ENRIQUE URBIZU CINEASTA
“Para que haya perdón tiene que haber recuerdo, no olvido”, defiende el autor de ‘No habrá paz para los malvados’
Hay algo de irónico en que, después de haber intentado infructuosamente llevar al cine dos novelas de Bernardo Atxaga con terroristas de ETA, Enrique Urbizu (Bilbao, 1962) haya conocido la gloria de los Goya y de la taquilla con una película que indaga en el 11-M. Vacunado contra el virus nacionalista gracias al cine, el director de “No habrá paz para los malvados” cree que el País Vasco es «una sociedad herida». «Va a costar mucho pasar página, y veremos cosas surrealistas».
– Llegó a adaptar “Esos cielos” y “El hombre solo”. ¿Qué le atraían de esas historias sobre terroristas?
– Compartía la visión que tenía Atxaga de poner el foco en los comportamientos individuales por encima de los colectivos. Él lo resumía en abrazar el “yo” y abandonar el “nosotros”. Es decir, la salida individual, un tema muy procedente en estos momentos tras el alto el fuego definitivo. La izquierda abertzale es muy consciente de que a los presos hay que tratarlos como colectivo más que como individuos. Y Atxaga iba muy bien encaminado: la clave está en la respuesta individual. Abandonar el colectivo y adoptar una actitud personal frente a tu propio pasado, a la violencia ejercida, a la relación con las víctimas. Me comprometí con una lucha colectiva, me he dado cuenta de que es un fracaso a todos los niveles, la abandono y recupero mi identidad personal.
– ¿Por qué no llegó a rodar aquellas historias?
– Me encontré con que a la industria española no le interesaban. “ETA no da dinero en el cine”, me llegó a decir un productor. Y me pareció un argumento muy sólido para que no la produjera. Fui a París a leerle el guion a una conocida actriz y su respuesta fue que esas cosas quedaban para los telediaros.
– Ese “nosotros” se ha utilizado mucho en Euskadi.
– Sí. Es una palabra muy engañosa, porque la identidad colectiva es resbaladiza. Se funda en mitos, en rasgos compartidos. Todos los nacionalismos, incluido el español, utilizan el “nosotros” de una manera muy peligrosa. Alta demagogia. Cada vez que hablas en nombre de un colectivo arrasas a los individuos que lo forman. Las emociones, la construcción de futuro que tienen que hacer quienes han practicado la lucha armada ha de ser personal e íntima.
– Jesús Eguiguren sostiene que se está humillando a los presos al pedirles el perdón público porque el arrepentimiento ha de ser íntimo.
– Humillando… No comparto el término. Son ellos los que se tienen que recuperar como individuos y obrar en conciencia, saber si tienen que rendir cuentas con su pasado. Mayor humillación que la que han sufrido los familiares de las víctimas es difícil de imaginar.
– ¿En su caso, cuándo le llega el hastío hacia el “conflicto”?
– Muy pronto, va unido al descubrimiento del cine. Yo vengo de una familia mitad nacionalista en la rama paterna, Urbizu Aguirre, y mixta en la materna, Jáuregui Jiménez. Me crío con una abuela andaluza y tengo una madre que es filosocialista dentro de su sencillez ideológica; vamos, que le gustaba Felipe González. Lo que se llamaba un poco maqueta. En las familias vascas siempre ha habido ese sistema de contrapesos. Recuerdo un COU infernal en 1981: el Rey en Gernika, el 23-F, el asesinato de Ryan…
– Los “años de plomo”.
– Sí. Coincido con gente con un carácter lúdico que invitaba a una huida hacia adelante y a un escepticismo respecto a la lucha del pueblo vasco. ETA debió dejar la lucha armada muchísimo antes, han sido los últimos en darse cuenta de que estaban yendo a ninguna parte. Y después el cine te abre mucho la mirada; bien entendido es humanismo en vena. Empiezas a interesarte por los individuos y no por las patrias, por las personas y no por los conceptos abstractos. El cine me lleva a no creer en ninguna nación, porque está por encima de las instrumentalizaciones. A mí ni se me pasa por la cabeza hacer películas al servicio de ideas.
