En el país de los líos ahora toca belén a cuenta de la transmisión por ETB del discurso navideño del rey. Sus 15 minutos de duración se van convirtiendo en la madre de todas las batallas. Quizás pasen a la historia de nuestros medios de comunicación como el cuarto de hora más importante de la televisión vasca. Proliferan las indignaciones. Sectores nacionalistas lo presentan como una especie de tropelía política, de ataque a las esencias patrias. Es a primera vista una tormenta en un vaso de agua, pero también una pelea sobre las identidades. Por tanto, algo que tiene enjundia, pues es el género preferido por el nacionalismo. Sorprende que la indignación sea porque la televisión transmita un acontecimiento, cuando las reacciones contra los sectarismos de los medios de comunicación suelen producirse si la televisión oculta algo, lo omite, no lo difunde. Entre nosotros es al revés.
Algunos de quienes se oponen a la iniciativa de transmitir el discurso navideño aseguran que no tiene interés. Es un argumento raro. Es obvio que lo tiene. Lo demuestra el propio guirigay organizado a cuenta de que por fin este año se transmita, tras casi tres décadas de ocultamiento. ¿Tiene interés informativo? Por supuesto: lo confirmaba la propia televisión vasca los años anteriores, cuando no lo emitía y sustituía por programas alternativos, quince minutos en los que cabía demostrar la desafección política al Jefe de Estado constitucional por el módico medio de sintonizar la ETB, que nadie piense que en Euskadi se ve al rey por la tele. Sobre todo lo demostraba al día siguiente, cuando los teleberris solían incluir varios minutos en los que los políticos locales criticaban el discurso. Hasta pudo oírse, creo que recordar, que el rey había estado fatal por no incluir referencias al diálogo y/o la negociación, por el convencimiento de que nuestras manías han de tener resonancias universales. Los televidentes de ETB tenían la oportunidad de oír sobre “los fallos” del discurso y no la de escuchar éste.
Sucede además que es un discurso de Estado, el principal que suele pronunciar el rey a lo largo del año. Hasta podría decirse que su interés ha aumentado con el tiempo sobre todo en esta época en que las crispaciones azotan la política española y se cuestiona el modelo constitucional. Los posicionamientos del Jefe de Estado, poder moderador, adquieren por ello particular relevancia. Es así, guste o no el rey, guste o no la monarquía o la unidad de España. Tiene importancia política y, desde luego, su emisión no es un acto de vasallaje, como se ha oído decir estas semanas, entre otras simplezas.
Argumentaciones pintorescas al margen – que si fue designado por Franco, que si no representa a los vascos… declaraciones que demuestran alguna ignorancia sobre nuestra conformación constitucional – el problema que se plantea no viene por la presunta falta de interés del discurso real, sino por el modelo de televisión que se quiere. Desde que se formó, y hasta este año, la ETB ha estado en manos nacionalistas. Su identificación política fue neta y socialmente asumida. Se asumió como algo normal que, sin solución de continuidad, su director pasase a ocupar uno de los principales cargos del partido entonces gobernante. Esta circunstancia hubiese provocado asombro en otros lares y en el País Vasco pasó sin alarmas, como si los límites entre la ETB y el PNV fuesen mero formalismo. Pues bien: a la ETB se le adjudicó un papel fundamental en la forja nacionalista de la identidad vasca. La razón de que no emitiese el discurso del rey era de tipo político, dentro de una tónica en la que se procuraba eliminar mediáticamente todo lo que el imaginario nacionalista identifica con España. La ETB es una televisión pública, de todos, pero se puso al servicio de las convicciones nacionalistas, las que insisten en “lo nuestro” y construyen un “ajeno” simbólico, a repudiar. La profesión de deslealtad constitucional – que abarcaría a todas las representaciones personales o institucionales – constituyó uno de los ejes de la política identitaria. De eso estamos hablando: de si la televisión pública vasca es de todos o sólo de la parte nacionalista de la sociedad vasca.
El año pasado transmitieron el discurso del rey 21 canales generalistas, todos los que hay en España menos los dos de la ETB. Había descortesía institucional, en la rara forma en la que ésta se practica en el País Vasco: con bastante frecuencia los nacionalistas – o sus instituciones afines – requerían la presencia real cuando tocaba promocionar una imagen de estabilidad e iniciativas institucionales y empresariales, al tiempo que se cometían desaires de este tipo. Y estaba sobre todo la idea de que al construir la identidad no sólo cuenta lo que la televisión transmite. Tanto o mayor importancia se concede a lo que no se emite, con la idea subliminal de que es ajeno a los vascos.
Durante años el Gobierno nacionalista vasco aseguró que resultaba imprescindible “la normalización” de la sociedad vasca. Se refería, en realidad, al desarrollo de las nociones nacionalistas. Dados los resultados, se diría que la mejor aportación a la normalidad pasa porque aquí llegue a ser normal lo que en otros sitios es normal. Que se transmita el discurso del rey podría atenuar esa imagen de un País Vasco convertido en un parque temático de las identidades, en el que campean las exaltaciones antisistema, los cuestionamientos de la convivencia constitucional y la voluntad de construir un país sectario, basado en la negación de los otros y de las obvias representaciones institucionales.
Publicado en El Correo