La guerra de precios en el sector se ha traducido en salas llenas de un público dispuesto a pagar entradas rebajadas.
Las entradas a 3 euros han llenado las salas demostrando que ir al cine no pasa de moda. Los exhibidores advierten de que ese precio es insostenible.
Y de repente las salas se llenaron. ¿No habíamos quedado en que ir al cine era una forma de ocio finiquitada, propia del siglo pasado? Fue rebajar la entrada a 2,9 euros y acudir en tropel millón y medio de espectadores en tres días. Ocurrió el pasado octubre, durante la Fiesta del Cine, una iniciativa copiada de Francia que lleva cinco años celebrándose. El éxito sorprendió a los mismos exhibidores, que ven cómo el número de entradas vendidas lleva cayendo desde hace una década: de 144 millones en 2004 a los 77 con que se cerrará, presumiblemente, 2013.
«Por desgracia, la Fiesta del Cine se desvirtuó y se convirtió en un plebiscito sobre el precio de la entrada, sobre si ir al cine es caro o barato», se lamenta Josetxo Moreno, director general de Golem. Unas pocas semanas después, las cadenas Yelmo y Cinesa, que engloban un 35% de las 4.000 pantallas del país, declaraban la guerra de precios y vendían sus tickets a 3,50 euros por unos días en vez de los 7, 8, 9 o 10 que valen habitualmente, dependiendo de si es un filme en 3D. Ambas cadenas triplicaron la taquilla respecto a la semana anterior.
Nadie contaba con que el efecto publicitario se iba a volver contra los propios exhibidores. ¿Quién va a pagar ahora los precios habituales si se ha demostrado que las salas se llenan a 3 euros? ¿Por qué no se mantiene la misma oferta todo el año -se preguntan algunos- logrando más espectadores que, al menos, consumen palomitas y hacen más caja con los mismos gastos fijos? «Poner las entradas a 3 euros es imposible», desanima Enrique González Macho, presidente de la Academia del Cine y dueño del circuito Renoir.
«Es irreal pensar que todos los días va a haber un millón de espectadores. La Fiesta del Cine es como los festivales: las salas están a rebosar para ver una película china con subtítulos en inglés, pero al día siguiente no va nadie. Es un acontecimiento, un hecho único publicitado, como los que se dan de bofetadas para comer pintxos en un festival gastronómico». Borja de Benito, portavoz de los exhibidores agrupados en FECE, reconoce que los descuentos han demostrado que la gente «está deseando consumir cine en salas», pero, matiza, son acciones puntuales.
«Las matemáticas no funcionan así. Si con entradas a 2,90 se triplicara la asistencia estaríamos como ahora. No es sostenible. De una entrada hay que descontar el 21% de IVA, el 3% de autores y el 55% para el distribuidor (60% si es una “major” y 45% si es independiente). De lo que queda tienes que pagar alquiler, empleados, facturas… No hay margen». Que se lo digan a Ramón Colom, propietario del cine Alexandra en Barcelona, que el próximo jueves pone fin a 64 años de historia. El pasado miércoles, día del espectador, costaba 4 euros ver “La gran belleza”, la película con mejores críticas de la temporada. En la primera sesión hubo 70 espectadores; en la segunda 35. No salen las cuentas. «El Alexandra se ha muerto y entre todos lo hemos matado», zanja Colom.
El mismo día que el Alexandra eche el telón se inaugurará en la misma ciudad el Balmes, doce salas en versión original equipadas con la última tecnología digital. En la jornada de apertura costará un euro. Muy cerca, en los Cinesa del centro comercial La Maquinista, la nueva entrega de “El Hobbit” se puede ver en una sala bautizada Dolby, con cuatro proyectores digitales capaces de lanzar imágenes en 3D a 48 fotogramas por segundo, una pantalla de 210 metros cuadrados y el sistema de sonido atmosférico Atmos, que reparte 60 altavoces por el patio de butacas. Renovarse o morir.