– Atxaga fabulaba que, cuando llegara el final de ETA, los vascos íbamos a levitar, a andar un palmo por encima del suelo.
– Cuando vuelvo a Bilbao a ver a mi familia encuentro una ciudad altamente aburguesada, impecable, limpia, receptiva, funcional. Y sorprendentemente poco estimulante en lo creativo. En los 80 era un hervidero de creatividad, un maldito caos hirviente con músicos, cineastas… Ahora no genera ni estimula cultura, está muy ensimismada en su propia tradición de ciudad industrial y comercial. No sé si es necesariamente bueno que levitemos. Igual habría que estar muy pegaditos al suelo y ser muy conscientes de dónde venimos, porque a veces nos creemos mejores que los demás, estamos muy pagados de nosotros mismos. El País Vasco tiene una calidad de vida impresionante. Euskadi es el puto paraíso. El resto del país está mucho más apretujado y descuidado. Es una de las bondades de la identidad, que sientes la tierra como tuya y la cuidas. Madrid, en cambio, es una ciudad de usar y tirar. Quizá se sigue educando a los chavales vascos en la conciencia de que de Burgos para abajo todo es inferior. Habría que conseguir que esos jóvenes viajen mucho para que se den cuenta de lo que disfrutan en una zona muy afortunada.
– ¿Cree que hay dos comunidades en Euskadi?
– Posiblemente, sí. Hay una grieta evidente. Está la veta nacionalista, que ha recogido sus frutos, refractaria al resto del Estado, autosuficiente, engreída. Y otra comunidad que quiere formar parte del Estado sin fisuras. Y un territorio intermedio, donde está el PSE e Izquierda Unida, si es que queda algo. Esa división es más clara en Álava que en Guipúzcoa y Vizcaya. Y sobre todo en Navarra, que tiene hasta físicamente un Norte y un Sur opuestos. La clave reside en poder convivir sin crujir.
– No cree que el país tenga que mudar de piel.
– Esas cosas no se pueden hacer a nivel social, hay que esperar. Toca un tiempo en el que los vascos decidirán en las urnas qué país diseñan para el futuro. Pero parece una contradicción el bucolismo rural y mítico de lo vasco con la que está cayendo ahora en Occidente. Un país económicamente pujante, con los índices de paro más bajos de España, y la reivindicación de los ancestros abrazada por partidos que se consideran de izquierdas. Se me escapa si siendo de izquierdas se puede ser nacionalista.
– ¿Quién va a escribir el relato de lo que ha ocurrido en los últimos cincuenta años?
– No cabe un relato en singular. Habrá que contar muchas historias a nivel individual y humano que nos hagan entender el trayecto colectivo. Estaría bien que hubiera disparidad, aunque no veo que haya mucho empeño en hacerlo. A veces aparece un cineasta que le echa huevos. Tampoco sé si los estudiantes de cine querrán contar esas historias o hacer “Los Vengadores 6”.
– Los políticos ni siquiera llegan a ponerse de acuerdo para un Instituto de la Memoria…
– Ya. Pero el relato tendrá que ser de abajo a arriba. Esas cosas de la política cultural nacionalista también ocurren en Cataluña. La memoria, las historias cotidianas, vendrán de los creadores, no del poder. La política de defensa del euskera durante todos estos años choca con que la mayoría de directores vascos no lo hablemos: Álex de la Iglesia, Imanol Uribe, Julio Medem, Borja Cobeaga, Juanma Bajo Ulloa, Daniel Calparsoro… Somos esa parte de la cultura vasca que se expresa en español. Y apenas existimos para la cultura oficial nacionalista, un diseño que está castrando muchas voces.
– Por lo que parece será un relato sin vencidos.
– Palabras, palabras… Me da igual que haya vencedores o vencidos, me parece ingenuo; que lo llamen como quieran. Víctimas hay. El lenguaje ha sido clave todos estos años, porque el lenguaje es pura política. Toda esta retórica estéril que vivimos estos días con la pitada al himno en el partido de anoche… Estamos todos locos, a vueltas con los símbolos y las palabras. Si las banderas no valen para nada, luego viene Goldman Sachs y te hunde el país…
– ¿Tendremos que recurrir a la amnesia colectiva para seguir adelante?
