Nuestros políticos se ven como héroes olímpicos viviendo dramas trascendentales. El último ha sido Montilla. Solemne, como quien hace frente al destino justo en el telediario, lo ha dicho, al anunciar las elecciones a los catalanes: “Con vuestro voto, decidiréis mucho más que una mayoría, un presidente o un programa de gobierno. Decidiremos qué camino debe seguir Cataluña, no en una legislatura sino seguramente en toda una generación”. Ahí queda eso. Sólo sorprende la modestia. Metido en gastos podía haber dicho que decidirían para un par de generaciones. O tres.
Suena a identificación con el destino generacional. Es una desmesura.
O un epitafio, que conviene le quede a uno rimbombante.
El político español no tiene término medio. O se ve en “Alicia en el país de las maravillas” o, como esta vez, en “El ocaso de los dioses”, en plan wagneriano. Nunca en “Aterriza como puedas” o “Esta casa es una ruina”. Le gusta sentirse trascendente, echar balones hacia el epicentro de la historia. Prefiere resolver los problemas de las generaciones antes que los del día.
En la misma línea, hace unos meses al Gobierno le dio por decir que las próximas decisiones económicas – las que tomen ellos, se entiende – marcarán nuestro modelo de desarrollo para unas décadas o más. Pues qué bien. Algo de razón tendrán, pues cualquier iniciativa repercute en el futuro, quizás hasta el final de los tiempos – el aleteo de la mariposa china golpeando siglos y milenios -, pero da la impresión de que lo dicen para darse empaque, una envoltura de profundidad histórica, Julio César pasando el Rubicón, “alea iacta est”.
¿Avisan de que las cosas que hacen tendrán consecuencias más duraderas que lo suponíamos? ¿Sus errores de hoy – no han estado muy sembrados últimamente – los arrastraremos toda nuestra vida? Un agobio la advertencia.
Quizás este descomedimiento les gusta a los mandos, pero para el marketing político resulta un recurso fatal, pues los ciudadanos damos en irresponsables. No es que no nos preocupe la siguiente generación – aunque habrá de todo – pero tendemos a preferir que arreglen esto para dos o cuatro años, lo que les toca. Es poca cosa si se compara con las magnitudes temporales que manejan los políticos y los profetas, pero, gente de cortas miras, nos gusta el pan para hoy, que lo de mañana mañana se verá. Somos unos inconscientes.
Al vivir siempre en el filo de la navaja, construyendo todo el futuro de una tacada, a veces la perspectiva se desenfoca y algo falla. Es como cuando hace un par de años ZP, Sarkozy y la cuadrilla se fueron a Estados Unidos a ver a Bush y refundar el capitalismo en un fin de semana. Como quien no quiere la cosa. Lo refundarían –volvieron contentos y nadie ha dicho que fracasaran en el intento -, pero muy sutilmente. Todavía no se han notado los cambios (a lo mejor por las prisas les salió una copia del anterior). No siempre el vuelo de la mariposa en China provoca en un par de días un alud en el Tibidabo.
Por eso la gesta verbal de Montilla resulta heroica, por su esfuerzo para que el mundanal ruido sepa que tiene que votar ahora o callar para siempre. Aunque suena incongruente. Cuando el elector se juega cosas generacionales suele saberlo. No hace falta que se lo advierta el candidato. Y extraña que para elegir la fecha de unas elecciones de importancia secular pueda influir que ese día haya partido de fútbol De qué minucias depende el destino de los pueblos.