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Oskar Belategui

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Crónicas televisivas #2 No es país para sosos

Roteta en el país de los sosos

Inundados de cocineros televisivos como estamos, tiene mérito que el mayor descubrimiento de ETB el año pasado sea “No es país para sosos”. A cualquier hora que pongas la cadena, incluida Nochevieja, aparecen Ramón Roteta y Ander González en una traslación de lo que Steve Coogan y Rob Brydon hicieron en “The Trip” -golosa gira por restaurantes de Inglaterra e Italia- o, ya entre nosotros, Imanol Arias y Juan Echanove en “Un país para comérselo”. Un viaje gastronómico amable y hedonista, lejos de la competitividad y la dramaturgia “reality” de “MasterChef” y demás ralea.

 
En esa mezcla de programa de cocina con recetas y documental turístico que insiste en la imagen de una Euskadi bucólica y rural que ETB perpetúa, lo menos importante es que Roteta cocine bien. He aquí el descubrimiento de un animal televisivo, un Quijote henchido de locura y desparrame al que frena un Ander González que pone la cordura y la mesura de Sancho Panza.Roteta luce la excentricidad controlada del vasco coqueto, que se atreve con los pantalones de colores y las gafas de pasta pero mantiene el jersey sobre los hombros. Es el gamberro de la cuadrilla, ese que puede cargarte unos días y hacer que lo adores otros. Un tipo que conecta con la gente y resulta tan imprevisible como cuando Tip hacía reír a Coll fuera del guion. O se hace el achispado o lo está, feliz de adentrarse en fogones ajenos, hincando el tenedor en viandas deliciosas y tratando a todo quisque como si le conociera de siempre.

 
Los chefs en pantalla triunfan sin que importen las estrellas Michelín. Sería impensable darle un programa a Ferrán Adrià, porque no se le entendería. Arguiñano y David de Jorge parecen haber nacido para hablarle a la cámara. Pedro Subijana era sosito, aunque no llega al apalanque de José Juan Castillo, que se quedaba callado al concentrarse ante los platos. El volcánico Chicote ha hecho un personaje de sí mismo. Encerrar a Ramón Roteta en un estudio sería seguramente una decisión suicida. Lo suyo es zascandilear alegre por una Euskadi de postal, como un Fernando Arrabal de la gastronomía.

 

Por Oskar Belategui

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