Las ayudas públicas a la producción se han reducido a la mitad en un año. Con suerte, en 2013 se estrenarán una decena de películas, dos de ellas en euskera.
Álex de la Iglesia, Enrique Urbizu, Pablo Berger, Julio Medem, Imanol Uribe… Los directores vascos se sitúan en la élite del cine español. Buena parte de ellos irrumpieron en los años 90 poniendo patas arriba una cinematografía anquilosada. Los mejores técnicos también proceden de un país que, a diferencia de Madrid y Barcelona, carece de un centro de formación de prestigio. El cine vasco exporta talentos, pero este año a duras penas producirá diez títulos entre largometrajes de ficción, documentales y dibujos animados. Con suerte habrá dos películas en euskera.
«El nivel industrial es tan precario que no sé si se puede hablar de cine vasco como tal», reflexiona Carlos Juárez, presidente de la Asociación de Productores Vascos, que engloba a una treintena de empresas. «El cine y la cultura por extensión siempre son la hermanita pobre del reparto presupuestario, solo nos quedan las migajas», lamenta Joxe Portela, a cargo de IBAIA, la otra asociación que agrupa a 42 productoras. Pocos y mal avenidos. La existencia de dos asociaciones en una comunidad tan pequeña puede llevar a engaño. Solo una decena de productoras posee la capacidad financiera necesaria para rodar un título que llegue a los cines.
El Gobierno vasco aprobaba esta semana las subvenciones destinadas a crear películas de ficción y de animación, documentales y cortometrajes: 1,5 millones de euros. Por contraste, el Ejecutivo de Urkullu destinará 3,2 millones al Museo Guggenheim Bilbao y 2,3 a los programas de las federaciones deportivas. Es la mitad del dinero disponible hace un año, cuando a los casi dos millones del Gobierno vasco había que sumar el millón que el Ministerio de Cultura destinaba a las películas rodadas en euskera, dentro de la partida de apoyo a las lenguas cooficiales. Los recortes en Madrid también hacen daño en Euskadi.
Para colmo, este año no saldrán las ayudas a la financiación que Lakua concedía a los productores que, con un contrato de una televisión bajo el brazo, disponían así de mejores condiciones que en los bancos privados. Porque una película se sustenta en dos patas: la ayuda pública y la participación de una televisión como productora o con las preventas para emitirla después. «Sin ETB no habría largometrajes en euskera, así de claro», certifica Jon Garaño, que este fin de semana termina de rodar su segundo filme, codirigido con José Mari Goenaga, “Loreak errepidean”.
Garaño y Goenaga recogen los frutos de su ópera prima, “80 egunean”. Aquella historia que abordaba con sensibilidad el romance entre una amama de caserío de 70 años y una profesora de música a punto de jubilarse recorrió más de cien festivales internacionales, tuvo más espectadores en Francia que en España (22.000 entradas en nuestro país) y se vendió a toda Europa. “Loreak errepidean” ha costado 1,5 millones -el presupuesto medio de un filme en Euskadi- y como novedad cuenta con la aportación de Euskaltel, que al igual que los otros operadores televisivos -Telecinco, Antena 3- está obligado por ley a invertir en cine.
«Todos conocemos compañeros que lo están pasando mal, los técnicos son los que más sufren el parón», observa Garaño. El autor del -quizá- único largo en euskera que se estrene el próximo año habla de «mini industria» y acota el cine vasco al producido en Euskadi, aunque el director no lo sea y se ruede en otra parte. En su opinión, las películas de Enrique Urbizu y Álex de la Iglesia no lo son. «Si quieres rodar una producción de más de dos millones tienes que irte fuera». La racanería de las instituciones, opina Garaño, es un reflejo del sentir general. «Para la gente, el cine cada vez es menos importante».
José Luis Rebordinos, director del Festival de San Sebastián, aventura que este año «será más complicada» la búsqueda de títulos para la sección Zinemira, dedicada al cine patrio: «Todos los años hemos tenido títulos suficientes, pero ahora se está produciendo menos. Para mí, cine vasco es aquel que producen las empresas de la comunidad, da igual su lengua y que se rueden en otro lugar. Es una industria modesta pero estable. Hay empresas que producen una película al año o cada dos años. Otras tardan más, pero poco a poco van teniendo un catálogo interesante».
