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Héroes felices

Este país está lleno de héroes. Y de antihéroes. Para que haya aquellos deben existir éstos. ¿Son héroes anónimos? No está clara la pertinencia de esta frase hecha, la del anonimato heroico, casi un oxímoron. Entre nosotros el héroe esencial busca el reconocimiento, que se sepa de su existencia, que le saquen por la tele. En general los héroes nacionales no quieren ser anónimos, aunque hagan alarde de modestia. Lo que sí hay es héroes colectivos, que realizan hazañas increíbles.

En la estirpe de héroes colectivos ocupan un lugar señero los militantes del PP de Valencia. Han dado el callo hasta en las más feas. Ahora les convocan menos, pues las cosas se les han ido de las manos a los jefes, pero ellos han cumplido con creces. Cuando hay que encumbrar a Rajoy, todos se van a Valencia, a un baño de multitudes. Cuando llegan elecciones, a Valencia. Cuando los problemas de los trajes, acto apoteósico en Valencia.

Los militantes valencianos han estado a la altura, una y otra vez. Con fervor a toda prueba. Llegaban, desplegaban sus banderas, mostraban entusiasmo irrefrenable, casi frenesí, cerraban filas, se enardecían cuando aparecían los mandos, que sonreían con exaltación.

Han cumplido. Hasta en las más duras. Son unos héroes.

Dejando a un lado el hecho de que parecían vivir en movilización permanente -les ha tocado estar al pie del cañón más que a cualquier otro colectivo de militancia política-, hay que reconocer que estos héroes están hechos de una pasta especial. Empezó el lío de las imputaciones y ahí siguieron apoyando a sus guías. Contra viento y marea. Sin mostrar un amago de duda. Hasta parecían defender el derecho de los jefes a recibir trajes y regalos. Esto se llama fe, que para ser auténtica no requiere pruebas.

Los héroes son sobre todo la encarnación de la fe.

A veces a los militantes de los partidos se les piden esfuerzos sobrehumanos. Como aquella semana en la que los militantes socialistas se vieron abocados a defender en las conversaciones de café y con los compañeros de trabajo el derecho de los ministros del Gobierno a salir de caza los fines de semana y de cazar con quien tuvieran a bien. Al socialista de base se le tuvo que hacer cuesta arriba. Así que aquella historia acabó como acabó.

Los populares de Valencia son más duros. Su ardor no tiene límites. Sobre todo cuando se extiende la sospecha de que su dirigente supremo, Camps, razona como habla. Que sus palabras no son una pose ni una impostura. Su mundo está hecho de felicidad y de belleza. “Nos apoyamos todos y eso es muy bonito”, “Estamos muy contentos y es muy bonito”, tenemos que quedar para hablar porque “lo nuestro es muy bonito”.

También le gusta la felicidad. No sólo por su “feliz Navidad, amiguito del alma”, sino por el pronóstico de que su tribulación “terminará con un final feliz”. “Don Manuel (Fraga) está feliz con lo que está pasando”. También Fernando Alonso está “muy feliz”. “Todos tenéis que ser felices, porque todos somos iguales, los calvos y los que tenéis pelo”, la semana pasada. Hasta cuando se fue a la Convención del PP aseguró que “cualquier acto del PP es un momento de mucha felicidad”. Ganó el Ferrari: ¿da aún más felicidad?

A lo mejor la clave del heroísmo colectivo que muestran los militantes peperos de Valencia radica en la oferta permanente de felicidad. Es muy bonito ser feliz.

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Por Manuel Montero

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