DAVID TRUEBA
CINEASTA
Llega a los cines ‘Madrid, 1987’, la crónica intimista de una España que se sacudía laTransición y abrazaba la cultura del pelotazo
En 1987 las patillas de Felipe González blanqueaban y la pana había sido definitivamente arrumbada. Comenzaba la cultura del pelotazo. En círculos periodísticos de Madrid, corría la leyenda de que un veterano articulista se había quedado encerrado en el baño del piso de un amigo con uno de sus ligues. Aquella anécdota le sirve a David Trueba para confrontar a dos generaciones en ‘Madrid, 1987’.
Una estudiante de periodismo y su idolatrado maestro, un cínico y desencantado columnista, atrapados en un caluroso día de julio, enfrentados al deseo y a sus horizontes vitales. José Sacristán y María Valverde, desnudos la mayor parte del metraje, protagonizan un filme rodado con cuatro perras, que por alguna suerte de milagro llega mañana a los cines. «Me hubiera encantado hacer la película dentro de la industria, rodar en un plató, pero me han invitado a hacerla fuera», se lamenta el director.
– ¿Cuáles son sus recuerdos del Madrid de 1987?
– Empezaba la universidad. Fue el año en que sustituí la máquina de escribir por el ordenador, un cambio bastante radical para los que nos dedicamos a estas cosas. José Sacristán me recordaba que, aquel año, “El viaje a ninguna parte” ganó en los Goya. Quién me iba a decir a mí, un chaval de Estrecho, que acabaría rodando con Fernando Fernán Gómez y José Sacristán.
– En aquella España empezaba a fraguarse lo que nos ha traído hasta aquí.
– Había una sensación de orgullo, un por fin lo hemos conseguido, ya no estamos bajo la amenaza de un golpe militar. “Ya semos europeos”, que era el título de una serie de Albert Boadella. Eso a la larga fue provocando una caída en el cinismo. Los valores morales de una democracia joven dieron paso al ansia de ganar dinero. De la regeneración moral a la cultura del pelotazo. Y de ahí al pelotazo de la cultura, todo pasó a valorarse en términos cuantitativos, como si fuera un deporte o la economía.
– Una película solo es buena si recauda mucho.
– Sí. Casi debía pedir perdón el que no tenía éxito. Apareció la lista de libros más vendidos… Poco a poco todos fuimos criticando en los negocios lo que estábamos aplicando en nuestro criterio personal.
– ‘Madrid, 1987’ muestra la admiración de una generación por la anterior. Hoy suena insólito.
– Antes estaba claro: si te querías dedicar al cine o a la literatura expresabas tu admiración por los maestros. Yo recuerdo una noche de borrachera con un amigo de la facultad, que nos plantamos de rodillas delante de Paco Ibáñez y José Agustín Goytisolo en una calle de Madrid. «Perdonen que se lo digamos, son dos genios». Dudo mucho de que hoy ocurriera algo así. Mi hermano Fernando también me dio el teléfono de Billy Wilder, pero no me atreví a usarlo. Acabó llamándome él: «¿Pero por qué no viene usted a verme?». Había respeto, admiración y placer. Hoy también se dará, pero esa gente está como criminalizada por los usos sociales. Hoy se aplaude e idealiza al zoquete, es la estrella de los programas.
– Ya son trece ediciones de ‘Gran hermano’…
– Sí. Todo el mundo conoce la vida de Paquirrín, pero no el trabajo del señor que está inventando la vacuna de la malaria. Este país le dio unos valores a determinada gente, y algo de eso arranca en 1987.
– El desencanto de los instalados en el poder, simbolizados por el personaje de Sacristán, hoy lo comparten los jóvenes.
– Es diferente. Aquel desencanto fue una justificación para dejar de autoexigirse. No quiero caer en un juicio fácil, pero creo que hubo demasiados Premios Planeta, demasiada pasta, demasiado dejarse mecer por el dinero sin imponerse rigor y disciplina. Obviamente se sentían desencantados y utilizados. A los jóvenes de ahora todavía no se les ha dejado llegar a ningún lado. Se ha roto esa sensación de satisfacción, y eso es bueno tras 25 años pensando que no teníamos nada que envidiar a Europa, que éramos la leche. Por fin nos hemos vuelto a dar cuenta de que somos un país pobre y atrasado. De que las cuentas no eran tal y no hemos cumplido con lo que se debía. Además, no hemos usado los 20 años de bonanza para sentar una bases y defendernos por nosotros mismos. Hemos perdido el tiempo, como pasa siempre cuando uno se siente satisfecho.
– ¿Puede salir algo bueno de este apocalipsis diario?
– Del apocalipsis poco, porque el miedo se usa para someter. La gente tiene que sacudírselo y buscar soluciones en su entorno privado. Cómo consume, cuáles son las prioridades que impone a sus hijos. La crisis del sistema es enorme, aunque es difícil cambiar el ideal de vida de tener dos casas y un coche caro. En 1987 la plaza pública era la calle y los medios de comunicación más distinguidos; ahora es la televisión privada, Internet y el centro comercial. Y la plaza pública siempre impone sus prioridades.
– Pero usted y yo no tenemos la culpa de esta crisis.