Para Rebordinos, las subvenciones no deben constituir el único apoyo. «Es necesaria una legislación suficiente en materia de incentivos fiscales. Y EITB tiene un papel clave». Que los mejores cineastas acaben abandonando Euskadi «no es un drama». «El mundo es pequeño y nosotros también. Tenemos que salir al exterior y, en contrapartida, conseguir que los productores no vascos se interesen por nuestros proyectos».
Nadie es profeta en su tierra, pero algunos casos claman al cielo. Víctor Erice, nuestro cineasta de culto en el mundo, «nunca» ha recibido una propuesta de una institución vasca. Pablo Berger, el triunfador de los últimos Goya, ha pedido subvenciones al Gobierno vasco tanto para “Torremolinos 73” como “Blancanieves”: «Y no me las han dado».
Hubo una época en los 80 en que se pudo soñar con la existencia de una industria estable. Los tiempos de “La muerte de Mikel”, que llegó a hacer 1,2 millones de espectadores. El cine de aquella época tiene una constante: «La búsqueda de una identidad propia, de una marca para mostrar el hecho diferencial vasco», en definición de la profesora Casilda de Miguel. En los 90 se crea la sociedad pública Euskal Media, que asumía la coproducción de los filmes y la adquisición de los derechos de los proyectos que decidía avalar. «La época dorada del cine vasco va del 85 al 95», concreta Javier Rebollo, que todavía mantiene abierta la productora más antigua del País Vasco -«y quizá de España»-, Lan Zinema.
Rebollo y Juan Ortuoste fundaron Lan Zinema en 1973. Justo cuando Imanol Uribe rodaba “La fuga de Segovia”, ellos mostraron Bilbao como jamás se había visto en “7 calles”. «Nuestras películas viajaban a festivales y los técnicos eran muy apreciados. Éramos los mejores embajadores de lo vasco», recuerda Rebo llo, que estos días monta su sexto largometraje, “Triku-balsa” (El vals del erizo). El autor de “Marujas asesinas” (300.000 espectadores) la ha rodado en euskera, aunque no hable el idioma. «Así tienes más ayudas».
Rebollo ha tenido que volver a sus orígenes, a filmar con técnicas de guerrilla su cinta más barata. «Buscas interiores naturales, tratas de implicar a actores y técnicos… Volvemos a los tiempos de los cortos, a trabajar en cooperativa». Carlos Juárez, portavoz de los productores, echa de menos precisamente más ambición, producciones que den trabajo y dejen dinero, como la catalana “Pa negre”. «Se trata de crear músculo industrial, de fomentar las coproducciones y primar el riesgo. Un chaval que quiera hacer una película de ciencia-ficción en Euskadi lo tiene muy jodido».
Ese chaval del que habla Juárez también lo tendría complicado para formarse. Entrar en la Escuela de Cine de la Comunidad de Madrid es más difícil que hacerlo en la Comercial de Deusto; también hay tortas para matricularse en la ESCAC catalana, de donde han salido talentos como Juan Antonio Bayona (“Lo imposible”). Euskadi carece de un centro de referencia. Ya no es posible estudiar cine en el Centro Sarobe de Urnieta. Solo queda la licenciatura de Comunicación Audiovisual en la UPV y en la Universidad de Mondragón, así como un puñado de academias privadas.
Una vez resuelta la hazaña de rodar llega el problema de dar salida al producto en una comunidad que se está quedando sin cines. Vitoria carece de salas en versión original y los Florida han eliminado las últimas sesiones entre semana, al igual que los Multis bilbaínos. Solo San Sebastián mantiene una cartelera estable de cine independiente. ¿La piratería también hace daño al cine vasco? Que se lo pregunten a Joxe Portela, que en Francia e Inglaterra ha agotado los 20.000 DVD de “Papá, soy una zombi”, de la que es productor ejecutivo. Aquí apenas ha vendido 3.000. Ya ni siquiera funciona la «militancia euskaldun», en palabras de Portela, que incitaba a los aitas a llevar a sus niños al cine para ver dibujos en euskera.