Desde la subida del IVA del 8% al 21% (el más alto de Europa), los exhibidores tienen en su tejado la pelota de si ir al cine es caro o no. Siempre han mantenido promociones, como carnets de fidelización, bonos, días del espectador y descuentos para parados, estudiantes y mayores. Sin embargo, una excursión el fin de semana para disfrutar de un estreno en 3D, palomitas y bebidas incluidas, puede dejar el presupuesto familiar temblando. «Me harto de decirlo: la misma película puede costar 9 euros y en el cine de al lado 5», advierte González Macho. «Hay que mirar las ofertas, que la gente no percibe o no quiere percibir».
Que el sector asume que hacen falta cambios lo demuestra la reunión celebrada en la Academia tras la “guerra de precios”, donde distribuidores y exhibidores pusieron sobre la mesa medidas conjuntas: realizar dos o tres Fiestas del Cine al año y ofertas especiales de cara al Mundial de Fútbol de este verano en Brasil. Incluso se pensó en anunciar los acuerdos antes de Navidad. Pocos días después, Cinesa y Yelmo dinamitaban el pacto al anunciar por su cuenta las rebajas creando malestar en el resto de empresarios.
«Nos reunimos para analizar el sector y activarlo. Los cines no podemos concertar precios porque iríamos a la cárcel, aunque el público no lo entienda», explica González Macho. Desde FECE también aclaran: «Hay que respetar las leyes de la competencia. Cada cine tiene libertad absoluta para lanzar las promociones que considere oportunas. Hay una percepción generalizada de que ganamos mucho dinero y recibimos subvenciones. Todo está mezclado, como que todo el mundo en el sector es del “no a la guerra”».
En Golem creen que las rebajas son «un sálvese quien pueda, arramplar espectadores durante unos días». «Pan para hoy y hambre para mañana». Pero que se lo pregunten a los malagueños, que se han beneficiado de los piques de precios en su cartelera entre Yelmo y las cadenas andaluzas UCC y Cinesur: entre semana van al cine por 4 euros y el fin de semana por 5.
Los centros de las ciudades han visto desaparecer los templos cinematográficos de antaño. La percepción de que nos quedamos sin salas no se corresponde con un parque sobredimensionado en locales, por no hablar del aluvión de estrenos cada viernes. El boom del ladrillo en los 90 fue parejo a la construcción de centros comerciales en las periferias urbanas, con un complejo de salas como elemento tractor. Llegó a haber 4.300 pantallas cuando el mercado actual, según el sector, da para 2.500 como mucho. Hoy muchos de esos complejos languidecen y las butacas están vacías. No pagan ni el alquiler, pero nadie los cierra porque eso supondría la muerte de los locales de restauración a su alrededor. «No se puede hacer una reconversión del sector», denuncia Josetxo Moreno.
Una leyenda asegura que los cines obtienen más de las palomitas que de la venta de entradas. Ninguna cadena da cifras de sus ingresos en el bar, aunque todas reconocen que el gasto en “consumibles” -su denominación comercial- ha ido decayendo en los últimos años. El margen de beneficios, eso sí, es mucho mayor. Los Golem Alhóndiga de Bilbao, urbanos y con un público adulto, admiten que las palomitas suponen del 8 al 10% de sus cuentas. En los Kinépolis de Madrid, que mantiene cerradas de lunes a jueves la mitad de sus 25 salas, los consumibles y los ingresos alternativos, como el alquiler de locales para eventos, conforman el 45%. En cualquier caso, cuando hablamos de cifras de taquilla nunca entra el dinero de las golosinas y bebidas.
«Las películas deberían tener precios diferentes por plazas y calidad de proyección. No puede costar lo mismo Kinépolis que una sala del centro de Madrid, porque no es lo mismo comer en Zalacaín que en McDonald”s», propone Paco Ramos, productor de la película española más taquillera del año, “Zipi y Zape y el Club de la Canica”, con casi 900.000 espectadores. Ramos pone el ejemplo de su México natal (copiado a su vez de Estados Unidos), donde ir al cine el viernes, sábado y domingo es más caro que el resto de la semana. Las entradas de saldo y su pretendido éxito las compara al primer día de rebajas de El Corte Inglés, con aglomeraciones en las puertas.
