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Siempre nos quedará la Luna

Europa le ha salido rana al nacionalismo vasco. No ha resultado el paraíso prometido que daría la razón a la causa (nacionalista) vasca en cuanto se enterase de las tropelías que comete España.

El Tribunal de Estrasburgo ni siquiera ha admitido a trámite el recurso por “violación de derechos humanos”. Se refería a que el Tribunal Constitucional había rechazado el referéndum del gobierno tripartito, no a los derechos humanos violados en el País Vasco, los de las víctimas del terrorismo, amenazados y exiliados. La decisión de Europa da la puntilla póstuma a la década soberanista en la que se sucedieron los proyectos rupturistas.

Tiene particular importancia. El antiguo lehendakari Ibarretxe explicaba en septiembre de 2008, cuando se decidió el recurso, que éste sería “un test de democracia para el Estado español”. “¿Qué clase de democracia es ésta?”, cuestionaba. “Una democracia de baja calidad”, la calificaba el consejero Azkarraga unos meses antes. Pues bien: “el Estado español” ha pasado con nota alta el test de democracia, si lo era. Quien hizo la pregunta y quienes la compartieron deberían reconocerlo explícitamente, pues la lanzaron a los cuatro vientos. Hasta convendría que se cuestionaran, visto lo visto, si sus conceptos democráticos estaban atinados o desvariaban.

Había tomado cuerpo el convencimiento de que la expresión democrática máxima es hacer referéndums. “Lo que se estimula en Europa, lo que se plantea como camino de futuro, aquí es ilegal, inconstitucional o divisorio”, se quejaba el antiguo lehendakari refiriéndose a su plebiscito nonato. No quedaba claro de qué hablaba. Quizás creía que en todos los países europeos se hacen un día sí y otro también referéndums constituyentes.

En el nacionalismo subyace la idea de que en Europa (y en el resto del mundo) se comparten sus criterios políticos e ideológicos. “Es bueno que Europa conozca las carencias democráticas del Estado”, decía Azkarraga, expresando este sentimiento. Con alguna frecuencia los nacionalistas han amenazado con denunciar en Europa decisiones políticas, como convencidos de que así el gobierno español se achantará y de que los europeos están deseando darles la razón. “Ha llegado el momento de ir a Europa”, se dijo hace un par de años con alguna solemnidad, pero similares intenciones se han expresado varias veces, cuando se ha contrariado al nacionalismo. En 1998, por ejemplo, el PNV decidía denunciar en la Unión Europea la política penitenciaria del Gobierno. Años después hasta hubo grupos eufóricos cuando Estrasburgo admitió a trámite su denuncia a la Ley de Partidos. Cuando dictaminó que era correcta, silenciaron el asunto, pues los tribunales son buenos si nos va bien en la feria. Si no…

El nacionalismo busca además internacionalizar la cosa vasca. De ahí que en 2006 Ibarretxe sugiriera en una conferencia en Washington “la intervención de la ONU en el conflicto vasco”. A comienzos de 2008 Lokarri retomaba la idea. Decía que si no se admitía la consulta/referéndum habría que acudir a la ONU. Alguno llegó a pedir un “arbitraje internacional”. Tenían que actuar “la Unión Europea, Naciones Unidas y la comunidad internacional”.

Al final la Unión Europea no está por la labor. La ONU anda metida en otros berenjenales. Tantos sueños internacionales no son ya de este mundo.

Por Manuel Montero

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febrero 2010
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