MANUEL GUTIÉRREZ ARAGÓN
DIRECTOR
Metido a novelista tras dejar la dirección hace cinco años, el autor de ‘Feroz’ ha recibido el homenaje del Zinebi bilbaíno
Hace cinco años Manuel Gutiérrez Aragón (Torrelavega, 1942) decidió colgar los hábitos de director. «Dejé el cine porque ya no se le prestaba la atención de antes, cuando las películas se confundían con la vida y en un cineclub podías llegar a las manos. Antes unos se cagaban en tu madre y otros en tu padre, pero lo terrible es estrenar y que no haya reacción ni debate. Lo siento, yo no me adapto».
Perdimos al autor de títulos esenciales del cine español, como “Habla, mudita”, “El corazón del bosque” y “Demonios en el jardín”. A cambio, la literatura ganó a «un joven escritor», que desde entonces ha firmado tres novelas, la última, “Cuando el frío llegue al corazón” (ed. Anagrama) recién publicada. Gutiérrez Aragón sigue confundiéndose a veces y no puede evitar hablar de «película» cuando en realidad se refiere a su libro. Ayer recordaba en Zinebi que en ese mismo teatro Arriaga vivió la primera proyección de un corto suyo, con su familia de Cantabria en el patio de butacas. Esta noche, su actriz fetiche, Ángela Molina, le entregará el Mikeldi de Honor y cerrará el círculo de una filmografía ejemplar.
– ¿Se siente raro en un festival de cine?
– No. El cine siempre reaparece en mi vida. Llevo unos días promocionando mi tercera novela y siempre acabo hablando de cine. Mi vida es el cine, aunque ahora sea un joven escritor, je, je. Todo es contar historias; en un plató estás rodeado de gente mientras la literatura es un placer solitario.
– ¿Se deja de ser cineasta?
– Nunca. Tus películas te persiguen, las dan por televisión. Aunque quisieras no podrías desprenderte de ellas. Lástima no tener dos vidas distintas. Cuando decidí que no iba a hacer más películas tenía claro que escribir y dirigir exigen una dedicación plena, no puedes ser un ratito director y otro escritor. Uno escribe una novela mientras pasea, se ducha, desayuna…
– ¿Sigue pensando en imágenes?
– Todos los escritores, aunque no hayan sido directores, piensan en imágenes. La cosa es cómo se describen y organizan esas imágenes. Ya no se escriben novelas igual que antes de la invención del cine. Un escritor como Juan Marsé está mucho más marcado por el cine que yo. Escribe una exposición, una sorpresa, un cambio antes del final… Como en un guion.
– ¿Qué echa de menos de su vida anterior?
– Nunca me lo hubiera imaginado: el trabajo con los actores. Con la lata que dan… Desde que colgué la cámara me he dado cuenta de que son la gran fuerza del cine. Ahora entiendo mucho mejor a Bergman y Woody Allen y sus actores fetiche, sus encuentros y desencuentros. El cuerpo del otro es fundamental, tratas con algo vivo y palpitante.
– ¿Fue un visionario y dejó el cine porque preveía el cataclismo actual?
– No fue esa mi intención, no soy adivino. Dejé el cine porque todo estaba cambiando. Fue un acto de soberbia: me voy antes de que me hagan hacer una película que no quiero. Seguramente anuncié mi abandono públicamente para forzarme a ello. Tengo muchos colegas que no han dicho nada y tampoco están haciendo películas. La crisis traerá un relevo generacional, gente a la que no le costará adaptarse a la nueva situación. Gracias a los medios digitales y a Internet hoy es más fácil que nunca rodar una película. Otra cosa es vivir de ello. Yo me alegro de haber tomado aquella decisión.
– ¿Cree que el espectador ha dejado de lado el cine español?
