Los vecinos de
Es una vergüenza.
No recuerdo que nunca ningún vecindario haya protestado contra un local batasuno. Los hubo por decenas. O se hacía como que no se veía, o gustaban, o se sostenía que formaba parte de la pluralidad política, de la normalidad. O, sin más, habría miedo al qué dirán o qué te harán los asiduos y los suyos.
Si en Durango ponen estos carteles ominosos es porque en este caso los vecinos sienten que encontrarán comprensión social e incluso respaldo.
Es una vergüenza colectiva.
A algunos les habrá parecido siempre mal tener vecinos socialistas. Otros pensarán que la normalización de Durango – y de su casa – pasa por que no haya líos: que se vayan quienes molestan a los terroristas y a sus secuaces.
Muchos pensarán que tienen derecho a ser felices, y que esto requiere que no esté el PSE en su pueblo, en su casa.
Quieren ser felices y creen que se lo impiden no quienes amenazan, sino los amenazados.
Es una vergüenza y una barbaridad esta inversión ética, en la que socialmente el riesgo del terror se asocia a las víctimas y no a los asesinos. No es sólo mirar hacia otro lado. Significa asumir la desolación que provoca el terrorismo. Si ETA atenta contra una Casa del Pueblo podrá decir que los vecinos rechazan las sedes socialistas.
Alguno sugiere que estos establecimientos políticos tendrían que estar en otros sitios. En un descampado, quizás. No se refiere a sedes batasunas y seguramente tampoco a las nacionalistas en general.
Los mecanismos por los que se imponen los criterios de la pax batasunica son tenebrosos. Que unos vecinos los asuman públicamente en este grado señala la profundidad del deterioro moral, la brutal parcelación ética de la vida pública. Esta visión sectaria de la vecindad niega la convivencia.
Es más que una vergüenza.