Le llamamos Polímeros por sus cosas: le encantan los edulcorantes, aromatizantes, acidulantes y demás aditivos que adornan nuestras vituallas. Aprecia el sabor y aportación del colorante E107 y se alegra cuando encuentra el E118 – “¿pero no te has fijado?, si es pura química…”: como si fuera lo mejor de lo mejor -. El acidulante E514 le entusiasma. No digamos los aromatizantes, que admira todos, aunque confiesa su debilidad por el acetato de isoamiato, que da a plátano. ¿Y el conservante E214? “¡Pero si es para-hidroxi-benzoato de etilo!”. Le extasía.
Así que entre espesantes, saborizantes, aceite de esperma – “es de origen animal”, se relame -, antioxidantes, emulsionantes, estabilizantes (¿cómo logra el E-401 apuntalar las aceitunas rellenas?) y potenciadores de sabor, Polímeros tiene razones para ser feliz, pues por todas partes los hay. Disfruta comiendo y bebiendo mientras lee con arrobo lo que lleva cada cosa.
No le gusta que tales indicaciones vayan semiescondidas, como algo vergonzoso. ¿Te imaginas el rictus de la gente sin acidulantes y edulcorantes?, farfulla. Cree que el Gobierno no presta la debida atención al asunto, que lo esconde despreciando así al ingenio humano. Sospecha que, desidioso, no atiende al sector para que innove y ofrezca nuevos sabores químicos. Para mí, que Polímeros está cansándose de los sabores de toda la vida y quiere variación. Una especie de nueva cocina química.
Pese a sus rarezas, es hombre noble y de conciencia social. Ha escrito a los partidos explicándoles la necesidad de publicitar mejor los aditivos y de animar a las industrias químicas. Que los diversifiquen y mejoren, pues así ganaríamos todos. Al estar en vísperas electorales ninguno ha dejado de contestarle. Polímeros está quemado por las respuestas.
Los socialistas le aseguran que comparten su preocupación por los excesos de la industria química. Y que, como él, confían que en la próxima legislatura puedan prohibir el mínimo rastro artificial en las comidas, que sólo se venderán si son naturales. Todo, gracias a la aplicación de la nueva economía sostenible – que será ecológica o no será -, con la que salen al paso de tantas tropelías como ha cometido la derecha, a la que sólo interesa llegar al poder por el medio que sea, incluso envenenando ciudadanos.
Polímeros, en general hombre apacible, está indignado. Pues ya me gustaría verles a estos socialistas alimentarse sin estabilizantes ni potenciadores de sabor. A ZP se le pondría más cara de extraterrestre. Insiste: él les había dejado clara la necesidad de aditivos y le gustan. No le habrán creído.
Tampoco le ha entusiasmado la respuesta del PP, que también le trata como simpatizante – en España si te diriges a un partido piensan que eres de la cuerda -. Vienen a decirle que tienen sus mismas inquietudes, pues a ellos les gusta estar con los ciudadanos, y que ellos acabarán con los aditivos con los que el Gobierno quiere distraer a la gente de la crisis. Con ellos, los edulcorantes y estabilizantes ya no contaminarán los alimentos nacionales, consecuencia de la desidia socialista que no se preocupa de la familia ni de las cosas que de verdad preocupan a los españoles.
El cabreo de Polímeros va a mayores. Se ve condenado a degustar los acidulantes de toda la vida, sin renovación posible. No, si nos envenenarán a todos, musita el hombre, al que se le va a cambiando el humor. A estas alturas no le ha extrañado la respuesta de IU y los verdes, que le llaman “compañero” – ¡a mí!, se indigna, pues siempre ha tenido su toque elitista – y le dicen que, como él, están contra las multinacionales y que gracias a su voto podrá volver a comer natural, pues los aditivos serán considerados delito y todos se alimentarán de forma sana. Los acidulantes, que se los coma el capital, concluye el secretario electoral en plan colega, ante el horror de Polímeros. Pues ya ni se podrán tomar refrescos, se indigna.
No le han subyugado las respuestas de los Gobiernos autonómicos y partidos nacionalistas. Las encuentra extrañamente coincidentes. Y eso que ni se habrán puesto de acuerdo, murmura Polímeros, que a veces intuye que no es el centro del mundo. Ninguno le habla del desarrollo de la química alimenticia – ¿existe de forma clandestina y contra la voluntad general?, se indigna -. Por lo que les entiende, los productos autonómicos llegan al público de forma natural, pues tal es su origen. No sólo la txistorra vasca y la butifarra catalana, de las que cabía esperarlo, como expresión identitaria de naciones oprimidas. También salen naturales la sidra asturiana, el lacón con grelos, los ingredientes con los que los valencianos hacen sus paellas o las tapas de los andaluces, así como los bocadillos madrileños de calamares. Al parecer, estos negociados piensan que se usan aditivos por la desatinada gestión secular de un Estado alejado de las inclinaciones de los ciudadanos, proclives a alimentarse de productos del país. Todos van a pedir la transferencia de competencias para acabar con esta lacra social.
El Polímeros anda deprimido. En un ataque de ego piensa que ha desatado un proceso que acabará con los aditivos químicos. Ingenuo, aún cree que los dimes y diretes electorales van a misa. He sido como el aleteo de la mariposa, se lamenta inmodesto.
Pese a sus rarezas, el Polímero despierta simpatía. O lástima. El otro día se quejaba de un anuncio que ofrece colorantes para devolver “su color natural” a las canas. ¿Pero cuál es el color natural de una cana? ¿Rubio, moreno, castaño? Hasta ahora lo natural era el blanco. Quieren disimular la química, se enfurece Polímeros.
Publicado en El Correo.