«Si pensamos que la solución es poner entradas a 3 euros, y a 9 vendemos 75 millones al año pero no son suficientes, ¿cuántas tendríamos que vender? ¿225 millones?», se pregunta. «Los costes de distribución no han bajado. ¿Alguien se ha puesto a pensar cuántas entradas son necesarias para cubrirlos?». Según Ramos, los descuentos beneficiarían sobre todo a las grandes producciones de Hollywood. «Las películas de autor y las españolas o europeas no triplicarían sus espectadores. ¿De verdad “La herida” tendría un público en masa con entradas a 3 euros?».
Donde todos los entrevistados coinciden es en señalar al principal enemigo del sector, que no es la crisis, ni el IVA, ni el cambio de hábitos sociales, sino la piratería. «Obviamente, si tienes la misma película en tu ordenador a un clic cualquier precio es caro. El todo gratis se ha instalado y ha roto en una generación el hábito de ir a las salas», se apena Borja de Benito. Somos el único país europeo donde los cines llevan diez años en caída libre. «¿Por qué si no todos los “blockbusters” han pinchado este verano en España?», observa Josetxo Moreno, que echa de menos más películas para un público adulto, el único que ya parece ir al cine.
Hacienda hace caja con el cine español
«No espero que baje el IVA en 2014. ¿Cuándo hay elecciones? ¿En 2015? Entonces bajará. Eso y todo lo que tenga impuestos. El pan será gratis». Enrique González Macho apela al sarcasmo para reflejar el pesimismo de un sector que ya nada espera del Gobierno. La subida del IVA cultural en septiembre de 2012 fue «la puntilla» para una industria que, además, paga la energía más cara de Europa.
La cruel paradoja es que, si se cumplen las estimaciones de taquilla previstas, Hacienda recaudará una cifra récord: casi 87 millones de euros si los cines facturan 500 millones de euros. Con el tipo del 8% anterior, las arcas públicas hubieran ingresado solo 38 millones. Los números desmontan la imagen del cine como un sector pedigüeño. Con el recorte del Fondo de Protección a la Cinematografía, previsto en 33,7 millones para 2014, el Estado ingresa más del doble de lo que invierte en cine
Digitalizarse o morir
Nadie se atreve a poner una fecha, pero a lo largo de 2014 las distribuidoras dejarán de suministrar películas en celuloide. Eso significa que las salas que no estén digitalizadas -el 20% actual, según FECE- tendrán que cerrar. Afrontar la reconversión supone un desembolso de 50.000 euros por proyector. «Las salas de cadenas regionales con una buena cuota de mercado lo harán, pero los cines del centro de las ciudades o de pueblos lo tienen más difícil», enumera Borja de Benito.
A diferencia del resto de países europeos, en España no ha existido apoyo económico de la Administración para realizar el tránsito del 35 mm. al digital. González Macho cerraba hace unas semanas los Renoir Cuatro Caminos, dejando sin cines el barrio madrileño de Tetuán, precisamente por no ser rentable su digitalización. Otras de sus salas clausuradas, como los Renoir de Majadahonda y Palma de Mallorca, se han reabierto gracias a vecinos en régimen de cooperativa.
La cuantiosa inversión para saltar al digital ha provocado la aparición de un nuevo intermediario: el integrador. Empresas extranjeras que adelantan a los dueños de los cines la financiación de los equipos digitales, recuperando su inversión con la llamada VPF (Virtual Print Fee), una tasa que pagan distribuidor y exhibidor por su uso y mantenimiento.
«El pretendido abaratamiento que iba a conllevar el fin del celuloide -desgaste de copias, transporte- no ha sido tal», descubre Iván Barredo, director de la distribuidora Good Films. «Este nuevo canon no diferencia el número de semanas que la película va a permanecer en cartel ni la recaudación. Pagas lo mismo por “Gravity” que por un documental».
Las “majors” abonan sin rechistar la VPF, pero a los distribuidores independientes les hace polvo. Además, con el nuevo formato digital en que se proyectan los filmes (DCD, Digital Cinema Package) no cabe fraude alguno: quedan registrados todos los pases y solo funciona con una clave secreta proporcionada por la distribuidora.
Reportaje publicado el 15 de diciembre de 2013 en el Diario EL CORREO