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Brujos en política

Aseguran que en México muchos los políticos consultan con brujos – chamanes, magos, santeros, practicantes del vudú, de la cartomancia y demás – para mantenerse en el poder o para llegar a él. Un libro, que allí fue best-seller – José Gil Olmos: “Los brujos del poder” -, recoge esta afición al esoterismo. Recurrieron a él Presidentes de la República tan señalados como Francisco I. Madero (1911-13), Elías Calles (24-28) o Miguel Alemán (46-52). Dicen que Madero estaba convencido de que un espíritu al que llamaba BJ (¿Benito Juárez?) le inspiraba sus decisiones más importantes. Las prácticas espiritistas al parecer continúan. Un caso reciente: la cónyuge de Fox, Martha Sahagún, que aseguran recurría a hechicerías, incluso en el palacio presidencial. Hasta contrataba – si la historia es cierta – a santones para elaborar una pócima que protegería al Presidente o para arrinconar a sus adversarios.

A Elba Esther Gordillo – la presidenta del Sindicato de Trabajadores de la Educación, veinte años en el cargo -, una de mas personas más poderosas de México, le atribuyen gran afición esotérica. Refieren que recurrió en Nigeria a un ritual que la hechizó con sangre, vísceras y piel de león para que el espíritu del felino se apoderase de ella y así mantenerse al mando del sindicato.

Las inclinaciones a la brujería se las achacan a varios políticos del PRI, del PAN y del PRD – y zapatistas -, sin muchos distingos en este punto.

Dicen que el actual Gobernador del Estado de México, que hace lo que puede para llegar a Presidente, está convencido de que lo conseguirá por habérselo vaticinado un vidente de la agrupación Atlacomulco. Lo malo para él es que algún otro aspirante cuenta también con su cuadrilla de espiritistas, por lo que se avecina una dura competencia espiritual.

Cuando viví en México una de las historias más extrañas que oí – al parecer cierta – fue la de la búsqueda del cadáver de un ex-diputado. La Paca, una vidente, “localizó” el sitio donde estaba el muerto. Lo chocante es que luego encontraron restos que resultaron ser de su consuegro. El yerno de La Paca habría esparcido por allí los huesos de su padre, sin darse cuenta de que en la tumba había otros dos familiares enterrados y se mezcló todo, con lo que el lío que se armó fue de cuidado. La lógica de estos hechos se me escapa.

Por circunstancias rarísimas yo mismo, de natural descreído pero influido por la sobredosis mexicana de espíritus, tuve la ocasión de conocer la brujería. Fui donde La Paca, pues no era cuestión de quedarse en menores. Una vez escribí sobre el asunto (Papeles de Zabalanda, 2007) y aquí resumo.

Recibe en una habitación de luces, colorido, decoración y olores intensos e inusuales, cerca del puerto de Veracruz, en una calle apenas iluminada. La experiencia fue rara. Me habló del pasado y del futuro, con alguna trampa pero con bastante sentido común en varios pasajes. También me dijo que mirase el mar, el Atlántico o el Pacífico, y que respirase hondo y que las vidas fluirían. Me dijo muchas cosas, unas chocantes y otras sin duda sabias.

Salí tan descreído como entré, pero convencido de la eficacia que tienen las obviedades vitales si se cuentan con misterio, entre olores peculiares y aire místico.

Por aquella época, en México escuchaba yo a los adivinos por la radio. Unos brujos de Catemaco, Veracruz, sede los más afamados, aconsejaban a los oyentes, a la vez que se hacían propaganda. Tuve la impresión de que proporcionan la ideología, los elementos básicos para comprender cómo funciona la sociedad mexicana. ¿Cuál era su entramado argumental? En las consultas por la radio predominaban las mujeres, que venían a decir que el marido o novio se había descarriado (o sea, que bebía y se gastaba la quincena). O que se había marchado al otro lado (Estados Unidos) y no sabían de él desde hacía años. Seguía un proceso extraño de preguntas y lectura de cartas y nombres. El diagnóstico: siempre el descarriado resultaba buena persona pero débil de carácter y se había encontrado con malas compañías, que le llevaban por peor camino. Los brujos aventuraban que quizás las malas compañías eran una mujer que le distraía de sus obligaciones, lo que me dio a entender que esta gente conocía la naturaleza humana. La consultante, que algo se maliciaba, quedaba contenta por confirmarse sus sospechas.

Llegué a la conclusión de que los brujos mexicanos tienen sentido común y conocen la realidad, por lo que quizás no sea del todo mala su influencia en los gobernantes. Quizás sean más sensatos que los políticos. Demuestran más profesionalidad: resulta comprensible que los brujos se pongan al servicio del poder, pero no tanto que los políticos consulten a hechiceros. Por otra parte, en otros lares hemos tenido sagas de políticos que han confiado o confían en directores espirituales, confesores, autoridades religiosas, encuestadores, expertos en marketing electoral, intuiciones, gurús mediáticos, compañeros pelotas, velinas, imaginadores de identidades, chamanes de fantasías ideológicas o estrategias parapolíticas llegadas del pleistoceno doctrinal.

Otra historia sin héroes.

Por Manuel Montero

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