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Oskar Belategui

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Medio siglo de 'El verdugo'

Hace cincuenta años que la obra maestra de Luis García Berlanga deslumbró en Venecia y enojó al régimen franquista

 

 

En las encuestas de revistas especializadas como “Dirigido por” y la desaparecida “Nickleodeon”, siempre ha ocupado la primera posición en la lista de mejores películas del cine español. El propio Luis García Berlanga, que nunca se encontraba satisfecho de sus obras, la tenía como su favorita. «Puede que “El verdugo” sea mi película más siniestra y una de las pocas que a mí me gusta bastante», le contaba a Jess Franco en su particular libro de memorias “Bienvenido Mister Cagada”. «A pesar de la puta censura tuve la suerte de mi lado. Todo tiene un regusto macabro, un tufillo acre y mordaz. Es, como siempre, una historia de perdedores, pero más cruel y amarga de lo habitual. Además, por una vez, no es una película coral, ni de planos secuencia ni ninguna zarandaja. Muy bien Azcona, muy bien los actores, muy bien los técnicos… y muy bien yo».

 
Hace cincuenta años que “El verdugo” deslumbró en el Festival de Venecia, donde recibió el premio de la crítica internacional. Su estreno en febrero de 1964 pasó sin pena ni gloria, torpedeado por las presiones del Gobierno a los empresarios de las salas. Su guionista, Rafael Azcona, llegó a hablar de una órden ministerial que obligó a retirarla de la cartelera en la primera semana. Y es que Berlanga metió un gol a la censura desde su propio título, que ya era un atrevimiento. En 1963, Franco acababa de ordenar el fusilamiento del comunista Julián Grimau y la ejecución por garrote vil de los anarquistas Francisco Delgado y Joaquín Delgado. Pero “El verdugo” no es solo una diatriba contra la pena de muerte, también supone una crónica despiadada y lúcida de la España de entonces.

 
Berlanga sabía que el mejor cine habla y se nutre de la vida. De ahí escenas tan crueles, cómicas y veraces como la boda de Nino Manfredi y Emma Penella, inspirada en la del propio director, que pidió la ceremonia más barata. Como antes se había celebrado otra de postín, mientras el cura les casaba iban retirando los ornamentos de la anterior, el órgano enmudecía y el sacristán enrollaba la alfombra. Berlanga añadió que las velas se fueran apagando y el sacerdote no pudiera leer.


El mérito de Amadeo, el verdugo que encarna Pepe Isbert, es que resulta entrañable y cariñoso, acentuando la contradicción de que el Estado haya creado la figura de un ejecutor de la justicia. «Las consecuencias morales que esto comporta no pueden ser meditadas ni digeridas por ningún ser humano, lo que hace que el personaje sea tan respetado como odiado por los demás», reflexiona el director en el ensayo de Carlos Cañeque y Maite Grau “¡Bienvenido, Mr. Berlanga!”.
Amadeo se jubila. Y ante el peligro de perder el piso que por ser funcionario le ha sido concedido, su pusilánime yerno (Nino Manfredi) se ve abocado a ocupar la vacante plaza de verdugo, aunque en su interior conserva la esperanza de no tener que ejercer nunca. Mientras no le llaman sigue cobrando dos sueldos en una muestra de picaresca española: el de su oficio, empleado de pompas fúnebres, y el de verdugo. Hasta que durante una visita a las cuevas del Drach en Mallorca, la Guardia Civil va a buscarle para arrastrarle hasta el patíbulo a que cumpla su cometido.
El séptimo largometraje de Berlanga nació precisamente de esa escena final. En la última ejecución en España de una mujer -una envenenadora en Valencia-, el verdugo sufrió un ataque de nervios y hubo que administrarle calmantes. Esa fue la imagen que inspiró al director: dos grupos arrastrando a ejecutor y ejecutado. Como protagonista pensó en José Luis López Vázquez, lo que hubiera acentuado más el aspecto de comedia. Exigencias de la coproducción impusieron a Nino Manfredi, al que Berlanga siempre vio demasiado guapo para el papel. López Vázquez aparece como hermano del antihéroe, un sastre militar y eclesiástico que tiene a su cargo algunos de los gags más brillantes: cuando Manfredi se prueba una sotana y le pide que haga el gesto de la bendición a ver si le tira de la sisa. O cuando mide la cabeza del niño, una improvisación del actor que Berlanga remató con una frase en boca de su mujer: «¡Que es normal, que lo de mi padre no es hereditario!».


Las «sutilezas aberrantes» de la censura, en palabras de Berlanga, llegaron al extremo de eliminar todos los comentarios del protagonista sobre irse a trabajar a Alemania. También obligaron a suprimir el ruido metálico que hacía el maletín de Pepe Isbert, con todos los trastos del garrote vil en su interior. «Era de mal gusto». Como no fue posible encontrar un garrote vil de verdad, el realizador se inventó los cachivaches que aparecen en el filme.
Berlanga y Penella fueron recibidos a pedradas en Venecia por grupos anarquistas que pensaban, por el título, que la película era una loa a Franco. El embajador de España en Roma exigió verla y sancionó que era «la producción española más antipatriótica» que jamás había visto. Después escribió una carta al ministro de Asuntos Exteriores para que quemaran aquella propaganda antifranquista. Las autoridades españolas intentaron retirarla de la Mostra, pero el director del festival se mantuvo firme. A su regreso a Madrid, Manuel Fraga, ministro de Información y Turismo, abroncó a Berlanga y le obligó a cortar ocho minutos. Entonces Franco soltó en un consejo de ministros la célebre frase sobre el director: «Berlanga no es un comunista, es algo peor: un mal español».

 

El rodaje de ‘El verdugo’, al cine

«Hacer una película sobre el gran maestro Berlanga es el mayor reto de mi carrera», admite el director Juan Luis Iborra, que prepara un filme sobre el rodaje de “El verdugo” y las vicisitudes que acompañaron a su estreno. La productora valenciana Nadie es Perfecto está detrás de este proyecto televisivo, aunque no descartan la posibilidad de convertirlo en un largometraje para cines. Iborra es guionista de algunas de las comedias más exitosas de los 90, como “Salsa rosa” y “Todos los hombres sois iguales”. «Los espectadores van a descubrir una forma muy valiente de hacer cine», promete. «En un momento muy delicado de la historia de España, un grupo de directores inteligentes sortearon la censura con sentido del humor». La pregunta es: ¿quién encarnará a Berlanga? ¿Y al irrepetible Pepe Isbert?

 

Reportaje publicado en el diario EL CORREO el 29 de mayo de 2013.

 

Por Oskar Belategui

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