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Soberanía temporal

El comienzo fue, pongamos por fábula, la decisión gallega de cambiar su hora oficial: una hora menos. No era un truco identitario, se alegó, sino la consecuencia lógica de que el meridiano de Galicia cae más al oeste y así se ajusta mejor su hora al paso del sol, además de coincidir con la de Portugal, con mayor sintonía lingüística y en lo sucesivo cronológica.

El estribillo cotidiano al abrir las noticias -“una hora menos en Galicia y Canarias”- sugirió las posibilidades publicitarias de tener una hora propia, que además permitía visualizar la existencia de nacionalidades sojuzgadas. Después de todo, argumentaron socialistas y nacionalistas catalanes, el sol pasa antes por Barcelona que por Madrid, por lo que no había razón para seguir sometidos al tiempo centralista. La hora catalana sería treinta minutos anterior, fue la conclusión.

El pueblo vasco, milenario, ha tenido siempre su propio sentido del tiempo: forma parte de su identidad colectiva, tan diferente de la española, advirtieron los antropólogos locales. Siendo el vasco de natural madrugador y el más antiguo, no extrañó que, como expresión de su forma de sentir, se fijase que la hora vasca precediese en 60 minutos a cualquier otra que rigiese en el Estado, como pactó la Mesa de Partidos convocada al efecto, previo diálogo y negociación. Invitó el País Vasco a Navarra a que la adoptase, pero los navarros, aun entendiendo la conveniencia de alguna especificidad, decidieron diferenciarse en media hora de la hora vasca, para evitar el asimilacionismo. La kale borroka dio en apedrear los relojes de los campanarios navarros.

Extremadura decidió retrasar su hora y que fuese siempre una menos que la de cualquier otra autonomía peninsular, para que se visualizase el atraso histórico de la región, como denuncia permanente del abandono. Los canarios, acostumbrados al sonsonete “una hora menos en Canarias”, aprobaron que siguiera una menos que la más tardía de las horas peninsulares, manteniéndose así la tradición y singularidad.

Mayores complicaciones se plantearon en Andalucía, por su mayor distancia este-oeste. La Junta ajustó la hora andaluza al meridiano de Sevilla, que no es exactamente el de Greenwich. No gustó la iniciativa en la Andalucía oriental, que fijó su propia hora, medida en el meridiano que pasa por la Alhambra –¡que los sevillanos nos manden la Guardia Civil para movernos los relojes!, retaron los granadinos-. Andalucía se convirtió en la única autonomía con dos husos horarios.

El PP convocó una conferencia de sus presidentes regionales, con el patriótico propósito de mantener sus horas al unísono –hora nacional u hora popular, empezó a decirse-, con la excepción de Galicia, que tenía ya la suya. Su manifiesto, furibundo, mostró su repudio a la frivolidad socialista y nacionalista, pero no fue eficaz. En Baleares la adelantaron, alegando que el sol llega allí antes que a Cataluña. También los valencianos se hicieron con la suya: no habían de ser menos que los catalanes. Adoptaron una intermedia entre la de Barcelona y la de Madrid que también reajustó unos minutos la suya, distinta a la de Greenwich, que mantuvo Aragón.

– No politicemos el tiempo, declaró el Presidente de Gobierno, que hizo ver que las diferencias de hora eran una expresión de la riqueza cultural de España y que otros países como Estados Unidos y Rusia tienen distintos husos horarios, lo que no les impide ser grandes potencias.

Para entonces, cada autonomía tenía ya su hora propia, fijada con los criterios de profundizar en su identidad y diferenciarse del resto, sobre todo de los vecinos. Hubo algunas excepciones (La Rioja, Murcia), pero resolvieron cambiarla cada cuatro meses para hacerla coincidir sucesivamente con las autonomías próximas. Como algunas decidieron seguir con el adelanto de la hora en verano, otras mantener siempre la misma y algunas retrasarla (pues la España plural exige creatividad), se producían algunas distorsiones por las dificultades de retener la compleja configuración interna de la sensibilidad nacional.

El Gobierno convocó una conferencia para solventar tales problemas. Fue recibido con recelo por las autonomías, que vieron en la iniciativa un intento por homogeneizar de nuevo el Estado. Se rechazó la idea de que era necesario regularizar la pluralidad, así como el peregrino argumento de que resultaba chocante de que un avión saliese de Bilbao a las 10 y llegase a las 8 a Madrid – ¿y qué problema hay?, dijeron los vascos, argumentando que quienes viajasen a Euskadi tendrían que adaptarse a su idiosincrasia.

A ver, si no.

Pero la conferencia fue en un éxito rotundo. Se elaboró un sofisticado cronómetro que mostraba, para el general conocimiento, los distintos husos horarios vigentes en España en cada momento, a insertar en móviles, ordenadores y relojes callejeros.

– La innovación tecnológica permite la pluralidad sostenible, se felicitó el Presidente. La hora oficial sería la de Madrid – u hora estatal -, vigente allí y en Ceuta y Melilla.

El uso de la soberanía temporal mejoró el atractivo internacional de España. Las ofertas turísticas aseguraban que era el lugar de los distintos tiempos. Aunque en algunas autonomías los ciudadanos habían de levantarse en noche cerrada y acostarse de día y en otras sucedía lo contrario –algunas autonomías se levantaban cuando otras se iban a la cama- el resultado reveló la vitalidad interna. Además, propició extraordinarios programas de Nochevieja, con la retrasmisión consecutiva de las campanadas y las uvas en las 17 autonomías, un programa de seis horas de alegría autonómica.

Publicado en El Correo

Por Manuel Montero

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