Una de las notas más alarmantes de la actual situación española es el descrédito de los políticos. Desde marzo de 2010 las encuestas avisan de que la tercera preocupación de los españoles es “la clase política”, tras el paro y la economía pero por delante del terrorismo. Es un hecho nuevo. En 2008 figuraban en un modesto séptimo lugar. Hace un año subieron en el ránking y ahí siguen, de forma continuada.
Es un acontecimiento inquietante, que debería motivar alguna reacción de los afectados: por su interés “profesional” y porque nos va mucho en ello. La falta de confianza en la política suele abrir las puertas a los populistas y, en todo caso, hace que se resienta la calidad de la democracia.
Pero los concernidos no reaccionan. Siguen haciendo lo mismo. Es decir, acusan al contrario de todos los males y se ponen por las nubes, como auténticos héroes sin otra meta que nuestra felicidad. El truco no funciona, a la vista está. Los suspensos afectan a todos los políticos, sin exclusión. No se salva ningún ámbito del espectro, ni los que van a perder ni los que se ven ganadores. A lo mejor se quedan satisfechos cuando el otro saca una nota todavía peor.
Los expertos achacan el descrédito a la crisis económica, pero ha de suponerse que también influye la forma en que la gestionan, gobierno y oposición. También hablan de la corrupción, que se supone un mal generalizado de la clase política. La percepción es injusta, pues sin duda la gran mayoría actúa con honestidad. Otra cosa es cómo afrontan los partidos la corrupción, en general de forma sectaria, con tendencia exculpatoria de los propios. Entre las razones del desprestigio está también ese discurso superficial, basado en mensajes simplones y autolaudatorios, del tipo se ve la luz al final del túnel (o todo está negrísimo) y lo dan todo por nosotros. La sustitución de la política por la publicidad no beneficia a la política.
Un buen indicio de que algo está fallando es la familiaridad con que se usa el término “clase política”. Se percibe a “los políticos” como una estirpe diferenciada, concentrada en sus intereses partidistas y desconectados de la realidad. Contribuye a la sensación de alejamiento, la proliferación de carreras realizadas exclusivamente en el seno del partido, desde la adolescencia hacia arriba en cargos orgánicos y/o públicos. Así que se les ve como políticos profesionales enzarzados entre sí, pero con preocupaciones al margen del común.
A veces los partidos parecen darse cuenta de su alejamiento. Entonces deciden movilizarse. Los líderes prometen abrirse a la sociedad y las bases lo intentan. Convocan a distintos colectivos: vecinales, sindicales, culturales, profesionales, educativos, todo lo que se les ocurre. En las reuniones les dicen que están abiertos a la sociedad, que comparten sus preocupaciones y que les animan a participar con sus opiniones. Suele haber varios problemas: va poca gente, sólo llevan a los de la cuerda, nunca los convocados ven recogida ninguna de sus ideas, y esos espasmos aperturistas se producen sólo en las vísperas electorales. A la gente no le gusta que la llamen sólo cuando llegan elecciones.
Resulta gravísimo que la ciudadanía perciba hoy como una clase aparte a los políticos. Lo peor es que éstos no ven como una prioridad arreglar semejante falla.
Publicado en Ideal