– Ya pasó en los tiempos de la españolada, cuando poníamos todas las producciones bajo ese marbete, aunque en realidad aludía al género histórico y grandilocuente del franquismo. Lo de ahora es más peligroso. No entraré otra vez sobre las razones políticas de ese rechazo, el “no a la guerra” y todo aquello, pero hasta ahora siempre había una cierta complicidad entre el espectador y los cineastas respecto a buscar juntos soluciones. Esa complicidad se rompió, y no solo por el “no a la guerra”.
– ¿Cómo les contemplan a los cineastas?
– Como unos seres privilegiados, del mismo lado que los políticos. Pertenecientes a una casta mimada de subvencionados enquistada en el sistema. Es una percepción equivocada, porque no todos son actores glamurosos y millonarios. Una de las cosas buenas que va a traer el ministro Montoro es que, evidentemente, esa percepción va a cambiar y otra vez encontraremos la complicidad del espectador. De todo lo que está pasando, ese desafecto me parece lo peor, más incluso que la subida del IVA y los recortes. No ha habido ministro que pueda con el cine, que vivirá más allá de los Gobiernos, pero no puede vivir sin los espectadores.
– ¿Soluciones?
– Hay que pensar en el audiovisual como un todo. Están las películas y también las series de televisión, donde los guionistas tienen la llave del tesoro y ya no pueden ser maltratados. Hay más trabajo para los actores que cuando solo había cine. Las series son populares, pero no alcanzan el nivel estético del cine. Ningún director dirá que no a una película aunque esté trabajando en la televisión. Todavía la película es la reina del audiovisual.
– ¿Y si le dijeran que hiciera una película “low cost” recolectando el dinero por Internet?
– Diría que sí, el futuro pasa por ahí. Lo preferiría a pegarme con las televisiones. Recuperaría la libertad que tuve en alguna de mis películas. Nos guste o no, la distribución por la Red es fundamental. También es cierto que nosotros siempre hicimos películas “low cost”. Ahora se llevan sin coste ninguno. Y del “crowdfunding” no se puede vivir, no crea industria.
– ¿Qué le diría entonces a un estudiante de cine?
– Haz cine pero vive de otra cosa, como los poetas que no pueden vivir solo de la poesía. El cine tiene muchas posibilidades. Las cámaras digitales nos han liberado de la mecánica pesadísima del celuloide y puedes exhibir lo que ruedes en Internet sin atenerte al formato de hora y media. Es otra forma de ser libre.
– ¿Le gusta el cine español que ve?
– Encuentro uno o dos títulos interesantes al año, como ocurre con el cine francés. Me gustó “El artista y la modelo” de Fernando Trueba. Arriesgada, en blanco y negro y sencillamente contada. Mi gran decepción es que creía que la gente joven iba a trabajar en la TV movies y no están sirviendo para eso.
– Siempre ha presumido de escepticismo en política, pero todas sus obras se han analizado en esa clave.
– Debe ser una forma contradictoria de mi carácter. No me gusta el cine político, y sin embargo mis novelas hablan de terrorismo islámico y guerrillas latinoamericanas. La última es una historia de iniciación, aunque transcurre durante la Transición.
– Se despidió del cine con “Todos estamos invitados”, que reivindicaba a las víctimas de ETA. ¿Cómo contempla el tema cinco años después?
– Hoy se pueden hacer mejor películas sobre los “años de plomo” porque se tiene una cierta distancia. Lo difícil es tocar temas puntuales, que aparecen en los diarios el mismo día y que pueden condicionar la manera de ver una película. Contra la opinión mayoritaria, creo que se hicieron bastantes películas sobre ETA, no así sobre las víctimas. Yo quise corregirlo con “Todos estamos invitados”.
– ¿Qué le parece que el teatro Fernando Fernán Gómez en Madrid ya no se llame así?
– Me encantaba pasar por la Plaza de Colón y ver el nombre de alguien venerado por varias generaciones. Es un terrible error político. Como soy optimista, creo que se subsanará tarde o temprano. Fernando diría lo que siempre soltaba cuando aparecía pequeñito en los títulos de crédito: “Mejor, así no me desgasto”.
Entrevista publicada en el Diario EL CORREO el 22 de noviembre de 2013.