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Oskar Belategui

Gran Cinema

“No tengo casa propia en Bilbao porque mis padres no pudieron pagársela nunca”

 

ASIER ETXEANDIA

PREMIO MAX AL MEJOR ACTOR

 

 

El actor más completo del teatro español está cansado de las quejas de sus colegas: “Si no me dan trabajo actuaré en la calle para que la cultura siga viva”

 

Asier Etxeandia (Bilbao, 1975) sabe por qué es tan buen actor. La culpa la tiene una infancia de la que no guarda recuerdos felices. El acoso de sus compañeros de clase le hacía refugiarse en un mundo imaginario. «El colegio solo me sirvió para traumatizarme; en vez de ensalzarme me humillaron. Otro hubiera acabado sin autoestima, menos mal que mi ombligo es como la plaza de Arriquibar».
– Ser actor es una forma de no sentirse solo.

– Si no hubiera pasado esos infiernos no lo sería. Me pasé toda mi vida imaginándome. La única manera en que jugaba era yo solo en mi habitación o convirtiéndome en hombre lobo en mitad del patio con todos los niños riéndose porque no me entendían. Fui gestando mi imaginación para lo que ahora me dedico, que es lo único que sé hacer. Para todo lo demás soy cero patatero. Me pones una división larga y no la sé hacer.

– Si tiene un hijo procurará que no pase por eso.

– Por supuesto. Miraría muy bien cómo educarlo y sobre todo le observaría para saber quién es. Lo intentaría todo menos alienarle, porque cada uno somos un mundo. Tu curiosidad es lo que hace que te conviertas en alguien. En cambio, les cortamos las alas a los niños para que cuando sean mayores no sepan quiénes son.

 

El Premio Max al mejor actor que recogió el pasado lunes refrenda un secreto a voces en la escena española: que Asier Etxeandia es el actor teatral más completo. Deslumbró como el maestro de ceremonias de “Cabaret” y desde entonces ha tenido a Blanca Portillo como directora en “Barroco”, “Ham let” o “La avería”, un cuento siniestro de Friedrich Dürrenmatt coproducido por el Arriaga que le ha reportado el “Goya” del mundo del teatro. Tan solo tenía que «habitar» la máscara de látex que le transformaba en un anciano que rememora en un juego macabro su antiguo oficio de fiscal. «Es un cuento gótico que habla de la legalidad, de hasta qué punto lo legal es justo. Y de envejecer, de cómo la sociedad excluye a los ancianos y de su necesidad de seguir siendo válidos».
– ¿Cómo lleva usted envejecer?
– Con 36 años, he experimentado la ancianidad en una gira muy extensa. Si repites una acción a diario, esa acción se apodera de ti. Envejecer es muy duro, porque el ser humano es el único animal sobre la faz de la Tierra que sabe que va a morir. Y no estamos preparados para ello. Es el personaje que más me ha enseñado en mi vida.

 

Etxeandia se ha currado su prestigio en la profesión. Supo muy pronto que no iba a aprender demasiado con los profesores de una escuela de Arte Dramático en el País Vasco, que criticaban a los alumnos que probaban suerte en televisión. Trabajó de payaso en un supermercado, de dependiente en un sex shop vitoriano -«tenía 18 años y todavía era virgen»- y hasta vivió en una casa ocupada en Getxo. Poco después se marchó a Madrid y encontró un papel fijo en la serie “Al salir de clase”.
Hace cinco años, la muerte de su madre hizo que cambiara su relación con Bilbao. Desde que esparció sus cenizas en la Ría, la ciudad se ha convertido en un territorio mítico. «Bilbao es mi casa, mi historia. La ciudad que me ha hecho. Voy siempre que puedo porque necesito el carácter vasco, que es el que más me sigue emocionando. Tenemos el síndrome de pueblo y nos creemos los mejores, pero somos nobles y llanos. Allí no tengo casa propia porque mis padres no pudieron pagársela nunca, nos echaron de todos los pisos de alquiler. Humildes, pero con la cabeza muy alta. A cambio tengo amigos que me abren las puertas».

Etxeandia trabaja tanto que los raros momentos en que está de vacaciones los vive «con ansiedad». Su metro noventa es habitual en televisión -“Los hombres de Paco”, “La fuga”-, pero el cine todavía no ha sabido muy bien qué hacer con él. Le hemos visto en “Las 13 Rosas”, “Mentiras y gordas” y “7 minutos”. Su último trabajo, “El Capitán Trueno”, demuestra su mal ojo para las películas. «El productor fue un impresentable. Vi cosas terribles durante el rodaje: trabajamos sin cobrar, se improvisaba cada día… El director Antonio Hernández tuvo un comportamiento heroico para sacarla adelante».


– ¿El cine sigue siendo su asignatura pendiente?

– Todavía no he encontrado una película a la altura de las obras de teatro que he hecho.
– Almodóvar eliminó su participación en el montaje final de “Los abrazos rotos”. ¿Es su espinita clavada?
– Para nada. Trabajar con Pedro fue una experiencia maravillosa, una “master class”. No salió mi escena porque el metraje se extendía. Por muy egocéntricos que seamos, un actor tiene que saber que trabaja a favor de obra. El disgusto me duró una mañana.

 

Maestro de la ambigüedad y la provocación, Asier Etxeandia abandona el pudor en cuanto pisa el escenario. Al contrario que otros colegas, no usa su imagen pública como altavoz para causas. «El actor se debe dedicar a hacer y no a hablar. Estoy cansado de las quejas. Si no me dan trabajo, escribiré mi texto y saldré a la calle, como tendrían que hacer todos los actores para que la cultura siga viva. Porque la cultura no la puedes pisar, acaba saliendo como las humedades de una casa.
– Su fotografía caracterizado de Jesucristo en el festival de Mérida con un crucifijo en el pubis ofendió a organizaciones religiosas.

– Es de las fotos más hermosas que me han hecho. Si la gente está enferma no es mi problema. Yo no lo estoy, tengo la cabeza y el corazón en su sitio.

– La retransmisión de los Premios Max en La 2 cortó algunos discursos, entre ellos el suyo.

– Qué curioso. Justo cortaron los parlamentos más críticos con la situación de la cultura. Dediqué el premio a mi padre y a mi madre. Quería que llegara a mi familia de Bilbao y no llegó.

 

Por Oskar Belategui

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