradictorio, espeso. Vale lo dicho para el Gobierno, que ha dado una imagen entre caótica y con el pie cambiado. Vale para la oposición (PP, CIU, PNV), empeñada más de una vez en rentabilizar políticamente el secuestro cuando este aún duraba. Lo mismo puede decirse de jueces y fiscales, por la confusión de criterios que han emitido (el lío de la edad del pirata detenido se deslizó al esperpento). Y del armador, si es cierto que el barco faenaba fuera de la zona de seguridad. Por no citar el cúmulo de despropósitos en el que se han mezclado el servicio de inteligencia o la aparente incapacidad militar para reaccionar tras la liberación, la obvia descoordinación gubernamental y las discrepancias ministeriales. Parecía que se improvisaba. ¿Los pescadores? Las víctimas de este embrollo. Ellos y sus familias.
Da la impresión de que a los responsables políticos les costó atisbar la profundidad del drama humano que implicaba el secuestro y la gravedad potencial que su tratamiento tenía desde el punto de vista jurídico. Así, todo han sido declaraciones, desmentidos, interpretaciones y reinterpretaciones de lo que estaba sucediendo. Cuando un Gobierno tiene que salir a decir que todo ha ido bien es que no todo ha ido bien.
Sin atisbo de heroísmos ni de algún comportamiento excepcional, hubo declaraciones raras. Entre ellas las de la ministra de Defensa, cuando la semana pasada explicó que “no son los piratas románticos en que uno puede pensar”, sino una organización criminal. Pues claro. ¿Pero alguien ha pensado durante esta historia que existen “piratas románticos”. Ni los hay ni los ha habido nunca. De siempre se han dedicado al robo, el secuestro, la violencia y la extorsión. Los de ahora y los de antes.
Otra cuestión fue la idealización romántica de la piratería, que en el XIX encajaba con la exaltación de la libertad individual. Más o menos, lo que después recogería el cine. La idea romántica iba a contracorriente del drama humano del ‘Alakrana’.
No hay héroes, pero todo es cuestión de perspectivas. Por lo que cuenta la prensa, en el pueblo somalí donde los piratas tienen su sede lo son. Los tienen como gente bondadosa. “Son generosos y merecen mi admiración”, dice un comerciante al que le han ido ya a comprar. Están orgullosos de ellos y hay jóvenes que se entrenan para incorporarse al negocio, pues lo ven muy lucrativo. Hasta tienen una justificación ideológica de la piratería. Hablan de que los españoles forman parte de las naciones que roban los recursos marinos somalíes.
Sin embargo, en este punto no valen las equidistancias, por mucho que inquiete nuestro gusto por la corrección política. No podría solventarse el asunto hablando de las ásperas condiciones políticas y sociales que vive Somalia. Los piratas son piratas y los secuestrados víctimas. Ha sido una historia sin héroes.