– No. Yo siempre he dicho lo mismo. Veía a compañeros de generación que se subían al carro: si las películas hacían dinero, había que hacer éxitos de taquilla. Yo miro hacia atrás y siempre me he vestido y peinado igual, en el éxito y en el fracaso, aunque pecara de aburrido. Siempre he pensado que debías entretener al público y que este no debía mandar sobre tu obra. Me ha pasado haciendo la película más taquillera y el mayor fracaso. Tengo una hipoteca que puedo sobrellevar y he tratado de educar a mis hijos de la mejor manera posible. Nos va a tocar pagar pecados que no hemos cometido.
– Volviendo a la película, ¿hoy es posible la seducción intelectual?
– Por suerte, si no solo ligaría Mario Casas. El físico ha ascendido muchísimo en la escala de valores. Y el dinero se ha convertido en un atractivo desmesurado; antes una chica liada con un rico tenía que justificarse, hoy se pavonea. Pero sigue habiendo un montón de gente atraida por su profesor o por alguien sabio al que admira. Convivir es algo más que tocarse desnudos en una habitación.
– ‘Madrid, 1987’ habla de una concepción del periodismo hoy en trance de transformación.
– Tiene una parte buena. Ya no existen las fes dogmáticas, ya nadie va al quiosco y compra el periódico como si fuera la Biblia, tal como ocurría en los 70. Somos hipercríticos, ponemos todo en duda. Al mismo tiempo, la profesión se ha precarizado y no se hace tanto periodismo de investigación porque cuesta más. Priman los temas cotidianos, cercanos a la vulgaridad. Yo sigo abriendo un periódico y sé que esos periodistas están perdiendo dinero por no estar en el ‘Sálvame’.
– ¿Y esa quimera del periodismo ciudadano en Internet?
– Sería como la fontanería ciudadana. La primera vez llamas a uno, pero lo mejor es recurrir a un profesional. Y el periodismo es la fontanería de la democracia. Si no se mantienen limpias la tuberías, se nos cuelan por todas partes. La democracia es un sistema maravilloso, pero con fisuras, porque no hay imposición militar. Su propio ejército son los escuadrones de la libertad en los medios y en la sociedad.
– Compruebo que no es tan cínico y desencantado como el columnista de la película.
– No, al revés. No puedes estar instalado en la queja perpetua, decir que no hay arreglo. No puedes pedir que cambiemos el mundo, pero sí pasión por tu oficio, por las cosas bonitas, por el que hace algo bueno por la sociedad y no contribuir a minusvalorarlo. Rafael Azcona siempre me decía que cuando viera a algún viejo hablar mal del futuro no le hiciera caso: se queja porque él no va estar. No hay que caer en la nostalgia. El 87 no era mejor que ahora. Quizá los mecanismos de la cultura no estaban tan dominados por el comercio, pero eso ha hecho que los creadores hayan ganado más dinero.
– «Un país no es pobre porque no destine dinero a cultura, sino porque sus ciudadanos han sido animados a despreciarla», escribía en su columna de ‘El País’.
– Suena duro pero es así. Javier Bardem gana el Oscar y lo primero que lees es que es un bocazas de izquierdas y que ojalá se muera su madre. Me parece lamentable. Ayer en la radio un oyente sostenía que se podía luchar contra la crisis quitando tanta estatua de lugares públicos. Probablemente para muchos es la única expresión de la cultura que pueden disfrutar en entornos tan feos. Yo veo las cabezas de Antonio López en Atocha y me pongo de buen humor. No tengo problemas en ahorrar en cultura, pero que a nadie se le olvide que el entretenimiento es la principal industria de Estados Unidos. Que no les engañen, la creatividad puede ser muy rentable. Si odian a alguien que se ha hecho rico cantando estamos mal, porque esa persona genera que otros hagan cosas, que entren divisas, que tu país sea conocido en el extranjero… Más riqueza que los hidrocarburos.
– En el fondo ahí late el desprecio, el pecado nacional, según le contaba Fernán Gómez en el documental que le dedicó.
– Sí. La gente no dice “me encantaría escribir el ‘Quijote’, sino ‘¡bah, si el ‘Quijote’ no es para tanto!’. Todos los Ayuntamientos han montado escuelas de cine y de pintura. ¿Para qué? ¿Para sacarles el dinero a los chavales, si luego no creen en eso? Yo no pido disculpas por mi trabajo ni que se apiaden de mí. Es un relación de iguales, la misma que tengo con el frutero. Me apetece una manzana y la pago; si a alguien le apetece mi libro, que lo compre.
– ¿Si ya no tenemos fe en los políticos, en quién debemos creer?
– No está de más dejar de tener fe. Los políticos dicen que están para servir, pues utilicémoslos. No hay que tener fe ni detestarles. Los políticos representan a la sociedad. Y estoy seguro de que hay tantos políticos corruptos como farmacéuticos corruptos. Lo que es hipócrita es mantener la imagen de decencia. Nadie quiere tirar de la manta del gran foco de corrupción, la financiación de los partidos, donde están metidos constructores y grandes empresas. Pero sería injusto despreciar a los politicos honestos que podrían ganar más en el sector privado.