Barton Films es la principal distribuidora de las películas de producción vasca. Hace cinco años estrenaba una media de doce títulos al año; este se contentará con la mitad. Tras el documental “El método Arrieta” y dos cintas de dibujos, “Blackie & Kanuto” y “El corazón del roble”, solo tiene un largo en euskera para después del verano, “Amaren eskuak”, de Mireia Gabilondo, basado en la novela de Karmele Jaio. «La subida del IVA nos ha matado. Y la piratería sigue sin solución», enumera José Antonio Fernández, responsable de la distribuidora bilbaína. Y apunta el peso de los cines de Euskadi en la taquilla nacional: apenas el 6% frente al 30% de Cataluña.
La red de quince salas municipales Zineuskadi, auspiciada por el Gobierno vasco y dotada con 800.000 euros, trata de dar salida al cine vasco y europeo. También se subvencionan las traducciones al euskera de filmes comerciales y en 2011 se reservó una partida para la digitalización de salas. «El audiovisual es estratégico para nosotros, un país tiene que tener la capacidad de crear su propio relato y de reflejarse en su cine», sostiene el viceconsejero de Cultura, Joxean Muñoz, a pesar del recorte en las ayudas.
«Trabajamos con el sector pero no hay una fórmula mágica. El contexto de producción en el estado español se ha debilitado. Y a eso se suma el cambio de modelo, Internet, nuevos hábitos sociales, el cierre de salas y el desastre del IVA cultural». Muñoz puede presumir de conocer bien el mundillo: ganó un Goya en 2.000 como director del largo de animación “La isla del Cangrejo”. «Ahora las productoras lo tienen más difícil, antes subsistíamos con encargos como vídeos corporativos y publicidad. Eso también ha caído».
El viceconsejero cree que las ayudas públicas deben subsistir, «pero no se puede depender solo del dinero público». El cine vasco le pide, en boca de Carlos Juárez, «un apoyo decidido para convertirlo en un verdadero negocio y no tirar el dinero por la alcantarilla». «Subsistimos por la vocación, no por el apoyo de las instituciones».
Euskal Hollywood sigue vacío dos años después
Euskadi cuenta con unos estudios nacidos para emular a los Barrandov de Praga o Pinewood en Inglaterra. Por desgracia, llevan camino de parecerse más bien al desastre de la Ciudad de la Luz en Alicante. Un polígono de Oiar tzun acoge los 18.000 metros cuadrados de Zinealdea, un conjunto de cinco estudios -el mayor de 1.820 metros cuadrados y una altura útil de 14 metros- con espacios auxiliares previstos para acoger salas de ensayo, laboratorios, camerinos y oficinas. «El País Vasco tiene que dejar de ir a la zaga en la industria del audiovisual», proclamaba su impulsor, Kike Santiago, al inicio de las obras, hace cinco años. Costaron 24 millones de euros. Llevan dos años vacíos.
El Euskal Hollywood que iba a estar ocupado con rodajes todos los días del año y que formaría a nuestros técnicos y cineastas es hoy un gigantesco hangar que permanece cerrado y sin visos de echar a andar. «La crisis y la falta de apoyo institucional han sido las causas de que Zinemaldea esté parado», afirma Santiago, creador y director del Centro de Artes Escénicas Sarobe de Urnieta, hoy al frente de Zineazpiegiturak, la sociedad que gestiona las instalaciones.
Al Jazeera, en Oiartzun
El polo audiovisual, que se iba a abrir con un mínimo de doce empresas, se ha construido con aportaciones privadas, aunque en su gestación han intervenido la sociedad pública Sprilur, propietaria de los terrenos, y la agencia de desarrollo Oarsoaldea, que integran los ayuntamientos de Oiartzun, Lezo, Pasaia y Rentería. Una segunda fase extendía el presupuesto total a 60 millones y constaba de un hotel, restaurantes y un gran área con gimnasio, spa y guardería.
Zinealdea se presentó en el Festival de San Sebastián de 2010 y a lo largo de su edificación se anunciaron convenios con empresas francesas y belgas. Sus promotores buscan ahora inversores rusos y árabes. Incluso han mantenido conversaciones para que la cadena catarí Al Jazeera emita desde Oiartzun.
(Reportaje publicado en el Diario EL CORREO el 19 de mayo de 2013)