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Inconsistencia diplomática

No se ha lucido la diplomacia española –ni, en general, la de la UE– en la crisis de Túnez. Cuando el día 14 se produjo la marcha del dictador Ben Alí el Gobierno español, además de llamar a la calma, pedía a las nuevas autoridades que promovieran “la concertación nacional” y que “convoquen elecciones generales cuanto antes y con plenas garantías”. Bien está. Pero un par de horas antes, cuando un Ben Alí tambaleante intentaba mantenerse anunciando elecciones y estado de excepción, el mismo Gobierno había asegurado que tales medidas “marcan la línea adecuada, en la que debe profundizarse, para restablecer la normalidad y contribuir a un futuro mejor”. No le hicieron mucho caso.

Podría interpretarse que el Gobierno piensa que lo importante son las elecciones y a ellas urgía tras el cambio de poder, por lo que no hay contradicción. Sin embargo, el tono de las dos notas diplomáticas suena a despiste de tomo y lomo. Lo de la “línea adecuada” y “futuro mejor” y el apoyo en plena caída, indican cierta comprensión con el dictador al que le quedaban un par de horas: nada se decía de la importancia de la democracia y la vuelta a la normalidad podía entenderse como un mero retorno del orden público.

La diplomacia española (y en general la europea) ha dado la impresión de inconsistencia. No sólo por la improvisación de los momentos críticos. Durante tiempo las relaciones con Ben Alí han sido de cordialidad suma, como el gran aliado de España en el Magreb. Nadie diría que tratábamos con un dictador, al que ahora la prensa llama sátrapa. Cuando a fines de octubre “ganó” las elecciones con un inverosímil 89,62 %, entre acusaciones de irregularidad, continuaban las excelentes relaciones. Unos días después (9 de noviembre) Zapatero le enviaba un mensaje especial a Ben Alí. Se lo llevó Moratinos, que ya no era ministro. Nada le decía de las irregularidades electorales ni de la democracia. Por lo que sabemos, todo era para buscar su cooperación de cara a una reunión de los países del Mediterráneo. El mensaje hablaba de voluntad común, acción conjunta, cooperación y diálogo: parecíamos novios.

No sólo recientemente. Durante años las relaciones políticas con Ben Alí han sido intensas, fraternales, llenas de voluntades de intensificarlas y de apoyos españoles para el acercamiento de la dictadura a la UE. Debían de compartir la actitud el Gobierno y la oposición, que no se quejó.

Siempre podría decirse que la colaboración era con Túnez y no con la dictadura, pero a ésta se la legitimó sin que se criticasen nunca sus ficciones de democracia. Un papelón, cuando el régimen se ha derrumbado. España y Europa quedan en un lugar deslucido. Sus actuales requerimientos democratizadores llegan a destiempo, una vez que la dictadura ha caído.

Cabe alegar que España tiene sus intereses y que el realismo político exige hacer de tripas corazón. Pero tenemos una diplomacia que dice basarse en la defensa de la democracia y los derechos humanos. Por lo que se ve, suele hacer de su capa un sayo. A veces las violaciones de derechos humanos se denuncian, otras se minusvaloran por simpatías ideológicas o se ignoran en función de “los intereses nacionales”. Tenemos una diplomacia confusa. A la vista de cómo ha actuado la UE con Túnez no somos los únicos, pero tampoco es consuelo.

Publicado en Ideal.

Por Manuel Montero

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