Uno de los nortes de los Gobiernos ZP ha sido la cohesión social. Pocas veces el Presidente ha mencionado como un objetivo la igualdad social, contra lo que es frecuente en los discursos socialistas (igualdad se ha identificado sólo con la de sexos). Tampoco ha dado en referirse a la modernización -PSOE en tiempos de Felipe González- o a otros conceptos habituales en la izquierda: avance, cambio, transformación o progreso, idea que quedaba para la electoralista “política de progreso”. Estos conceptos no han aparecido hasta los últimos tiempos, cuando a la fuerza ahorcan.
Todo ha girado en torno a la búsqueda expresa de la “cohesión social”, junto al incremento de la “protección social” y la “cooperación”. Sólo recientemente se ha añadido un evanescente “cambio de modelo productivo”.
La cohesión social ha figurado siempre en el discurso de Zapatero. Como propósito prioritario resulta sorprendente, pues carece de connotaciones izquierda-derecha. Es un término sociológico que alude al grado de consenso en una sociedad o grupo. Ha de suponerse que, al invocarlo, sugiere que quiere en España un alto grado de consenso, que no haya convulsiones. Bien mirado, resulta un objetivo común a un Gobierno de cualquier signo, pues, sean de izquierdas o de derechas, no les suele ser lo propio suscitar tensiones sociales. Si pueden.
La cohesión social, pese a la sugerencia izquierdista del adjetivo “social”, es una finalidad desideologizada. No sugiere cambios, reformas o líneas conductoras nítidas. Si acaso, remite a actitudes conservadoras, pues mantener lo que hay asegura más los consensos que las propuestas de cambios, que se asocian con riesgos e incertidumbres.
En el sentido en que lo ha empleado, para el PSOE-ZP cohesión social ha querido decir que no hubiese bronca con los sindicatos. Equivalía a paz sindical. Así, los sindicatos han constituido la base de la política social, tanto en los momentos de esplendor como en los comienzos de la crisis, en los que se repitió hasta la saciedad lo de la cohesión social y que no se tocarían nunca las prestaciones. Tales objetivos, sindicalistas, llevaron a relegar cualquier otro tratamiento de los problemas económicos.
Cuando se impuso la realidad y no quedó otra que acometer el ajuste, llegó la amenaza a la “cohesión social”. Los sindicatos marcaron distancias. Con la huelga general amagan el degüello, pues al parecer su entusiasmo por ZP lo era sólo en la medida que se plegase a sus conceptos de no tocar nada pasase lo que pasase, así nos hundamos todos.
Diluida la cohesión social, la sensación que produce la huelga general resulta rara, y no sólo porque no queda claro contra quien va, si contra la patronal, el Gobierno o la realidad. Sobre todo, por la impresión de que el Gobierno ya ha perdido. Si la huelga general tiene éxito rotundo se da el batacazo. ¿Y si fracasa? Le sería un respiro, pero también se confirmaría que la política con que afrontó inicialmente la crisis fue errónea, al basarse en la idea del protagonismo de los sindicatos y en la de que la gente es incapaz de entender la necesidad de aprestarse el cinturón. Y quedarían contra las cuerdas los sindicatos, no ha mucho su principal apoyo e interlocutores únicos para la cohesión social, su gran ambición. El Gobierno pierde siempre. Resulta inaudito.
Publicado en Ideal