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Antihéroes anónimos

No son héroes anónimos. Anónimos sí, pero esto mismo los sitúa en las antípodas del señorío que tenemos asociados al heroísmo. Son los antihéroes anónimos. Eso sí, inundan nuestra vida en los comentarios “virtuales”, a las noticias de prensa, en los blogs. Es el componente nuevo de la vida pública, la plática ciudadana a distancia, una consecuencia de internet. Cualquier suceso resulta enseguida comentado por cientos de personas, que darán su opinión, crítica o (raras veces) ensalzarán. Los personajes públicos se tienen que andar con pies de plomo. Cualquier salida del tiesto será contada, quizás filmada por un móvil y expuesta a la pública vergüenza. Ay de aquel sorprendido en un desliz cotidiano. Verán las imágenes decenas de miles, que se regodearán y lo condenarán.

La democracia se nos transforma en una charla continua. Hay cualquier accidente y salta el comentario anónimo en la edición digital: “Que se dejen de monsergas electoralistas los políticos porque la realidad es bien jodida y cada vez peor. ¡Cuánto inepto metido a dedo!”. Llega a la vez la noticia, el juicio moral y la conclusión política. La opinión pública deja de ser expresión de unos pocos, en sí una novedad saludable. Sus depositarios aumentan de forma indefinida. Esto cambiará la república.

No todos los efectos del fenómeno son positivos. Gracias al anonimato de internet y a la mala uva nacional, la opinión telemática se nos llena de insultos. Llueven por los cuatro costados. La inquina ciudadana fosiliza en voces singulares, que inundan el mundo virtual: “Zapatero antojadizo, veleidoso, insensato”. “Rajoy asqueroso, desgraciado”. “Zapatero inútil y vendido”, “sinvergüenza”, “torticero, torpe, lerdo, lenguaraz, ladino y embustero”. “Rajoy es un anormal, un amoral y sobre todo es un insensato”, “vulgar sinvergüenza”, “cretino estúpido necio”, “capullo”, “soplapollas comefideos”. Otra escuela de pensamiento asegura que ZP, “el capullo de la Moncloa”, “es un soplapollas” y un “pordiosero”. “¿Quién es más pedorro, Zapatero o Rajoy?”, se interrogaba inquieto un internauta filósofo. El genio de la raza ha encontrado internet. La creatividad nacional se explaya en la imprecación.

Hay vocación inquisitorial, el convencimiento de las virtudes propias y de la perversión ajena. Entusiasma insultar desde el anonimato.

Opinión y crítica quedan sustituidas por el escarnio, que gusta más y cuesta menos. Tiene un efecto nocivo. Como no se suele escribir para defender la moderación y templar las gaitas – ningún anónimo llama a la calma y a relativizar nada -, el ambiente digital es de bronca extrema.

El chaparrón cotidiano de imprecaciones expresa estados de ánimo preocupantes. ¿Cuánto encono hay que acumular para incluir “Zapatero asesino, cabrón, terrorista, ruin, basura, escoria, malnacido, triturador de niños” en los comentarios a una noticia sobre Fernando Alonso? Por el otro lado las aguas son de similar calaña – a Rajoy, además de los ajenos, lo insultan muchos de los suyos, aun con peor saña -. “Rajoy cabrón, idiota mayor”, “mentiroso redomado”, “agitador de masas, leproso”, “rojo peligroso”. No hay medida.

Todos son “vendepatrias”, “babosos”, “payasos”, “inútiles”, “fascistas”. “Zapatero gusano”, “Rajoy buitre” y demás zoología de mala prensa (además están las malsonancias de altura).

Hay dos epítetos que se usan como lo peor de lo peor: cobarde y traidor. Rajoy es “un traidor, siniestro, bandido”, “cobarde traidor a España”, “traidor a los muertos”. Zapatero no se le queda atrás. Es “mentiroso y traidor”, “un traidor a España”, “un enorme traidor al socialismo”, “deberían juzgarle por traición a la patria”. “Acuso a Zapatero de traición a España y cobardía ante el enemigo”. Tracatrá.

España da miedo hasta en la era digital.

Por Manuel Montero

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