– Si nos fundamos en la amnesia y no en el recuerdo, estaremos construyendo en falso. Para que haya perdón tiene que haber recuerdo, no olvido. No se puede cerrar la herida sin limpiarla. Hay que saber de dónde somos y venimos, que cantaba Siniestro Total. Además, la amnesia no se puede imponer, la gente va a recordar. Los lugares, las imágenes tienen memoria.
– ¿Qué puede estar pasando por la cabeza de un preso de ETA?
– Me parece sobrecogedor. Los que tienen delitos de sangre tienen esa mancha, saben que han matado. Pueden reafirmarse o arrepentirse. Pero has matado, eres otra persona. Lo decía William Munny en “Sin perdón”: cuando matas a alguien le quitas todo lo que es y todo lo que podría haber llegado a ser. Y lo dice un cadáver ambulante. Habrá quien necesite una redención y un acercamiento a las víctimas para encontrar cierta paz personal. Y, para las víctimas, ese arrepentimiento de su verdugo tiene que suponer una gran liberación, pasar página definitivamente. Volvemos al inicio de la charla: si los presos esperan una respuesta colectiva nunca arreglarán sus vidas. Las víctimas necesitarán que alguien les diga “lo siento”. Y los etarras tendrán que hacer balance: he matado a tantas personas, esto es lo que soy.
– Y si ese etarra regresa a su pueblo tras cumplir condena y es recibido como un héroe, ¿eso significará que nada ha cambiado?
– Ese es un buen “western”… Con cincuenta y tantos años, con tu conciencia desarmada y tu vida echada a perder, regresas al lugar de tu infancia, donde creíste que debías luchar, y te reciben como un héroe. Cuando Robert de Niro en “El cazador” vuelve de Vietnam escapa de la fiesta que le han preparado en su pueblo, solo quiere estar con la novia de su amigo muerto. Debe dar vergüenza venir del territorio de la violencia. En este país ha habido mucho dolor y daño, cincuenta años de muerte, y va a costar mucho pasar página. Somos una sociedad herida, como la irlandesa. Pasarán muchos años, y veremos cosas surrealistas.
«Me da pudor rodar un filme sobre Euskadi»
«No ha habido autocensura de los cineastas a la hora de hablar de ETA, sino ganas de emprender otro camino. A mí ahora me da mucha pereza o pudor rodar una película sobre la convivencia en el País Vasco. Pero habría que hacerla: el regreso, el reencuentro, la culpa, el dolor causado, compensar pérdidas… Hay magníficas historias que contar. Por otro lado, llevo veinte años en Madrid, pago impuestos y voto aquí. No sé si esas historias deberían contarlas los jóvenes cineasta vascos. Me cuesta hasta haber aceptado esta entrevista».
«¿Quién se ha beneficiado de ETA?»
«El enorme cinismo de “Todo por la pasta” sigue vigente. Lo que mueve el mundo es el dinero. Dentro de unos años habrá que hablar de quién pagaba todo esto y quién se ha beneficiado. La actividad de ETA ha beneficiado a su reacción. El general Galindo cuenta en sus memorias cómo las fuerzas de seguridad españolas estaban entre las mejor equipadas de Europa porque han tenido un enemigo muy potente. Quizá la siguiente generación alcance a saber la verdad».
«No sé qué país quiere la izquierda abertzale»
«Nunca hemos tenido un autogobierno tan disfrutable, pero parece que no es suficiente. Tampoco sé qué país quiere la izquierda abertzale. No sé qué es un Estado socialista en la Europa actual, nunca les he oído hablar de economía. El modelo del PNV está claro: si les quitas la capa de construcción nacional son de derechas, liberales. Si yo tuviera hijos en el País Vasco les preguntaría qué país quieren diseñar. Ahora que Bildu gobierna veo lo de las basuras clasificadas y me parece la forma más rápida de destrozar cualquier ciudad.