Los terroristas están mejor atreguados, pero el comunicado de ETA no parece un acto de paz sino de guerra. Declara un “alto el fuego permanente”, un término belicista, pero no es la primera vez y sabemos cómo acabó el anterior. No dice nada de abandonar las armas ni de acatar la voluntad democrática, mucho menos muestra algún pesar por el dolor causado. Le gustaría “un proceso de solución definitiva” y “el final de la confrontación armada”. O sea, como siempre, pues siempre ha practicado el terror para llegar a una “solución definitiva” y acabar (en victoria) con su “confrontación armada”. La “solución definitiva” consiste en que se reconozcan la autodeterminación y la territorialidad tal y como la organización las entiende. Ninguna novedad en el frente, pues el texto conlleva la amenaza: para ETA terminará “la confrontación armada” cuando obtenga sus reivindicaciones máximas.
Y, mientras, nos declara una especie de libertad vigilada. Quizás para que se legalice a los suyos. Quizás para que se dialogue y negocie. ¿Y si la democracia no considera conveniente hacerlo y no hay negociación que valga? ¿Dará por concluido el alto el fuego permanente? El comunicado no permite otra interpretación que este chantaje. Da la impresión de que desde la perspectiva de ETA se trata de negociar cómo y cuándo se aplicará la territorialidad y la autodeterminación, sin cuyo reconocimiento seguirá en pie de guerra, con tregua o en periodo intertregual.
Del aire hosco y perdonavidas del comunicado se deduciría que los terroristas piensan que van ganando. Con alguna razón: basta ver las ansias con las que se esperaba su “declaración”, que parecía la palabra del profeta, y la idea, bastante difundida, de que la generosidad del terrorista (no matar) ha de ser premiada políticamente. No está ETA donde le convendría a la democracia, pensando en la disolución, sino la democracia en el punto que ETA desearía: expectante y atenta a sus palabras.
Lo que se ha llamado “nuevo escenario” se ha preparado con gran parafernalia. Es decir, con Declaraciones, la moda de la temporada. La secuencia que han seguido evoca la puesta en escena de una obra de teatro, que se quiere presentar como la confluencia de factores diversos más o menos espontáneos.
Por lo que se dice, todo depende de la Declaración de Altsasu (noviembre 2009), actualización de la Declaración de Anoeta (2004) para la nueva vuelta de tuerca. Tenemos también la Declaración de Iruña (abril 2010), en la que “la izquierda abertzale” se ponía brava con el Gobierno y (menos brava) con ETA. Y hay una Declaración del Euskalduna (enero 2010), en la que distintos “agentes” sindicales, políticos y culturales se ponían al servicio de la estrategia. No menos fundamental resulta la Declaración de Gernika (septiembre 2010), en la que HB se junta con ETA y Aralar: el soberanismo sin el PNV. Tanta Declaración local va en consonancia con la Declaración de Bruselas (marzo 2010).
La proliferación de Declaraciones quiere dar apariencia de acontecimiento masivo al intento de que Batasuna quede legalizada y se vuelva a negociar. Pero da en ópera bufa tanta pretensión de trascendencia y solemnidad. Aquí “Declaración” no sólo quiere decir “proclama”, “manifiesto”. Cada Declaración se institucionaliza. Adquiere forma material, casi corpórea, toma personalidad propia.
Lo sintomático es que tales Declaraciones se citan como “acuerdos históricos”. Como si suscitasen grandes expectativas sociales, pese a la evidencia de que son “gestas” de cuatro que ellos se lo guisan y ellos se lo comen. La Declaración de ETA viene a ser la guinda del pastel declarativo. Ha llegado tras la demostración de fuerza que fue la manifestación del sábado, celebrada antes del comunicado, probablemente no por casualidad. Para demostrar capacidad de movilización previa al alto el fuego. Si la hubiesen celebrado después, se hubiese (mal)interpretado que la izquierda abertzale se movía porque estábamos de tregua. Se ve que los jefes del movimiento tienen las cosas claras.
Y así, el nuevo “nuevo escenario” – ya los hubo hace diez años y cinco – se gesta al modo de obra escénica, con un argumento y golpes de efecto que quieren darle aires de grandeza histórica. El autor se ha pasado abusando del mismo truco, pues la repetición de tanta hazaña declarativa le quita intensidad a la obra. Además, no parece un escenario muy nuevo, salvo que en las Declaraciones no está el PNV. El melodrama está desembocando también en una pelea acerca de quién manda en el nacionalismo vasco: si el PNV o Batasuna.
Tanto despliegue no parece aproximación a la paz sino búsqueda de posiciones políticas. Sucede además que, para quien está en guerra (ETA se considera en guerra), la paz sólo se equipara a la victoria. Todo lo demás le suena a rendición. No ha combatido a la democracia para conformarse con la democracia, sino para derrotarla. Nada indica que haya cambiado.
Publicado en El Correo